Este fenómeno se explica por varios factores históricos
Tras la independencia de las colonias hispanoamericanas en el siglo XIX, el español continuó siendo la lengua oficial en prácticamente todos los nuevos Estados. A pesar de haber roto los lazos políticos con España, las élites gobernantes decidieron mantener el idioma impuesto durante la colonia y no restauraron las lenguas indígenas habladas antes de la llegada de los europeos.
Este fenómeno se explica por varios factores históricos. Durante los siglos de dominación colonial, el español se consolidó como la lengua de la administración, la educación y el comercio. En las ciudades y centros de poder, el español era la lengua común que facilitaba la comunicación entre diferentes regiones y grupos sociales, mientras que las lenguas indígenas permanecían fragmentadas y relegadas principalmente a áreas rurales.
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Además, no existía una sola lengua indígena que pudiera funcionar como idioma unificador. En territorios como el Virreinato de Nueva España o el Virreinato del Perú, coexistían decenas, e incluso cientos, de lenguas y variantes regionales. Esta diversidad lingüística dificultaba la posibilidad de adoptar una lengua indígena única como símbolo nacional.
Los intereses de las élites criollas
La decisión también estuvo ligada a los intereses de las élites criollas, quienes buscaban construir nuevas repúblicas siguiendo modelos occidentales. El español, ya arraigado en los sistemas educativos y administrativos, ofrecía una herramienta eficiente para organizar los nuevos Estados sin alterar las estructuras existentes. Relegar el español habría significado un desafío logístico y político considerable, además de una ruptura con los códigos de poder vigentes.
Asimismo, el desprestigio social que arrastraban las lenguas indígenas tras siglos de discriminación colonial contribuyó a su marginación. Muchas de ellas fueron asociadas con lo rural, lo atrasado o lo indígena, en un contexto en el que las nuevas naciones aspiraban a modernizarse bajo parámetros europeos.
Hoy, sin embargo, varios países han comenzado a reconocer y proteger estas lenguas originarias como parte fundamental de su identidad cultural, un giro que contrasta con las decisiones tomadas en los primeros años de independencia.