El Pontífice agustino presenta su primer gran documento, titulado Dilexi te, un texto de 121 puntos que aborda con profundidad el tema del servicio a los pobres, en cuyo rostro —dice— encontramos «el sufrimiento de los inocentes»
«Dilexi te», «Te he amado». Con estas palabras, León XIV abre un texto que no se detiene en diagnósticos ni programas, sino que desvela la hondura del amor de Cristo «que se hace carne en el amor a los pobres». Desde su título, el documento se enlaza con la última encíclica de Francisco, Dilexit nos, y continúa su eco: la certeza de que el Evangelio no se comprende sin los que sufren.
No es una exhortación sobre la Doctrina Social de la Iglesia, sino una invitación a redescubrir los fundamentos de la Revelación. En sus páginas, el Papa subraya «el fuerte vínculo que existe entre el amor de Cristo y su llamada a estar cerca de los pobres». No se trata, dice, de un impulso pasajero ni de un gesto filantrópico, sino de la esencia misma del Evangelio.

«El afecto al Señor está unido al afecto a los pobres». En esta frase late el núcleo del documento. León XIV recuerda que ambos amores son inseparables, porque «todo lo que hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25,40). Y advierte: «no estamos en el horizonte de la beneficencia, sino de la Revelación», porque en el rostro de quien no tiene poder ni grandeza se manifiesta el Señor de la historia.
El Pontífice agustino no elude la autocrítica: también los cristianos —admite— pueden «contagiarse» de «actitudes mundanas, ideologías y visiones político-económicas engañosas». Por eso, su primera exhortación apostólica suena como una sacudida espiritual: «El hecho de que el ejercicio de la caridad resulte despreciado o ridiculizado, como si se tratase de la fijación de algunos y no del núcleo incandescente de la misión eclesial, me hace pensar que es necesario volver a leer el Evangelio, para no correr el riesgo de sustituirlo con la mentalidad mundana».
León sigue los pasos de sus predecesores
León XIV, al firmar esta obra, sigue los pasos de una ilustre estela de Pontífices que han cimentado el Magisterio de la Iglesia sobre los pobres. Al primero que recuerda es a León XIII, quien, con la Rerum novarum (1891),afrontó la cuestión del trabajo, poniendo al descubierto «la situación intolerable de muchos obreros de la industria, proponiendo la instauración de un orden social justo».
Después pasa a Juan XXIII, con su llamamiento en Mater et Magistra (83) para que los países ricos no permanecieran indiferentes ante la miseria; a Pablo VI, cuyo Populorum progressio lo llevó a intervenir en la ONU «como abogado de los pueblos pobres»; y a Juan Pablo II, que consolidó doctrinalmente «la relación preferencial de la Iglesia con los pobres».
El Santo Padre también bebe de Benedicto XVI, cuya Caritas in Veritate ofreció una lectura «que se hace más marcadamente política» de las crisis del tercer milenio. Finalmente, la exhortación representa una continuación directa de la labor de su predecesor, Francisco, quien había comenzado a trabajar en ella y cuyo pontificado hizo del cuidado «por los pobres» y «con los pobres» uno de sus pilares.
Dios habla a través de los pobres
Esta continuidad subraya el «vínculo» fuerte entre el amor de Dios y el amor a los pobres, pues a través de ellos, Dios «sigue teniendo algo que decirnos». León XIV recupera el concepto de la «opción preferencial» por los pobres, originada en Hispanoamérica (16), explicando que no indica «un exclusivismo o una discriminación hacia otros grupos», sino «la acción de Dios que se compadece ante la pobreza y la debilidad de toda la humanidad». Además, señala que el cuidado de los pobres «forma parte de la gran Tradición» de la Iglesia, como un faro de luz que, desde el Evangelio,
«ha iluminado los corazones y los pasos de los cristianos de todos los tiempos».
En su exhortación, el Papa Prevost analiza exhaustivamente los «rostros» de la pobreza, que van desde la falta de sustento material y la marginación social, hasta la pobreza «moral», «espiritual», «cultural» y la pobreza «del que no tiene derechos, ni espacio, ni libertad» (9).
Ante este panorama, el Santo Padre considera que el compromiso para eliminar las causas estructurales de la pobreza es «insuficiente» en sociedades plagadas de desigualdades y nuevas formas de pobreza «más sutiles y peligrosas» (10). Critica las normas económicas que han generado riqueza «pero sin equidad», sentenciando que «la falta de equidad es raíz de los males sociales» (94).

La economía que pide sacrificios al pueblo
En palabras de Francisco, el documento denuncia la «dictadura de una economía que mata», donde las ganancias de unos pocos «crecen exponencialmente», mientras se difunden «ideologías que defienden la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera» (92).
El Pontífice agustino denuncia la falsa lógica que pretende justificar la desigualdad: «Se presenta como elección racional organizar la economía pidiendo sacrificios al pueblo», mientras los poderosos persiguen sus propios fines y los pobres sólo reciben «promesas de gotas» que nunca sacian su sed de justicia. El Papa califica esta dinámica como «una auténtica alienación», una sociedad que —como recordaba san Juan Pablo II— «hace más difícil la realización de la donación y la solidaridad interhumana» (96).
Una de las grandes verdades que se desprende de la exhortación es: «En efecto, muchas veces se percibe que, de hecho, los derechos humanos no son iguales para todos» (94). León XIV preconiza «un cambio de la mentalidad» para librarse de la «ilusión de una felicidad que deriva de una vida acomodada». Además, insiste en que «la dignidad de cada persona humana debe ser respetada ahora, no mañana» (92).
Los migrantes y las mujeres
El Papa dedica un amplio espacio a los migrantes. Recuerda la labor de la Iglesia en su acogida y hace suyos los «cuatro verbos» de Francisco: «Acoger, proteger, promover e integrar». La Iglesia, declara, «como una madre, camina con quienes caminan. Donde el mundo ve una amenaza, ella ve hijos; donde se levantan muros, ella construye puentes. Sabe que el anuncio del Evangelio sólo es creíble cuando se traduce en gestos de cercanía y de acogida; y que en cada migrante rechazado, es Cristo mismo quien llama a las puertas de la comunidad» (75).
Sobre el servicio a los desfavorecidos, el Papa asegura que «Servir a los pobres no es un gesto de arriba hacia abajo, sino un encuentro entre iguales… Por lo tanto, cuando la Iglesia se inclina hasta el suelo para cuidar de los pobres, asume su postura más elevada» (79).

El documento también señala que aquellas que son «doblemente pobres»: «las mujeres que sufren situaciones de exclusión, maltrato y violencia, porque frecuentemente se encuentran con menores posibilidades de defender sus derechos» (12).
El Santo Padre desmonta la idea de que la pobreza sea una elección o un destino ciego, evidenciando la «crueldad y ceguera» de aquellos que se atreven a afirmarlo. En una crítica a la meritocracia, afirma: «no podemos decir que la mayor parte de los pobres lo son porque no hayan obtenido ‘méritos’, según esa falsa visión de la meritocracia en la que parecería que sólo tienen méritos aquellos que han tenido éxito en la vida» (14).
El riesgo de caer en la «mundanidad espiritual»
León XIV defiende la limosna, un gesto a veces «despreciado o ridiculizado», y subraya su valor espiritual, aunque no sea la solución global: «Como cristianos, no renunciamos a la limosna. Es un gesto que se puede hacer de diferentes formas, y que podemos intentar hacer de la manera más eficaz, pero es preciso hacerlo. Y siempre será mejor hacer algo que no hacer nada… Pero necesitamos practicar la limosna para tocar la carne sufriente de los pobres» (119).
La exhortación también es un llamado interno a la Iglesia, advirtiendo que si una comunidad eclesial no coopera en la inclusión, corre el riesgo de caer en la «mundanidad espiritual, disimulada con prácticas religiosas, con reuniones infecundas o con discursos vacíos» (113). En este sentido, insiste: «Hay que decir sin vueltas que existe un vínculo inseparable entre nuestra fe y los pobres» (36).
Además, el documento destaca la importancia del derecho a la educación de los pobres, recordando que «no es un favor, sino un deber». «Los pequeños tienen derecho a la sabiduría, como exigencia básica para el reconocimiento de la dignidad humana» (72), asegura.
Finalmente, el Santo Padre pide a todo el Pueblo de Dios una voz que «despierte, que denuncie y que se exponga, aun a costo de parecer ‘estúpidos’». La justicia estructural es una necesidad ineludible: «Las estructuras de injusticia deben ser reconocidas y destruidas con la fuerza del bien, a través de un cambio de mentalidad, pero también con la ayuda de las ciencias y de la técnica, mediante el desarrollo de políticas eficaces en la transformación de la sociedad» (97).
Para concluir, León XIV recuerda que los cristianos deben dejarse «evangelizar por los pobres», ya que «no pueden considerarlos sólo como un problema social, sino como una ‘cuestión familiar’». Como afirma en uno de los últimos puntos de la exhortación, «los pobres están en el centro de la Iglesia» (111).