Por qué los europeos seremos los esclavos tecnológicos en la nueva Guerra Fría

La Europa de la Cuarta Revolución Industrial empieza a parecerse a la tercera planta de The Venetian, el casino de Macao (China) en el que se reproducen entre canales y gondoleros kitsch el puente Rialto y la plaza de San Marcos para que turistas se jueguen su patrimonio en las mesas de póker. Sólo falta que los Hombres G aparezcan cantando Venezia en semejante escenario.

Si la Venecia real ha representado durante siglos la belleza de la decadencia; esta recreación de cartón piedra es la metáfora de lo que empieza a ser Europa en la Guerra Fría tecnológica.

Europa corre el riesgo (muy serio) de convertirse en una esclava tecnológica de China y Estados Unidos. Y en el siglo XXI, tecnología significa todo.

«No hay lugar para perdedores en esta guerra de la innovación», advierte el coronel Ángel Gómez de Ágreda, autor de Mundo Orwell: Manual de supervivencia para un mundo hiperconectado (Editorial Ariel). «Estamos en una coyuntura en la que cada paso que das es el doble que el anterior. Ser segundo es garantía de fracaso».

Las armas de la guerra están ya elegidas. Son el big data, la inteligencia artificial y la biotecnología.

La decadencia veneciana de Europa se plasma en un atlas de innovación: cuatro de cada cinco unicornios -denominación que reciben las start up con valoraciones de mercado de más de mil millones de dólares- se encuentran en EEUU y en China. En 2018 en el país asiático nació uno cada cuatro días, según datos de Bloomberg). Mientras, Europa incubó sólo 14 en el mismo periodo.

«Los chinos se han aprovechado de la crisis. Son más ágiles, su gobierno no tiene oposición y toman decisiones sin los costes ni la lentitud de las instituciones europeas, que en este sentido son como un boxeador noqueado», dice Pedro Baños, militar especializado en geoestrategia y autor de El dominio mundial, editado también por Ariel.

Este K.O. se está produciendo ahora mismo. Resulta curiosa esta situación cuando gran parte del mundo a finales de los años 90 aspiraba a ser como la Unión Europa. Manuel Muñiz, decano de la Escuela de Asuntos Globales y Públicos del IE y catedrático Rafael del Pino, analiza este cambio que ha dejado a la UE en una posición muy incómoda. «Hace 20 años los países anhelaban la multilateralidad, la integración regional, la democracia liberal y el libre mercado defendidos por el proyecto europeo», explica. «Pero hoy estamos en un mundo más bismarckiano, en el que se exige más conciencia estratégica».

Un mundo en el que China vulnera las normas de la libre competencia, Donald Trump predica el aislacionismo y las grandes compañías tecnológicas tienen pulsiones oligopolísticas. En esta tecnobatalla, Europa está saliendo trasquilada. Hablamos del 5G -la quinta generación de las tecnologías y estándares de comunicación inalámbrica- y de la inteligencia artificial como centros de conflicto.

«Si los europeos no hemos estado en el 5G seguramente nos salgamos también de la carrera del 6G», cree Gómez de Ágreda cuando reflexiona sobre el futuro. Tal dependencia tiene consecuencias que van más allá de la economía. Implican la apertura de una puerta trasera para el espionaje de países que podrían controlar estas empresas. El 5G es la carretera por la que se conectará todo, desde las lavadoras hasta los drones, pasando por los coches autónomos.

Por el momento, la Unión Europea ignora las voces alarmistas de Estados Unidos que conminan a prohibir al gigante tecnológico chino Huawei el despliegue de redes 5G por su territorio y así beneficiar a sus empresas. Pero eso no significa que en las cancillerías europeas no haya nervios. Al contrario. Los tentáculos de chinos y también americanos en las telecomunicaciones ha hecho que mucho expertos en inteligencia muestren su preocupación ante el hecho de que se estén entregando al zorro las llaves del gallinero.

La implantación del 5G antieuropeo podría desactivar el liderazgo que sí ha mostrado Europa sobre los demás en la protección de la privacidad digital. Esta regulación podría resultar inútil si los canales pudieran ser violados por injerencias extranjeras.

El problema de esta guerra tecnológica no es sólo perderla por incomparecencia, sino la peligrosísima decisión siempre temida en los círculos diplomáticos: «Estás conmigo o contra mí». Algo que ha advertido Neil Dwane, analista de Allianz Global Investors, que ve con temor que cada una de las potencias cree su propio «ecosistema» tecnológico para reducir su dependencia mutua y así obligar a sus aliados a una adhesión incondicional. Es la política de ordago.

 

En cuanto a la inteligencia artificial, las cosas no pintan mejor. El último informe, publicado a principios de año por la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (OMPI), confirma la ventaja de las dos superpotencias en solicitudes de patentes y publicaciones científicas. De las primeras 20 empresas líderes sólo hay dos de Europa (Siemens y Bosch, alemanas).

Otro aspecto estratégico clave en el mundo que se avecina es la red de supercomputadoras. Estas máquinas de gran tamaño procesan brutales cantidades de datos y realizan cálculos miles de veces más rápido que un ordenador normal. Su posesión implica una ventaja competitiva. Los rendimientos de estas catedrales informáticas van a permitir sólo en el ámbito de la salud la simulación de efectos de nuevos medicamentos o la predicción de enfermedades. A día de hoy se cree que China supera las 200 máquinas con esta capacidad, Estados Unidos le sigue y a continuación está Japón. La Unión Europea es cuarta. España tiene sólo uno de estos ordenadoreszumosol, en Barcelona, ciudad que compite por ser sede del próximo megaordenador europeo en 2020.

«Los europeos debemos hacernos respetar, pero es necesaria una verdadera política común y no intentar negociar país a país con las grandes potencias», indica Xavier Vives, catedrático de Economía del IESE. Pero, hoy por hoy, esto está muy alejado de la realidad. Además, este egoísmo podría fortalecerse en breve si en las inminentes elecciones europeas los partidos euroescépticos logran buenos resultados. Sobre todo si se repiten casos de deslealtad como el de Italia, país que ha firmado recientemente un acuerdo con China para formar parte de la nueva Ruta de la Seda, el proyecto faraónico que pretende conectar Europa, Oriente Medio y Asia. Este acuerdo jaleado por el populista Matteo Salvini es un símbolo de esa decadencia veneciana que tanto asusta en Bruselas.

 

Según el decano Muñiz, Europa tiene que decidir si mantiene sus convicciones de libre mercado o se vuelve más proteccionista, especialmente si China no respeta las reglas del mercado con el dopaje estatal a sus empresas y el pirateo de la propiedad intelectual.

La espectacular revolución tecnológica de los asiáticos tiene sus raíces en el plan Made in China 2025, una estrategia sin precedentes en la Historia que ha sido definida por Wilbur Ross, secretario de Comercio de EEUU, como «aterradora».

Europa está sufriendo los daños colaterales de este ciclón chino, tan eficaz como parasitario con sus intereses. Los subsidios del Estado y las políticas de exclusión -hacer negocios en China exige un socio local-, han permitido la creación de unos campeones nacionales de tamaños descomunales con los que competir. China ha pasado de ser el bazar del Todo a 100 a un imperio tecnológico basado en una estrategia de casino de Macao: el que gana se lo lleva todo.

Sin embargo, al oeste, el continente que descubrió la penicilina y formuló la teoría de la relatividad, donde se revolucionó la industria musical con Spotify y se inventó el primer submarino, será incapaz de retener su fuerza laboral más cualificada. Si Silicon Valley, en California, atrae a muchos cerebros europeos, polos chinos como Shenzhen o Hangzhou empiezan ya a competir por los mejores ingenieros de París, Madrid y Varsovia.

A través del programa de los Mil Talentos, el gobierno chino atrae a sus muchos compatriotas que han estudiado en universidades de fuera y también a los extranjeros más cualificados. Si bien aún las condiciones de vida en China no resultan muy atractivas por culpa de la polución y la falta de infraestructuras para un europeo, éstas mejorarán rápidamente. Lo que si lo unimos al factor económico puede ser un riesgo de fuga de talentos de los países europeos.

Según el analista y periodista estadounidense Robert D. Kaplan, autor de El retorno del mundo de Marco Polo (Ed. RBA), la mentalidad imperialista de los chinos es distinta a la americana: ésta da por sentada su superioridad (hablamos de un ego fogueado durante miles años de imperio y dinastías) y no busca influir en los gobiernos de otros países. Al contrario del imperialismo norteamericano que ha vendido el universalismo democrático con la misma fuerza que la Coca-Cola, Pekín es sobre todo pragmatismo. Su objetivo es hacer negocios beneficiosos sin juzgar a su interlocutor.

Europa está jugando la partida tecnológica en el casino de Macao con las superpotencias. Y no le va bien. Si no quiere levantarse de la mesa antes de tiempo tiene que recordar esa frase célebre del póker que reza: «Si en 15 minutos no identificas al pardillo de la mesa, entonces el pardillo eres tú».

¿Se trocearán Facebook, Google y Amazon?

Muchos economistas y expertos en internet abogan por la partición de las grandes empresas tecnológicas debido a sus tendencias oligopolísticas en un mercado donde la competencia es muy débil. Sin embargo, la nueva situación política podría cambiar esta percepción. La guerra tecnológica entre EEUU y China que acaba de comenzar puede provocar, como aventura Manuel Muñiz, decano de la Escuela de Asuntos Globales del IE, una reacción más aguda contra la globalización estimulada por las preocupaciones por la seguridad nacional. La defensa del libre mercado que podría poner coto al dominio insultante de empresas como Facebook, Google y Amazon podría ponerse en cuarentena, no por el poder (mucho) de estos gigantes sino por motivos estratégicos. Muñiz se plantea si Europa y EEUU ss tendrán el valor de dividirlas para ceder semejante poder a las empresas chinas, que han crecido a costa de bloquear en el mercado chino la competencia extranjera. «Para hacer eso tendrán que ver qué cartas va a jugar China. Si será capaz de nivelar en casa el juego de la competencia y dejar al margen su intervención estatal», explica Muñiz. Por el momento, las señales no anuncían la renuncia del intervencionismo del gobierno chino por lo que es probable que Europa aumente sus escudos protectores para que los chinos negocien en sus mercados. Las democracias liberales tienen que valorar si en esta guerra les conviene renunciar a sus principios para hacer frente al dragón rojo.