Cardenal Maradiaga: «El Papa quiere una Iglesia intrépida, no una que se lame las heridas»

Viendo su currículum, parece natural que el Papa pensara en Óscar Andrés Rodríguez Maradiaga para coordinar el ‘Consejo de cardenales’, el grupo estratégico de siete purpurados que ha ayudado al Pontífice a reformar la Curia Vaticana. Como expiloto de helicópteros, tiene capacidad de mirar la realidad con perspectiva. Compone música, toca el piano, la batería y el saxo, prueba de creatividad y flexibilidad. Fue profesor de Física y Química, por lo que sabe que basta poco para romper el equilibrio entre fuerzas contrapuestas.

«Pues yo creo que el Papa pensó en mí porque fui director de orquesta y me pedía que coordinase un equipo», asegura sonriente. Hablamos en Roma, en el lanzamiento del libro entrevista «Praedicate Evangelium – Una nueva

curia para un tiempo nuevo» (Publicaciones Claretianas), en el que dialoga con el español Fernando Prado sobre las claves de esa constitución con la que el Papa acaba de reformar la curia. La reforma no se limita a Roma. Queda claro que no afecta sólo a la burocracia vaticana, sino que apunta a toda la Iglesia.

Acaba de reunirse con Francisco. ¿Cómo lo ha encontrado?

-Estaba muy bien. Y con la silla de ruedas ha tenido mucho alivio, porque no siente el dolor. Limita el movimiento, pero nada más.

¿El Papa está contento con la reforma?

-Sin duda. El paso siguiente es ponerla en práctica. No queremos que sea un documento más, sino que se convierta en algo vivo.

¿Por qué vale la pena leer atentamente esta Constitución?

-Esta reforma es para la Curia Vaticana pero tiene principios para toda la Iglesia. La reforma es un proceso y esta ley fundamental para la Curia muestra el espíritu de la reforma que busca el Papa.

Francisco pretende cambiar la cultura, no las leyes…

-Comenzó la reforma el primer día del pontificado, cuando dijo: «Quiero vivir en Santa Marta y no en el Palacio Apostólico».

La nueva Curia es un reflejo del estilo de Francisco…

Pero sí que refleja su reforma de la Iglesia

-El título ya es una reforma y marca el punto central. «Praedicate Evangelium», «Predicad el Evangelio», recuerda la finalidad de la Iglesia. Habla de una Iglesia en salida, no encerrada en sí misma o lamiéndose las heridas. Una Iglesia que avanza, intrépida… No nos convirtamos en una Iglesia de museo que tiene muchas obras de arte, pero está muerta o dormida. «Prefiero una Iglesia que se equivoque a que viva encerrada en la mediocridad», repite a menudo.

¿Cómo cambia el papel de la Curia con esta reforma?

-Antes el mecanismo de gobierno se entendía como una pirámide: el Papa en la punta; luego la Curia y a continuación las conferencias episcopales. Ahora queda claro que el Vaticano debe ayudar en ambas direcciones. No puede ser ni un filtro ni interponerse en la relación entre el Papa y los obispos.

También el Consejo de cardenales nació para evitar ese filtro, ¿no?

¿Qué balance hace de estos nueve años de trabajo?

-Ha sido muy útil. También porque no es lo mismo que el Papa lea documentos sobre problemas y dificultades a que se los explique una persona que los experimenta.

¿Qué otros problemas se mencionaron en el precónclave?

-Por ejemplo, cómo dar mayor participación a las conferencias episcopales en el nombramiento de nuevos obispos, el papel de las nunciaturas, y si un laico puede ser nuncio.

¿Habrá mujeres al frente de dicasterios del Vaticano?

-Vamos clarificando los criterios. El criterio básico del trabajo en la Curia no es el poder sino el servicio. No es necesario que todos los dicasterios estén dirigidos por un cardenal o un obispo. Pueden ser dirigidos también por una laica, un laico, o un religioso o religiosa. No se trata de populismo, sino de identificar que la vocación de cardenal consiste en ser consejero del Papa y elector, no jefe de dicasterio.

¿Se regulará algún día la figura del Papa emérito?

-En este momento no hay un estatuto sobre la figura del Papa emérito, y creo que debe legislarse.

¿Por qué han tardado tanto tiempo en preparar esta Constitución, casi nueve años?

-Es parte del mensaje de la reforma. Ha sido una larga etapa de escucha. Hemos escuchado a todos y de todo. A veces voces disonantes o contradictorias, pero esa es la vida de la Iglesia. A mi juicio lo más profundo de la reforma se llama sinodalidad, que no es una palabra de moda en ambientes católicos, sino escucha mutua en la cual todos tenemos una voz. Sobre todo los laicos, que son la mayoría de miembros de la Iglesia.

¿Ha habido momentos en los que ha peligrado la reforma?

-No ha habido peligro porque no estábamos arriesgando nada sino tratando de mejorar lo que había. Recibimos una tradición no como robots pasivos sino para mejorarla y hacerla crecer.

¿Y han encontrado mucha resistencia?

-Hay resistencia porque hay varios modos de pensar en la Iglesia y algunos piensan que ya han alcanzado la verdad plena y no hay que cambiar nada. Pero no nos han desanimado. La resistencia es buena. En el gimnasio es necesario poner resistencia a las barras para desarrollar musculatura.

¿En qué punto estamos en esa reforma?

-Dios ha ido llevando la Iglesia por caminos que antes eran insospechados y esto va a seguir adelante. Yo siempre digo que el Espíritu Santo no tiene marcha atrás. La nueva etapa se centra en la sinodalidad, caminar juntos, escucharnos. No me limito a mirar desde un balcón lo que pasa, sin comprometerme ni mojarme los pies. Si escucho, no puedo quedarme indiferente, porque o me mueve interiormente o me cierra en el aislamiento.

Como director de orquesta, ¿me puede explicar esta reforma en términos musicales?

-Me parece que empezamos con un poco de cacofonía, pero hemos logrado construir una armonía muy interesante, polifónica… que es más bella que una melodía. La riqueza de la Iglesia es la polifonía.