«¡No tengáis miedo!» fueron las palabras catalizadoras de un santo cuya fiesta se celebra el 22 de octubre, que se alzó como un titán ante la opresión del comunismo y cuya fuerza en Polonia fue crucial para la caída del Muro de Berlín
Fueron nueve días de viaje, pero Europa cambió para siempre. Juan Pablo II, el primer Papa polaco de la Iglesia, elegido en un histórico cónclave de 1978 en medio de las grandes turbulencias que asolaban Europa, viajó en junio de 1979 a su Polonia natal para devolver la esperanza a millones de sus compatriotas y enraizarlos en una fe que intentaba ser borrada del mapa.
La primera pisada de Karol Wojtyła como Pontífice en un país comunista marcó el inicio de un proceso que eventualmente lograría derribar el telón de acero, que dividió el continente en dos bloques políticos: el capitalismo occidental y el comunismo de la antigua URSS y China.
Un hombre fuerte, sin miedo, con una personalidad arrebatadora y una audacia alejada de lo políticamente correcto inauguraría, con un beso en suelo polaco al bajar del avión, un cambio en la geopolítica de la época y un giro en el camino hacia la consolidación europea.
«El futuro os pertenece»
En el centro de Varsovia, alrededor de un millón de polacos escuchaban con lágrimas en los ojos unas palabras que iban dirigidas directamente a la identidad del país: «Vosotros sois católicos. Vosotros sois polacos. Vosotros sois jóvenes. El futuro os pertenece». Wojtyla tuvo desde el primer momento de su pontificado una conciencia clara de participar en las relaciones internacionales desde el respeto, la neutralidad y el diálogo entre los bloques, pero eso no evitó su contundencia y una claridad comunicadora difícil de imitar.
A través de sus discursos, el Papa alentó a los polacos a superar el miedo y apoyarse mutuamente. Para ellos, no solo era un líder religioso, sino también un compatriota que podía hablar libremente al estar fuera del alcance del régimen. Su visita fue un catalizador para la formación del sindicato Solidaridad, liderado por Lech Walesa, y que se transformaría eventualmente en el partido que asumiría el control del gobierno.
Se convirtieron en súper éxitos de ventas
Cuando Madre Teresa y Juan Pablo II fueron héroes de Marvel
El Partido Comunista en Polonia proclamaba constantemente su compromiso con los trabajadores y los pobres, pero estas afirmaciones eran rápidamente desmentidas por la realidad que vivía la población. La debilidad de la economía soviética y la firme política de Ronald Reagan fueron factores determinantes, pero el verdadero inicio de este movimiento radica en la figura de Karol Wojtyła y en la valentía de millones de polacos que se negaron a vivir con miedo.
La visita del Papa a Polonia fue motivada por el milenio de la evangelización del país, un acontecimiento que Pablo VI había querido conmemorar en 1966, pero que había sido impedido por el régimen comunista. Antes de que Juan Pablo II realizara su visita, el gobierno soviético le sugirió que era mejor que no realizara el viaje, argumentando que su presencia podría amenazar la unidad entre los polacos.
Leonid Brezhnev, el primer secretario del Partido Comunista Soviético, incluso instó a su homólogo polaco, Edward Gierek, a convencer a Wojtyła de que anunciara que estaba enfermo. Sin embargo, a pesar de los intentos del régimen de desmantelar la visita de la Santa Sede, la ola de entusiasmo y los deseos de libertad se volvieron irrefrenables en Polonia.
La «falsa paz» de los totalitarismos
El mismo día de su llegada a Polonia, Juan Pablo II pronunció una homilía en la plaza de la Victoria en Varsovia. Basada en la festividad de Pentecostés, el Papa proclamó con fuerza: «Descienda tu espíritu, ¡Y renueve la faz de la Tierra!», y luego añadió con énfasis: «¡De esta tierra!». Esa simple adición fue suficiente para que la multitud comprendiera el mensaje: las palabras del Pontífice les habían quitado el miedo. Aunque el camino hacia la libertad aún sería largo, ese momento marcó el primer gran avance. El resto del viaje, de Gniezno, cuna del catolicismo polaco, a Czestochowa, el corazón mariano de la nación, consolidó lo que había comenzado en Varsovia.
El contexto político en Polonia empeoró a finales de 1981 con la declaración del estado de guerra y la ley marcial que resultó en el arresto de miles de activistas de Solidaridad. En respuesta, Juan Pablo II escribió al general Jaruzelski, pidiendo el fin de la violencia y el inicio del diálogo. La Nochebuena de 1981 fue una de las más difíciles para el Papa, quien oró por sus compatriotas y, al comenzar 1982, denunció la «falsa paz» de los regímenes totalitarios, subrayando que lo que estaba en juego no era solo el destino de Polonia, sino de toda la humanidad.
Un Papa de records Guiness
El fallecimiento de Juan Pablo II dejó una profunda huella en la sociedad polaca, donde se declaró luto oficial del 3 al 8 de abril, y se realizaron ceremonias en su honor en Varsovia. No hay localidad en Polonia que no le haya dedicado al menos una calle o plaza en homenaje al que es considerado el polaco más influyente del siglo XX. En Lublin, la universidad católica lleva su nombre en honor a los años en que fue profesor allí.
El 8 de abril, durante la misa de réquiem en el Vaticano, se rompieron todos los récords de asistencia de dignatarios internacionales, una muestra de la inmensa influencia global del Papa polaco, que trascendió su papel como Cabeza de la Iglesia.
A lo largo de su extraordinario pontificado, Juan Pablo II rompió varios records Guinness. Fue el Papa que más santos declaró —482 canonizaciones y 1.334 beatificaciones—, y el que reunió a la mayor multitud en la historia, cuando entre cuatro y cinco millones de personas se congregaron en Manila en 1995 para escucharle.
Además, su figura de «Papa peregrino» lo llevó a visitar 125 países en 193 viajes internacionales, recorriendo un total de 1.300.000 kilómetros, casi tres veces la distancia entre la Tierra y la Luna. Cifras extraordinarias en un hombre que impulsó a millones de almas a vivir sin miedo y contribuyó a la renovación de la fe católica en Europa. El 9 de noviembre de 1989, la fe de este Papa resonó con fuerza en el mundo, y reflejó su convicción de que la esperanza prevalecía por encima de cualquier adversidad: el Muro de Berlín había caído.