Con una lección de control y seguridad, el español aturde al serbio, desdibujado y sin recursos, y levanta su cuarto Grand Slam, segundo consecutivo en la Catedral (6-2, 6-2 y 7-6 (4) en dos horas y 27 minutos
Así queda el ranking de la ATP tras el triunfo de Alcaraz en Wimbledon
Carlos Alcaraz vive en otro tenis, de otra dimensión, uno donde nadie le alcanza. Así lo expresa en una soberbia final de Wimbledon en la que desdibuja a Novak Djokovic y se corona en la Catedral como un maestro, lección de tenis, confianza, control y todo lo demás. Y por segundo año consecutivo. Con 21 años, Alcaraz confirma que este deporte está en sus manos, unas muy especiales: potentes, sutiles, maduras, confiadas, perfectas. Sexto jugador en la historia que encadena Roland Garros y Wimbledon, noveno en la Era Open que defiende el título en la Catedral. Y lo que está por llegar porque la respuesta sigue en el aire: ¿quién puede frenar a este Alcaraz? Ni siquiera Novak Djokovic.
WIMBLEDON
FINAL
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6 | 6 | 7 |
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2 | 2 | 6 |
El español, 21 años, ganó el primer punto de partido antes de empezar el choque, que Londres amaneció con sol y por fin la Catedral se jugaba a cielo abierto, un poco de incomodidad para Djokovic, algo menos milimétrico en sus golpes siempre que acude el viento. Pero no fue el viento el rival del serbio, sino, al principio, él mismo. Son todo risas en el túnel antes de salir, que ni Alcaraz ni Djokovic saben quién tiene que desfilar primero. Pero una vez puesto el pie en la pista, se acaban las sonrisas. Concentración el español, cierto aturdimiento el serbio.
Son cinco opciones de rotura para empezar un primer juego de 14 minutos que se lleva Alcaraz por calma y presión. Sin romper la pelota, pero sí forzando los nervios del rival, que son muchos.
Está en juego el prestigio, el título, el no caer dos veces en la misma pista, el no sumar desde el US Open, el 37 años y 53 días; un peso que se va inclinando de nuevo en su contra. Demasiada presión autoimpuesta, y eso que llegaba a esta último duelo con perfil bajo, pendiente de su rodilla, sin grandes exhibiciones, como guardándose para hoy. Quizá por eso, acontece una primera hora de juego que nadie se espera, porque Djokovic ha jugado en estas dos semanas un torneo a medio gas y ahora se encuentra con el de verdad.
El niño ya no es un novato. Así entra en la Central, paso firme y saque seguro, ese que necesitaba, y que afinaron en el multitudinario encuentro de las 12 de la mañana en mitad de Wimbledon, porque no se podían permitir entrar al ralentí en una final ante Djokovic. No se podía repetir el 1-6 del año pasado. Por eso saca Alcaraz el arsenal, 207 kilómetros por hora para anular las enormes capacidades del serbio al resto.
Ha aprendido mucho de tenis el murciano. Que en la técnica ya sabía mucho, con goles innatos extraordinarios y fuera de lo común, y ha ido mejorando. Pero sobre todo ha dado un salto de calidad en la lectura de los partidos. De cómo está él y cómo está el rival, entendiendo que a duelos de Grand Slam, a cinco sets, quizá haya que bajar el modo espectáculo y elevar el modo efectivo, aunque se le escurran los puntazos para la galería porque también esos lo ayudan a meterse en faena. Un verso libre que escribe sonetos con fuerza o delicadeza. Que no ser tan efectista no quiere decir no recurrir a las dejadas, que sí son letales cuando salen de su mano, o a las subidas a la red, en la que se mueve como veterano, y más ante un Djokovic con una rodilla recién operada y que no se encuentra en su jardín inglés.
Nervios, desactivación, sin ideas y hasta una doble falta para entregar la segunda rotura en la mano del serbio. Esto sí que no se lo esperaba nadie. Sí Alcaraz y su equipo, en pie al unísono para celebrar el primer set, en 41 minutos, porque el servicio está funcionando, Y todo lo demás ante un rival desdibujado: firmeza, seguridad, finura y confianza para un primer capítulo impecable e inapelable.
Djokovic lo fía todo a su experiencia, a esa capacidad tan suya e inexplicable de sacar el mejor nivel cuando nunca pareció tenerlo. Pero le cuesta un mundo encontrarse, imposible afrontar la derecha del español, o sus saques, o su revés cruzado. No hay chispa en su mano, taciturno y sin mordiente, muy lejos del Djokovic respondón de siempre. No puede, no le dejan. Una mezcla.
No le alcanza con este Alcaraz, que lo pasa cuando quiere y como quiere cuando intenta subir a la red, recurso a la desesperada porque desde el fondo tampoco sus tiros parecen encontrar respaldo. Incluso en una final de Wimbledon, con el siete veces campeón en esta pista, el ganador de 24 Grand Slams, todo discurre por la mano del murciano. Bienvenidos a esta era de este deporte cuyo dueño es Carlos Alcaraz.
En esta final no hay espacio para las desconexiones. Ha crecido mucho en este Alcaraz, que sabe que la capacidad mental gana partidos y es un bloque de hielo el chaval. Fresco para que las ideas salgan resueltas y fáciles; impenetrable en sus emociones; un témpano para que la derecha salga firme, fluida. En ese estado de ‘flow’, como decía en la previa su entrenador, hay pocos que puedan pararlo. Y señalaba a Jannik Sinner y a Novak Djokovic como opciones, pero no este Djokovic, mermado, acribillado, desnortado, sin capacidad de encontrar recursos ni salida.
Alcaraz, a lo suyo, centrada la mirada, 86 % de primeros servicios, 87 % de puntos ganados en la red, vislumbra las intenciones de Djokovic con antelación, como si le leyera la mente. Y ahí está, en cada pelota del serbio, listo para devolvérsela con más fuerza, o con más dirección, o con más intención. O más lento o más decidido o más escorado. Siempre más. Una gota constante que horada la otrora férrea convicción del serbio, que no consigue ningún rédito porque siempre está ahí Alcaraz, para pasarlo como quiere en la red, e incluso para firmar un casi ganador con un toque de espaldas.
Es de los pocos golpes ‘hot shot’ que se permite esta vez. Lectura impecable del tempo del partido y de cómo se desenvuelve el rival. No es tiempo de fuegos artificiales, sino de seguir minando al serbio, impotente, dos sets abajo en hora y cuarto.
No es normal y la central pide más, divididos los ánimos porque uno es el campeón de siempre y el otro el de ahora, y hay mezcla de gustos y edades, que para eso son dos figuras estelares en cuanto a tenis y carisma. Djokovic grita, primera expresión de rabia en todo el encuentro, cuando consigue evitar una rotura en el tercer juego del tercer set. Parece un chispazo de renacer que se concreta un poco más porque con 3-2 tiene una bola de rotura. Pero al otro lado hay un Alcaraz soberbio, maestro, que es superior a todos por momentos como este: ante el compromiso, un saque que casi es directo; para sacudirse el peligro del todo, otro servicio a 215 kilómetros por hora.
El tenis Alcaraz, que muerde en el noveno juego para ganarse una opción de terminar el partido con su saque. Ahí, que tiene 21 años, los nervios. Una doble falta, una derecha que se escapa, y un Djokovic que se niega a irse y responde con todo para igualar el set y permitirse un rato más en esta pista tan especial para él.
Faltaba esto para una final de Wimbledon, la decisión de quién es el mejor en la batalla táctica y mental de un tie break. Y ahí, también ahí, donde Djokovic podía encadenar hasta 17 (récord) sin perder, también claudicó el serbio ante la templanza del español. Superior en todo, en tenis, en estrategia, en frescura, en piernas, en calma, en paciencia, en tesón. Con 21 años. Carlos Alcaraz, así de simple, así de extraordinario.