Alcaraz, campeón del Conde de Godó con una doble exhibición

En 2005, tenía 18 tenía Nadal cuando ganó su primer Conde de Godó, contra Juan Carlos Ferrero. En 2022, la revancha al valenciano le llegó de la mano de su pupilo, Carlos Alcaraz, con 18 años. Campeón del Conde de Godó con una exhibición de fortaleza física, tenística y mental. Ante un Pablo Carreño bravo y férreo, pero al que no le alcanzó para inclinar el partido a su juego. Tercer título del curso para el que recién estrena su entrada en el top ten, que será mucho más porque de tenis va sobradísimo y de hambre no digamos. Cuarto para el murciano, lo dicho, 18 años, y con una impecable hoja de ruta quizá solo manchada por la lección que se llevó del Masters 1.000 de Montecarlo. En la final de Barcelona, las lecciones las dio él.

Dos pegadores de pro, con la derecha como martillo pilón, dos rocas al fondo y al saque. Los cuatro primeros juegos se ganaron en blanco. También dos amigos. Se entrenan juntos, conviven casi juntos, hacen puzles juntos. La amistad se queda fuera, pero no el conocimiento del juego del rival. El primer punto al resto, en el quinto juego, para Alcaraz, mucho más suelto que en su semifinal de la mañana contra De Miñaur. Ya en calor, lo que también necesita el murciano para convertir sus passing en oro, sus ataques en puntos, sus opciones de rotura en el primer mordisco del set.

La velocidad y la forma con la que se mueve Alcaraz en la pista se asemeja a las de un boxeador, siempre con los pies en el aire, como si levitara en lugar de pisar. Con esa celeridad y la facilidad de lectura de los lanzamientos de su compañero de entrenamientos, trató de picar como una abeja en el séptimo juego. Pero es Carreño una roca cuando se permite entrar en la pista. Salvó el asturiano cinco bolas de rotura, moviéndose para esconder su revés, algo más dubitativo que el de su rival; devolviendo las lecturas en las dejadas porque también él es maestro en este arte, y también de esos latigazos que el murciano construye a una velocidad supersónica y ejecuta a la perfección.

Aguantó esa vez, pero percute Alcaraz sin desmayo. Como si no hubiera disputado una semifinal con los dientes apretados contra Álex de Miñaur, tres horas y cuarenta minutos (por la hora y 40 que jugó Carreño contra Schwartzman), dos bolas de partido en contra. Tal es su potencia física. Capaz de convertir en menos de un segundo un golpe fuerte en un obús solo con la velocidad a la que mueve el brazo hacia atrás, en ese círculo mágico en el que consigue que la pelota multiplique sus revoluciones y deje sin opciones de respuesta al otro lado de la red, incluso a un Carreño pétreo. Tal es su calidad en el último instante del movimiento del drive, en el que hay que modelar la muñeca para que la bola viaje potente y decidida al lugar donde uno quiere. Octava bola de break con ese drive que tanto le ayudará a ganar. En esta ocasión, el set. 36 minutos. La picadura del pupilo del Mosquito (como se conocía a Juan Carlos Ferrero).

Concentradísimo el murciano con su servicio, 91% de puntos ganados en el primer set (solo dos perdidos), estuvo inexpugnable desde el fondo, un muro cada vez más alto para la cordura de Carreño. El asturiano respiraba con sus saques, el único momento en el que podía imponer su plan de juego, y aún así no dejó de sufrir, aliviado por alguna caña de más que impactó Alcaraz.

Solo en el quinto juego disfrutó el asturiano de estar por delante en el marcador al resto. Un 15-30 que Alcaraz alivió con una dejada impecable con su derecha. Y después, palo tras palo para amarrar otro juego, olvidar el peligro, martillear de nuevo en la mente de Carreño. Y de ese instante de holgura del asturiano que no aprovechó a la bola de break que el murciano sí convirtió. Puños cerrados, mirada fija en la pelota, ni un solo hueco para el remordimiento en algún punto perdido ni la duda en los que llevaba a favor. Y si hubo algún otro momento en el que Carreño encontraba algún resquicio, Alcaraz lo cerraba en la siguiente oportunidad de un manotazo.

A Carreño ya no le quedaron más ideas, anuladas todas las que había puesto sobre la pista por un ciclón de 18 años. En el último juego, ni siquiera su saque lo contuvo. Una doble falta, dos errores con el revés y Alcaraz cierra la semana con un colofón a lo grande, lo que ya es. Tercer título (Río de Janeiro, Miami y Barcelona) y a la conquista de Madrid, donde tuvo su bautismo en España en su decimooctavo cumpleaños contra Rafael Nadal. Este que aparecerá esta próxima semana no es aquel.

«En la semifinal he tenido más dudas. Tuve que luchar lo que no está escrito. Y esta tarde tenía las cosas más claras. Ha sido el mejor partido del torneo sin lugar a duda», se expresó tras ganar, contenida su celebración porque al otro lado de la pista sigue siendo un amigo.

«Ha sido una semana muy movida. ha habido de todo: buen tenis, irregular e inconsistencia. La habilidad de Carlos es que puede jugar a gran intensidad. Y se lleva un torneo muy importante para los españoles por la tradición. El esfuerzo ha sido tremendo, no ha habido muchas ocasiones en los que se juega dos partidos así. Tres horas y 40 minutos, dos bolas de partido abajo, con un passing imposible. Pero en la final ha sacado fuerzas. Le dije que el cansancio era algo mental, que había que ponerle muchas ganas e ilusión», expuso Juan Carlos Ferrero, su mentor.