De todas las opciones, el régimen de los ayatolás eligió un enfrentamiento abierto contra el Estado judío y eso cambia las reglas de Oriente Medio
Oriente Medio había contenido el aliento a la espera de ver cómo Irán vengaría el bombardeo israelí contra el Consulado en Damasco en el que murieron siete comandantes de la Guardia Revolucionaria y que tuvo lugar el pasado 1 de abril. Teherán había amenazado con una respuesta contundente a este ataque aéreo. El líder supremo, el ayatolá Alí Jamenei, había declarado públicamente que Israel «debe ser castigado». Al igual que ocurrió con la invasión militar rusa de Ucrania en febrero de 2022, Estados Unidos había advertido que la represalia iraní se produciría en las siguientes 48 horas. Irán ha confirmado este domingo que avisó a sus aliados y actores de la región 72 horas antes del ataque.
El bombardeo quirúrgico de Israel había sido especialmente «audaz y doloroso» como ha explicado el analista en Oriente Medio, Bilal Y. Saab, del Chatham House. «De un solo golpe, Israel acabó con la cúpula militar iraní en Siria, así como con un enlace vital con Hizbulá -el general Mohammad Reza Zahedi-, el apoderado más importante y poderoso de Irán en la región». Irán, asegura Bilal Y. Saab, estaba obligado a actuar porque «la inacción o una respuesta débil podría dañar la cohesión política interna del régimen iraní».
El régimen iraní tenía varias opciones sobre la mesa: podría haber respondido en varios frentes activando sus milicias en toda la región; podría haber atacado posiciones israelíes clandestinas en los Altos del Golán o Erbril. Fue la opción elegida en enero de 2024, cuando los guardias revolucionarios iraníes anunciaron haber atacado una sede del espionaje israelí en la región del Kurdistán iraquí. Pero, finalmente, Teherán optó por atacar directamente objetivos militares israelíes. Lo hizo con una lluvia de 300 misiles crucero, balísticos y drones suicidas que, afortunadamente, fueron repelidos por las defensas antiaéreas israelíes con la ayuda también de Estados Unidos, Reino Unido y Francia.
La misión diplomática de Irán en la ONU ha asegurado que, por su parte, la represalia ha finalizado y ha advertido a Israel de que la próxima vez el bombardeo será «más severo». La Plaza de Palestina en Teherán ha amanecido con un mural en el que se puede leer: «La próxima bofetada será más fuerte». Tras este ataque sin precedentes contra Israel, el primero directo de Irán contra el Estado judío desde su creación en 1948, todas las miradas están puestas ahora en cuál será la respuesta de Israel. Igual que ocurriera con Irán, el Gobierno de Netanyahu tiene varias opciones sobre la mesa. Podría escuchar a sus aliados y a sus vecinos de la región y ejercer lo que se conoce como «paciencia estratégica», absteniéndose de responder de forma recíproca. También podría tomar represalias con una serie de ataques similares, cuidadosamente calibrados, con misiles de largo alcance, dirigidos únicamente contra las bases de misiles desde las que Irán lanzó el ataque de anoche.
O podría optar por subir las revoluciones, atacando objetivos militares como las centrales nucleares iraníes. Este, al parecer, es el gran temor del régimen iraní.
Cualquiera que sea el escenario, el ataque con misiles y drones de Irán hacia Israel es un ejemplo de cómo los atentados del 7 de octubre han cambiado las dinámicas en Oriente Medio que se ha convertido en un auténtico polvorín. Incluso si Tel Aviv se abstiene a responder con contundencia y calibra su respuesta es difícil no ver consecuencias para la seguridad de la región. Tras este ataque directo hace que la amenaza de un conflicto armado regional sea recurrente con un consecuente aumento de la incertidumbre en los mercados energéticos mundiales y una muy posible subida de los precios del petróleo, aunque sea de manera temporal. Un conflicto cuyas consecuencias se dejarán sentir más allá de Oriente Medio.