El Parlamento da su confianza al líder socialdemócrata al frente de una inédita coalición con verdes y liberales por 395 votos a favor y 303 en contra
Scholz es un corredor de fondo de la política. Nacido en Osnabrück (Sajonia) hace 63 años, se afilió al SPD en 1975 y es diputado del Bundestag desde 1998. Adscrito al ala más moderada y centrista del Partido Socialdemócrata, fue un ferviente defensor de las reformas puestas en marcha por Schröder y su Gobierno rojiverde para salvar a Alemania de su declive económico. Aquel tijeretazo del hasta entonces generoso Estado del Bienestar supuso el divorcio del SPD con el voto obrero. En veinte años, los socialdemócratas perdieron a la mitad de sus votantes.
En una audaz decisión, la dirección socialdemócrata, en manos de los izquierdistas Saskia Esken y Norbert Walter-Borjans, se adelantó en agosto del año pasado al resto de partidos y anunció a Scholz como su candidato a la Cancillería. La dupla del SPD reconocía que su derrotado rival en la primarias de unos meses antes era su mejor baza electoral para afrontar la era post Merkel.
Sin carisma ni don de palabra, Scholz, vicanciller y ministro de Finanzas desde 2018, ha hecho de su gestión de las consecuencias económicas de la pandemia su mejor arma. Como responsable de Hacienda, rompió con la sacrosanta disciplina fiscal germana para inyectar liquidez a una economía lastrada por la pandemia. Su iniciativa de introducir una jornada laboral reducida subvencionada evitó que millones de trabajadores acabaran en el paro durante la crisis. «Comienza una nueva era, no solo en el sentido de dar forma al periodo posterior al coronavirus, sino también en cuanto a cómo gestionamos en la próxima década a nuestro país, cómo gestionamos el futuro de Europa», promete Scholz.
En campaña, ha buscado sin ocultarlo erigirse como el sucesor natural de Merkel. El mimetismo ha sido tal que ha llegado a utilizar el eslogan que esta utilizó en su campaña de 2013 («Ustedes ya me conocen») o a llamarse «cancillera». Incluso ha imitado el «rombo de Merkel», su característico gesto uniendo sus manos como símbolo de consenso y unidad.
El candidato preferido por los alemanes
Estancado durante meses en el 15% de intención de voto mientras conservadores y verdes se peleaban por el favor de los electores, Scholz adoptó su perfil de tecnócrata eficiente. Su imagen de un estadista que irradia seguridad empezó a seducir a unos alemanes que empezaban a sentirse huérfanos de «Mutti». Los errores de sus rivales, Armin Laschet (CDU) y Annelena Baerbock (verdes), hicieron el resto para colocarle a la cabeza de los sondeos. Un 67% de los alemanes le ve capacitado para gobernar el país. En caso de poder elegir directamente a su canciller, un 47% votaría por Scholz, frente al 20% que se decantaría por Laschet y un 16% por Baerbock.
Los escándalos financieros que ensombrecen su gestión desde que era alcalde gobernador de Hamburgo (2011-2017), sin embargo, parecen no pasarle factura. Como ministro de Finanzas, sus supervisores no fueron capaces de detectar la quiebra de la empresa de pagos Wirecard. A menos de un semana de las elecciones, tuvo que comparecer ante el Parlamento para dar explicaciones de un caso de blanqueo de dinero no detectado por la Unidad de Inteligencia Financiera. Casos todos ellos en los que no se ha demostrado dolo o mala praxis por su parte.