La independencia si es rectamente entendida y vivida, es una cosa excelente, pero hoy, como otros muchos conceptos es frecuentemente interpretada de forma equivocada y, a veces, en su nombre y, paradójicamente, conduce a una dependencia tan grande que convierte a sus partidarios en esclavos de sí mismos y de las ideologías.
El poco comprendido concepto de independencia tiene en muchos casos un acusado sabor de dependencia y así por ejemplo, encontramos personas que,a menudo, por razones egoístas abandonan a sus hijos y a su pareja, olvidando todo tipo de responsabilidad personal y social y lo hacen, en nombre de la independencia y así lo que manifiestan es su enorme dependencia de sus propias debilidades y egoísmos.
De la misma manera, el estudiante que abandona sus estudios diciendo que no quiere estudiar porque es libre e independiente, muestra sus ataduras a la ignorancia de lo que es el estudio (se estudia para aprender, para saber y así, poder obrar mejor); no es consciente de sus limitaciones (no sabe estudiar) y necesita ayuda para hacerlo, (el que se aburre no estudia porque, el que aprende no se aburre, se cansa) es en todo caso, por todo ello, es perezoso para el estudio. Necesita ayuda, un entrenador que le oriente y le anime a superar sus dependencias internas.
De otra parte, la independencia a ultranza está hoy entronizada socialmente. El liberalismo radical preconiza y orienta al ser humano a alcanzar, como meta imprescindible para la autorrealización de la persona, ser independiente a cualquier precio. Para ello, empieza por prescindir de la realidad, que no es otra que, no existe una absoluta y total independencia. Somos seres limitados, que vivimos en sociedad y dependemos, necesariamente para nuestra seguridad y supervivencia, de los demás, de la familia, la sociedad, la ley, etc.
La importancia que actualmente se da a la independencia radica, en que es una reacción lógica, contra el hecho de que otros nos controlen, nos definan, nos usen y nos manipulen.
Es el tipo de reacción que lleva a “romper las cadenas”, “liberarse”, “auto afirmarse”, “vivir la propia vida” etc. Y ello, lo que hace es, manifestar de forma más evidente, las dependencias más radicales y en el fondo más esclavizantes.
Dependencias, de las que además, uno no se puede escapar porque son internas y no externas. Huir de nuestras responsabilidades no es conseguir ser independientes sino, cargar con el peso de nuestra debilidad.
Así, tal es el énfasis puesto por tantos individuos y grupos sociales en conseguir liberarse, como primero y principal objetivo para lograr lo que llaman el progreso -por ejemplo- que orillan, apartan principios como: la comunicación, el trabajo en equipo, la solidaridad, el respeto a la palabra dada… que es respeto a la persona y a la cooperación.
Porque, de alguna manera, la persona es necesariamente dependiente por naturaleza. Y es y debe manifestarse fielmente dependiente de lo que ama, de aquello que- libremente- ha decidido querer. Al no hacerlo así, actúa en contra de su propia naturaleza, lo que acaba por perjudicarle.
El tema de la dependencia es una cuestión de madurez personal que tiene poco que ver con las circunstancias. Incluso en circunstancias mejores, óptimas, la inmadurez y la dependencia pueden persistir y muchas veces persisten.
De otra parte, y teniendo muy presente lo que acabamos de comentar, la independencia de carácter nos da fuerza para actuar, en vez de que se actúe sobre nosotros. Nos libera de depender de las circunstancias y de otras personas. Porque –precisamente- lo que más nos ata, son nuestros propios defectos y limitaciones. Esta sí que es una meta liberadora que merece la pena a superar. Pero no es la meta final, aunque sí imprescindible, para alcanzar una vida eficaz en lo personal y profesional.
De todas formas, las personas independientes pero sin madurez para pensar y actuar interdependientemente, pueden ser buenos productores individuales, pero no será ni buenos directivos, ni buenos líderes, ni buenos miembros de un equipo. No actúan desde el concepto de interdependencia necesario para tener éxito en los diferentes ámbitos en los que se mueve.
El concepto de interdependencia es mucho más maduro, más avanzado. La persona físicamente interdependiente es capaz de valerse por sí misma, pero comprende que trabajando con otros logrará mucho más de lo que conseguiría sola e incluso en el mejor de los casos. Si se es emocionalmente interdependiente, se obtiene interiormente una gran sensación de valía, pero además se reconoce la necesidad que todo ser humano tiene de dar y recibir amor. Si se es intelectualmente interdependiente, se sabe que junto a los mejores pensamientos propios se necesitan los mejores pensamientos de los demás.
Como persona interdependiente, se tiene la oportunidad de compartir profundamente con los demás y por ello, se tiene acceso a los recursos y potencias de otros seres humanos. Pero esto supone sobre todo, crear el ambiente humanístico apropiado, dentro de la organización y de la empresa, lo que hará posible establecer los cauces idóneos para incrementar la actitud de participación y colaboración entre los diversos miembros que la componen.
La interdependencia es una elección que sólo está al alcance de personas independientes. Las personas dependientes no tienen el carácter necesario para hacerlo, no sólo bastantes dueñas de sí mismas para vivir las exigencias que comporta ser interdependiente.
Por eso los hábitos que en otros artículos iremos describiendo tienen que ver con el incremento de la capacidad del autodominio personal. Llevan a las personas de la dependencia a la independencia y, desde la misma, a la interdependencia. Son lo que podríamos llamar victorias privadas, la esencia del desarrollo del carácter que viene a configurar una fuerte personalidad.
Un ejemplo de interdependencia es la necesidad que tenemos todos, unos de otros, para poder sobrevivir, especialmente hoy, en las especiales circunstancias en que vivimos.