Celebrar la fiesta del Pilar no es mirar atrás con nostalgia, sino renovar la certeza de que la Virgen sigue velando por España y por su Iglesia. Ella sigue siendo, hoy como ayer, el pilar que sostiene nuestra fe.
Desde hace muchos siglos, cada 12 de octubre, en España celebramos una de las tradiciones cristianas mas vinculadas con la historia de nuestra patria: la fiesta de la Virgen del Pilar. No se trata de una devoción regional teñida de motivos nostálgicos; es una memoria viva de los orígenes apostólicos de nuestra fe. Según una antigua y venerable tradición, la Virgen María, aún viviendo en Jerusalén, se apareció al apóstol Santiago a orillas del Ebro para animarlo en su misión evangelizadora. Le prometió que la fe no faltaría en estas tierras mientras los cristianos permanecieran fieles a su Hijo. Esa columna —el Pilar— quedó como signo visible de una promesa invisible: que Cristo sostiene su Iglesia a través de la fe transmitida de generación en generación.
Durante siglos, esa fe se ha conservado, sobre todo, en el ámbito más humilde y fecundo de todos: la familia. En los hogares españoles se aprendió a rezar el rosario, a mirar a la Virgen con confianza, a bendecir la mesa y a encomendarse a Dios antes de dormir. La fe se respiraba, se contagiaba y se vivía como una herencia natural que nos daba una señal de identidad. Sin embargo, los tiempos actuales son distintos. Ya no basta con haber recibido la fe: cada persona debe redescubrirla, hacerla suya, encontrar por sí misma el rostro de Dios en medio del ruido y la dispersión de la vida moderna.
En este contexto, la figura de María vuelve a ser el espacio privilegiado del encuentro. En ella, Dios quiso tener su morada y desde ella sigue saliendo al encuentro de cada uno de sus hijos. En su silencio se escucha la Palabra; en su disponibilidad se aprende a decir «sí» a la voluntad de Dios; en su maternidad se descubre que nadie está solo en su camino de fe.
El Pilar no es solo una reliquia del pasado, sino un símbolo actual: María es el soporte firme que nos mantiene en pie cuando la fe tambalea. Ella enseña a perseverar cuando el cansancio o la indiferencia amenazan, y a mantener la esperanza cuando parece que el mundo se desmorona. Su fidelidad es el modelo más perfecto de seguimiento a Jesús: huye del protagonismo, pero sabe estar cuando es necesario. Le gusta estar en segundo plano, pero cuando es necesario sostiene. No quiere ser el centro de nada, pero todo pasa por ella.
Por eso, celebrar la fiesta del Pilar no es mirar atrás con nostalgia, sino renovar la certeza de que la Virgen sigue velando por España y por su Iglesia. Ella sigue siendo, hoy como ayer, el pilar que sostiene nuestra fe. En Santa María del Pilar encontramos la esperanza de saber que la promesa de Jesús se cumplirá en cada instante de nuestra vida: «Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo».