Dos expertos en disciplina positiva: «Las prisas son el mayor enemigo de la paz en casa»

Isabel Cuesta y Daniel Pérez alertan sobre el peligro de etiquetar a los hijos como «llorones» o «enfadicas»

Así ayuda la disciplina positiva a dejar de actuar como padres bomberos ante un mal comportamiento

‘Mis emociones molan. Sí, aunque algunas no me resulten agradables. Las emociones no son negativas ni positivas. Todas son necesarias porque nos dan información muy importante para vivir’. Con esta palabras, tan claras y directas, comienza el último libro que han publicado Isabel Cuesta y Daniel Pérez, fundadores de Educa en Positivo, ‘Mis emociones molan’ (Beascoa).

Este matrimonio, padres de tres hijos, saben muy bien de lo que hablan. Los gritos, enfados o rabietas… también forma parte de su día a día. La clave, apuntan, está en cómo gestionan los adultos las emociones desbordantes de sus hijos porque «una persona que llora no es ‘llorona’ ni una que se enfada es ‘enfadica’ o ‘gruñona’. Las etiquetas son muy fáciles de poner, pero muy difíciles de quitar; algunas personas llegan a arrastrarlas durante toda su vida», explican los expertos, que se acercan a las emociones desde la base de su especialidad, la disciplina positiva.

-‘Mis emociones molan’. ¿Estáis seguros? A más de un papá o mamá no le gustan los lloros o los gritos cuando llegan tarde al cole…

¡Las prisas!, sin duda son el mayor enemigo de la paz en casa, ¿verdad? Efectivamente, un desborde emocional cuando tenemos el reloj recordándonos que llegamos tarde es toda una contrariedad. Sin embargo, no podemos culpar al niño por ser un ser humano que siente y que usa instintivamente las herramientas que le ha dado la naturaleza para poder sobrevivir. Lo que de verdad puede ayudar es que el adulto cambie la interpretación, que aprenda a entenderle, que deje de tomárselo como algo personal (‘me está montando una rabieta’), si no como una petición de ayuda. De esta forma aumentan las posibilidades de conectar, de que ellos cooperen y que formen parte de las soluciones.

Es de vital importancia entender qué nos quiere transmitir cada emoción, permitir que la expresen sin miedo al juicio, que se sientan acompañados y comprendidos, para superar cada reto de la vida con mayor seguridad. Estaremos invirtiendo en su futura calidad de vida, ya que la salud emocional y la salud física van de la mano.

-‘Las emociones no son negativas ni positivas’. Es una afirmación que a muchos les costará porque siempre está el clásico ‘no llores’. ¿Entienden los padres de hoy las emociones?

Esta es una idea que a veces cuesta, ya que estamos acostumbrados a ver algunas emociones como «malas» o «negativas». Sin embargo, cada vez más padres empiezan a comprender que todas las emociones tienen una función. Las emociones no deben clasificarse en «buenas» o «malas» porque cada una de ellas nos ayuda a adaptarnos a las distintas situaciones de la vida. Nuestro libro intenta transmitir que las emociones, cuando se comprenden, nos ayudan a vivir mejor y a relacionarnos de manera más empática y plena.

-¿Cómo gestionar el enfado en casa? Explicáis en el libro la necesidad de respirar profunda y lentamente. Pero, en el momento de la discusión, vienen los gritos, las malas palabras, el portazo de la puerta de la habitación… Ósea, a un niño enfadado no le va a dar por pensar en ese momento ‘voy a respirar’

¿Consigue el adulto pararse a respirar antes de gritar? No pongamos el foco en los niños y asumamos nuestra responsabilidad: ser modelos de lo que queremos que ellos aprendan.

Sabemos que no es fácil, sobre todo en medio de un conflicto. Es importante que los padres aprendamos a acompañar a nuestros hijos en su enfado cuando algo no sale como esperan. Al principio, su reacción puede ser gritar, pero con entrenamiento y perseverancia pueden descubrir que hacer una pausa y respirar profundamente les ayuda a recomponerse y a tomar mejores decisiones sin dañar a los demás, ni a ellos mismos.

Este ejemplo muestra que el enfado puede ser útil si aprendemos a canalizarlo de forma adecuada. Nadie nos ha enseñado a «ser padres», los niños no vienen a este mundo con un manual de instrucciones, pero nosotros apostamos por la formación para convertirse en los guías que nuestros hijos necesitan. En realidad, nuestro objetivo como padres es preparar a nuestros hijos para la vida y no la vida para nuestros hijos. De ahí la importancia de formarse.

-‘La alegría puede ser desbordante’, explicáis. Es algo que muy pocos adultos se paran a pensar porque quieren que sus hijos siempre estén contentos

¡Sin duda! La alegría es una emoción maravillosa, pero a veces puede resultar abrumadora. Por ejemplo, en el libro mostramos cómo en una fiesta de cumpleaños, un niño se emociona tanto que empieza a correr y a gritar de forma descontrolada. Esa emoción le desborda y actúa de forma muy nerviosa, es decir no tiene herramientas para reaccionar de forma funcional al sentir esa emoción. Finalmente, aprende que pedir un abrazo de 8 segundos o salir a tomar aire son formas de disfrutar de su alegría sin sentirse sobrepasado. Así, mostramos que incluso las emociones agradables necesitan ser acompañadas para no desbordarse.

-¿Se tiende a ridiculizar a los menores cuando sienten vergüenza?

Lamentablemente, esto sucede con frecuencia. Sin embargo, cuando entendemos que la vergüenza es una emoción natural, podemos acompañarlos con más empatía. En el libro, abordamos esta emoción a través de una situación en la que un niño se siente paralizado al llegar a un sitio lleno de gente desconocida. En lugar de presionarlo o ridiculizarlo, sus padres le dicen que puede tomarse su tiempo para adaptarse. Este enfoque le ayuda a sentirse comprendido, a ganar seguridad y a superar la situación sin miedo al juicio.

-¿Cómo gestionar la envidia entre los hermanos?

La envidia en realidad es lo que solemos denominar como «celos«. Este problema es muy común en las familias cuando hay varios hermanos. En nuestro libro, exploramos esta emoción cuando un niño siente celos porque su hermano pequeño recibe más atención. Para ayudarle a transitar esta emoción, sus padres le explican que en la familia todos tienen un lugar importante. De esta forma, el niño entiende que la envidia no es algo «malo» y que puede expresarla sin avergonzarse. Este ejemplo ayuda a los hijos a reconocer la envidia y a aprender a regular sus reacciones ante esta emoción de una forma sana.

-Cuando explicáis cada emoción, intentáis acabar con las etiquetas ¿no?

Sí, esto es algo fundamental para nosotros. Las etiquetas como «miedica» o «enfadica», por ejemplo, limitan a los niños y les hacen pensar que su emoción define quiénes son. En el libro, alentamos a los padres a evitar estas etiquetas y, en cambio, enseñar a los niños a reconocer sus emociones y a sentirse seguros a la hora de expresar cómo se sienten. Si ayudamos a los niños a ver que sus emociones no los definen, estamos contribuyendo a que desarrollen un mejor autoconcepto, una autoestima más sana, a ser más flexibles y a sentirse libres de estigmas que les limiten en su vida.

-Frustración. Hay quien dice que no dejamos a los niños frustrarse. ¿Por qué es importante la frustración?

La frustración es una emoción clave porque enseña a los niños a enfrentar situaciones en las que no tienen por qué obtener lo que desean de inmediato. Vivimos en una sociedad en la que todo parece que tenemos que tenerlo «ya» y al «todo a un clic», pero saber identificar y transitar la frustración les permite aprender a perseverar y a adaptarse a los tiempos y desafíos. Enfrentar la frustración les da a los niños herramientas para desarrollar la resiliencia, una habilidad esencial para la vida adulta. Es importante, a su vez, que los padres aprendan a tolerar su propia frustración al ver a sus hijos frustrados. El verdadero cambio comienza en los adultos.

-¿Es tristeza la gran incomprendida?

Es una de esas emociones que los padres intentamos evitar en los niños, pero que en realidad es esencial. En el libro, mostramos cómo un niño llora tras perder algo que quería mucho. En vez de distraerlo, su madre le permite expresar su tristeza y lo consuela. Esto le enseña que la tristeza, lejos de ser «mala», es una emoción que nos ayuda a procesar nuestras pérdidas y a reflexionar sobre ellas. Así, los niños aprenden que sentir tristeza es normal, natural y necesario para sanar. El problema de no hacerlo es que el mensaje que lanzamos es que no está bien sentir determinadas emociones y entonces, para sobrellevarlo, buscarán formas para no sentir, siendo el caldo de cultivo para desarrollar adicciones.

-Después de repasar las emociones, ¿cuál es la clave para saber gestionarlas?

La gestión emocional es un aprendizaje constante que comienza con el autoconocimiento y la formación. Para los padres, formarse en educación emocional resulta clave, ya que permite entender mejor las emociones propias y las de los hijos, creando así un ambiente en el que el niño puede sentirse seguro y comprendido.

Al desarrollar nuestras habilidades emocionales como adultos, logramos acompañar a los niños de una forma respetuosa y efectiva, facilitando que ellos mismos aprendan a identificar, aceptar y expresar sus emociones sin miedo o culpa. Esto contribuye su bienestar presente y futuro.

Con el tiempo, los niños que crecen en un entorno donde se validan y acompañan adecuadamente las emociones, desarrollan mayor resiliencia, empatía y capacidad de autorregulación, aspectos que les beneficiarán en todas las etapas de la vida. Y, sobre todo, es la mejor prevención para futuras adicciones, ya que podrán sentir cada emoción sabiendo que estas respuestas de nuestro cuerpo son normales, que no hay nada de malo en ello y que pueden expresar y encontrar la manera de transitarlas, sin dañar a los demás, ni a ellos mismos.