La UE se traba (y la culpa no es de Bruselas)

Los gobiernos europeos tienen poco más de un mes y medio para tomar una decisión que marcará el futuro de la Unión Europea. O lo que es lo mismo: el de usted, el de su vecino y el de la empresa para la que usted trabaja. De seguro ha escuchado ya hablar de alguna de las múltiples caras que tiene este dilema -desde crear un Fondo Monetario Europeo a un superministro de Economía del euro- pero, ante todo, se trata de aclarar de una vez hacia donde vamos. Juntos, revueltos, o más o menos separados.

La lista de ideas puestas sobre la mesa es larga. Corresponde ahora a los líderes europeos -con mención especial a Angela Merkel y Emmanuel Macron– ponerse de acuerdo en cuáles hacer realidad. Y cómo. En realidad, pese a la complejidad de las ideas que circulan -es típico en la Unión Europea buscar enrevesados recursos técnicos cuando se estima que se puede lograr un consenso contundente- en el fondo la discusión se reducen a una sola cosa: atreverse o no.

España e Italia, fuera de juego

Macron y Merkel se han comprometido a presentar su visión para la UE en la cumbre en la que se reunirán con el resto de sus homólogos a finales de junio. Pero las señales que emite Berlín no podrían ser menos esperanzadoras.París es a día de hoy la única capital desde la que fluye ambición europea. Y tampoco puede apoyarse sobre sus aliados naturales, Madrid y Roma, descartados por incomparecencia.

Italia se encuentra a dos pasos de inaugurar el primer gobierno de fuerzas populistas en un gran país europeo. Y el Gobierno de Mariano Rajoy, que en dos legislaturas ha demostrado su falta de pericia en las cuestiones comunitarias, se encuentra tan desbordado por la cuestión catalana que centra sus esfuerzos internacionales en este frente, olvidando las grandes batallas que se libran más allá de los Pirineos

Con este panorama, Macron es cada vez más consciente de que buena parte del peso recae sobre sus hombros. Quizás el último desplante de Donald Trump a Europa, con la retirada de EEUU del acuerdo nuclear con Irán, tenga un efecto colateral positivo si el presidente francés comprende que su “diplomacia del beso”, de las buenas formas y la seducción, tiene sus límites. Tanto fuera de Europa, como dentro.