Se nos ha dado a los hombres, al ser libres, una enorme responsabilidad: ¿Qué hacer con nuestra vida?… Porque sabemos, que la vida la hacemos con nuestras acciones y omisiones de cada día y, que hacemos uso de la libertad con nuestras actuaciones y decisiones de cada momento, querámoslo o no, seamos conscientes de ello o, nos pase inadvertido. Quizás, no sabemos por qué vivimos pero, hemos de tratar de averiguar para qué hemos nacido. Ya que ello, nos facilitará conocer el para qué de nuestra libertad. Porque intuimos, que la vida y la libertad, tienen que tener un sentido, una finalidad…
Vivir por vivir, como si fuéramos un accidente de la naturaleza, repugna a nuestra inteligencia, que ve en la misma, un orden y un sentido. Pero que, aunque nos es con frecuencia desconocido a título personal, no deja de existir. Nuestra ignorancia no impide, sino al contrario, nos empuja a la búsqueda del sentido de nuestra vida.
Pero la existencia de un fin para nuestra vida exige, por lógica, la necesidad de un orden y ello, aquí y ahora, resulta incómodo. Nos gustaría que la vida fuera simplemente para vivirla lo mejor posible, sin responsabilidades, ni problemas.
Es la mentalidad adolescente que vive en, por y para el presente, ignorando un futuro que cuando llega, nos trae las consecuencias de cada ayer que vivimos sin contar con el mañana. Un mañana de entonces, que de una manera u otra se nos enfrenta en un ahora, que es lo que realmente vivimos. El pasado ahí quedó y nos dejó sus secuelas, y el futuro lo condicionamos siempre con nuestro actuar inmediato.
Vivimos en un país que, aún todavía, a pesar de la enorme crisis económica, posee un alto nivel de vida y, ¿por qué no vamos a disfrutarla?… Nuestros hijos, si los tenemos, procuraremos que gocen, lo más posible, de aquello que nosotros hemos obtenido. Con ello justificamos nuestro propio egoísmo, pero, ¿aseguramos nuestro y su propio futuro?…
Todavía no hemos reaccionado. Queremos vivir en una sociedad de bienestar que no es para siempre. Sabemos que su duración es limitada, y al final, en nuestro personal final, nos miraremos las manos, y nos preguntaremos que hemos hecho a lo largo de la misma. Para poder estar bien, hace falta primero “ser bien”, ser libres de verdad. La libertad no es para hacer lo que nos apetece, lo que nos gusta, lo que nos resulta placentero sino, para poder realizar porque queremos, porque nos da la gana, aquello que nos lleva, y conduce a los demás, a la felicidad. ¿Cómo puedo ser feliz en una sociedad, donde los que me rodean están tristes y sufren?…
Somos “realistas” y vivimos el presente procurando tener cuantos menos problemas mejor. Y educamos a nuestros hijos en estos valores de bienestar y placer. Por no sufrir, ni siquiera exigimos a los chavales que sean mejores y se esfuercen. Porque, ellos nos preguntan ¿por qué he de esforzarme y ser mejor? Y no sabemos, ni encontramos respuesta. Hacemos las cosas que ellos deberían hacer, y decimos que lo realizamos por y para ellos. Sin embargo, la realidad es que es mucho más fácil hacer, que hacer hacer.
Somos “realistas” y aceptamos que el amor no es para siempre y cambiamos de pareja, olvidando nuestras promesas, cuando nos resulta oportuno y, cada día, procuramos ser más civilizados y tolerantes en la separación, con el argumento de que así, “apenas” sufren los hijos.
Somos “realistas” y procuramos trabajar en aquello que da mucho dinero, aunque no nos guste, e inculcamos a los chavales que estudien aquello que prevemos será lucrativo…
Somos “realistas” y prevemos que los hijos nos abandonarán cuando seamos mayores y, poco a poco, para que la separación nos resulte “natural” procuramos que ellos vivan su vida.
Somos “realistas” y pasamos de los problemas del tercer mundo, mirando con recelo a los inmigrantes y, con desinterés o desprecio, a los políticos propios y ajenos.
Aceptamos, resignados y sin ilusión, una vida, que no es propia del ser humano porque, no hemos nacido para consumirla en nuestro provecho sino, para ganando nuestra libertad, ser capaces, dominando nuestras debilidades y egoísmos, de amar. El amar es darse. El ser humano vive y muere por y para los demás, si vive una vida auténticamente humana, que por serlo, aunque muchas veces no lo queramos pensar, es inevitablemente trascendente.
Hemos nacido para amar y el amor es el fin de nuestra existencia, pero amar sólo lo pueden hacer aquellos que son libres, y la libertad hay que lograrla con el esfuerzo, que el desarrollo de nuestra voluntad nos procura, y con el conocimiento de la verdad, que da sentido y nos libera.