La mañana del 5 de abril, el monarca regresó al trono en un giro inesperado que quedaría marcado como uno de los episodios más insólitos y decisivos en la historia de Bélgica
El 4 de abril de 1990, un hecho insólito marcó la historia de Bélgica. Durante 24 horas, el rey Balduino renunció temporalmente a la corona, un gesto radical que le permitió eludir la firma de una ley del aborto aprobada por el Consejo de Ministros. Para el monarca, un hombre profundamente marcado por sus convicciones cristianas, aquella ley iba en contra de todo lo que creía. Su fe y su conciencia no le permitían firmarla.
La solución fue tan audaz como singular: el artículo 82 de la Constitución belga permitió que el rey fuese declarado «temporalmente incapaz para reinar». Mientras tanto, el primer ministro Wilfried Martens asumió la regencia y la Alta Cámara aprobó la norma.
Al día siguiente, el 5 de abril, Balduino volvió a ocupar el trono, tras un episodio sin igual en la historia del país. El rey, que había asumido el trono en 1951 con tan solo 21 años, tras la abdicación de su padre, Leopoldo III, había sido testigo de momentos de gran carga emocional.
Desde la muerte de su madre cuando apenas tenía 5 años, hasta la invasión nazi de Bélgica cuando tenía 10 o las segundas nupcias de su padre a los 11, lo habían convertido en un joven solitario, introvertido y profundamente devoto, tanto que su verdadero deseo era ingresar en el seminario.
Fabiola de Mora y Aragón entra en escena
Pero todo dio un giro de veleta. Aunque su vocación sacerdotal nunca se materializó, Balduino confió en el futuro cardenal Leo Suenens para que cumpliera un papel crucial en su vida personal: encontrarle una esposa después de una década de reinado en solitario, en la que se rumoreó sobre posibles enlaces con figuras como la Reina Sofía o Doña Pilar de Borbón.
Sin embargo, el destino le presentó a Fabiola de Mora y Aragón, una aristócrata española cuya vida y fe coincidían a la perfección con las de él. Fabiola, que también había contemplado la vida religiosa antes de conocer al rey, compartía con él el deseo de servir a los demás.

El Rey Balduino fue, ante todo, un hombre enamorado de su mujer Fabiola de Mora y Aragón GTRES
Balduino no ocultó jamás lo profundamente enamorado que estaba de su mujer. Cuando la conoció, escribió emocionado: «Era demasiado bonito; tenía ganas de llorar de alegría o gratitud a nuestra Madre del Cielo». Sus palabras no eran solo una declaración de amor, sino un reflejo de la emoción de haber encontrado a su compañera de vida, a la que definía como «más bella que una leyenda» y en la que le parecía «estar soñando despierto».

«No dejaba indiferente a nadie»
«A mí me habló el rey Balduino, y me sentí único cuando me miraba»
Casados en diciembre de 1960 en la majestuosa catedral de Bruselas, el matrimonio de Balduino y Fabiola estuvo marcado por un profundo amor pero también por la dificultad no tener descendencia: Fabiola sufrió varios embarazos ectópicos y cinco abortos, lo que dejó una huella profunda en ambos.
A pesar de las tragedias personales, el amor y la fe fueron los pilares que sostuvieron a la pareja real y lo que les ayudó a resistir las críticas y la hostilidad de ciertos grupos que cuestionaban su capacidad para gobernar sin un heredero. «Se aprende algo de esa experiencia. Tuve problemas con todos mis embarazos, pero sabes, al final creo que la vida es bella», llegó a declarar Fabiola a la prensa.
Un santo en potencia
Con la luna de miel en Córdoba comenzó, después de Dios y Fabiola, el tercer gran amor de la vida de Balduino: España. El matrimonio real se enamoró no solo de su fe y su compromiso, sino de la tierra ibérica, recorriendo sus rincones más entrañables, con Ávila como su refugio favorito por su conexión con santa Teresa, por quien Balduino tenía gran devoción.
Cada verano, el rey y la reina se retiraban a la tranquilidad de Motril, en la costa granadina, en un palacio llamado Villa Astrida, en honor a la madre de Balduino. Fue allí, tras una operación de corazón, donde su vida se apagó de manera abrupta el 31 de julio de 1993, dejando a Bélgica con el corazón roto.
La noticia de su muerte recorrió el mundo, y medio millón de personas se agolparon en la capilla ardiente para rendir homenaje a su rey. Fabiola, con una elegancia conmovedora, cumplió el último deseo de Balduino: vestir de blanco en su luto, como símbolo de la pureza de su fe y una tradición de los antiguos monarcas europeos, antes de que los Reyes Católicos impusieran el negro.
Tres décadas después, el Papa Francisco, en una misa celebrada el pasado septiembre en Bruselas en el estadio con el nombre de Balduino, anunció el inicio del proceso de beatificación del rey, a quien definió como «un hombre de fe y ejemplo para los gobernantes».