El 15 de agosto celebramos una de las fiestas marianas más populares de España: la Asunción de la Santísima Virgen María a los cielos
La tradición cristiana ha conservado durante siglos dos profundamente arraigadas, pero contrapuestas, tradiciones acerca del lugar donde la Virgen María fue elevada —asunta— en cuerpo y alma al cielo.
En primer lugar, según recoge una antiquísima costumbre, su tránsito habría terminado en Jerusalén, concretamente en la Iglesia del Sepulcro de María, junto al Getsemaní, desde donde los franciscanos, como custodios de Tierra Santa, recuerdan cada 15 de agosto el momento de su Asunción.

Basílica de la Dormición en Jerusalén
En su Evangelio, san Juan cuenta que acogió a la Madre de Dios en su casa desde que Cristo crucificado se la encomendó en Jerusalén. Allí, en el monte Sion, se levanta la Iglesia de la Dormición, donde se dice que la Virgen, al final de su vida, pasó por el tránsito o dormición: muchos teólogos piensan que también María murió para asemejarse de una forma más completa a Jesús. Por ello, desde el siglo VI comenzó a celebrarse en Oriente la fiesta de la Dormición de la Virgen, una manera de expresar que se trató de un tránsito más parecido al sueño que a la muerte.
Después, los apóstoles habrían llevado su cuerpo hasta un sepulcro, donde posteriormente se erigió un templo: la actual Iglesia del Sepulcro de María, donde acuden a rezar los franciscanos como custodios de Tierra Santa cada 15 de agosto. Allí oran ante la roca donde se habría recostado el cuerpo de la Virgen, antes de que fuera llevada al cielo en cuerpo y alma.

Iglesia del Sepulcro de María
Sin embargo, existe otra fuerte tradición que sitúa este trascendental evento en Éfeso, en lo que hoy se conoce como la «Casa de María». Santos y escritos antiguos han dejado varios documentos en los que indican que san Juan vivió en esta ciudad y que la Virgen le acompañó.
Ya en una carta sinodal del Concilio de Éfeso (431 d. C.), en el que se reunieron obispos para definir el dogma de la maternidad divina de María, se mencionó una relación entre el apóstol amado de Jesús y la Madre de Dios con esta ciudad, hoy en ruinas en la actual Turquía. Esto podría confirmar la presencia de María en Éfeso.
De hecho, así lo afirmó el Papa Benedicto XIV. Tal y como recoge la Enciclopedia Católica, este pontífice expresó que María siguió a san Juan hasta Éfeso y murió allí. Además, «tuvo la intención de eliminar del Breviario [libro oficial de oraciones diarias de la Iglesia] aquellas lecciones donde se mencionaba la muerte de María en Jerusalén, pero murió antes de llevarlo a cabo».
Del mismo modo, la Enciclopedia recoge que el historiador y obispo jacobita Bar Hebreo señaló que san Juan «fundó la Iglesia de Éfeso y enterró a María en un lugar desconocido». Pero no sería hasta las visiones de la beata Ana Catalina Emmerick cuando este relato empezó a tomar relevancia.
Esta mística y escritora alemana dio una serie de indicaciones de un sitio en Éfeso donde afirmaba que la Madre de Dios vivió hasta su tránsito al cielo. A través de sus visiones pudo describir cómo el cuerpo de la Virgen fue trasladado por los apóstoles de este lugar a una tumba y cómo María fue llevada al cielo en cuerpo y alma.
Más tarde, y guiados por los escritos de la beata, la sierva de Dios Marie de Mandat-Grancey, religiosa francesa de las Hijas de la Caridad, junto a dos sacerdotes vicencianos, encontró en 1891 las ruinas de una casa en una colina cerca de Éfeso que hoy es conocida como santuario mariano: Meryemana Evi, «Casa de la Virgen María» en turco.

Vista exterior de la casa restaurada, ahora convertida en capilla
Desde su descubrimiento, la Iglesia se ha encargado de restaurar y conservar este lugar como la Casa de la Virgen María. El Papa León XIII dio su bendición a la casa en 1896, y san Juan XXIII concedió indulgencias plenarias en 1961 a quien la visitara. Además, san Juan Pablo II celebró allí misa en 1979, al igual que Benedicto XVI en 2006.
Aunque estas dos ciudades —Jerusalén y Éfeso— se disputan el honor de haber sido el lugar donde residió María tras la Resurrección de su Hijo, y ambas conservan la tradición de que desde ellas la Santísima Virgen fue asunta a los cielos, lo realmente importante de este hecho es que se estableció como dogma «que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, terminando el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial», tal y como definió el Papa Pío XII en 1950.











