Concha Velasco muere a los 84 años en Madrid

La actriz Concha Velasco ha fallecido este sábado en el Hospital Puerta de Hierro de Madrid a los 84 años, según ha confirmado su familia a la agencia EFE. A través de un comunicado, sus hijos Manuel y Paco han lamentado la muerte de la célebre artista en los siguientes términos: «Somos unos afortunados por haber gozado de la mejor madre del mundo y por recibir el cariño de tantos españoles que la quieren y la admiran».

De alguna manera, Concha Velasco nunca dejó de ser Conchita, ‘una muchachita de Valladolid’; alguien cercano, de la familia, a quien no dudarías en contarle tus problemas… Pero además, era DOÑA CONCHA VELASCO, así, con mayúsculas, una de las más relevantes figuras de la escena, el cine y la televisión españolas de las últimas décadas. Pocas actrices ha habido tan respetadas, tan queridas, con tanto carisma y tanta personalidad como esta mujer menuda que le dio la vida a su profesión, que dejó su huella en más de ochenta películas, treinta y cinco funciones teatrales y más de medio centenar de series y programas de televisión; y que coleccionó a lo largo de su vida varias decenas de premios, entre ellos el Nacional de Teatro, el Goya de honor, el premio Cultura de la Comunidad de Madrid o la Cruz de Alfonso X el Sabio. «He hecho lo que quería -confesaba hace nueve años, en vísperas de su regreso al teatro tras superar su enfermedad-: trabajo en la profesión que me gusta, siempre he tenido éxito, estoy muy considerada por el público y por mis compañeros de profesión… ¿Pero realmente era eso lo que quería hacer? No lo sé…»

Pero claro que lo sabía. Eran momentos de zozobra emocional, pero Concha Velasco amaba su profesión, y especialmente el teatro. La amaba desde que, de niña, soñaba con ser bailarina; desde que estudiaba, por 15 duros al año, ballet, solfeo, canto y declamación en la escuela de la calle Arenal, 26; desde la época en que se comía un bocadillo a mediodía, entre clase y clase, en la Plaza de Oriente; o desde cuando llegaba a casa por las noches y su madre le tenía preparado un vaso con leche y un barreño con agua salada para descansar sus pies.

El 29 de noviembre de 1939 nació en la calle Recondo de Valladolid -hoy otra calle en su ciudad natal lleva su nombre- Concepción Velasco Varona. Su padre era el comandante de caballería Pío Velasco Velasco y su madre María Concepción Varona García de Mardones, una maestra republicana. Fue su gran referente, y en 2017, tan solo hace seis años, confesaba: «Echo de menos a mi madre; cada noche me acuesto y rezo el Padrenuestro que me enseñó con su foto en las manos».

Manolo Caracol y Celia Gámez

Tenía 15 años -y vivía ya en Madrid, en la calle Maestro Alonso, después de haber pasado varios años de su infancia en Marruecos- cuando se estrenó como bailarina en la temporada de ópera de La Coruña. Un año más tarde logró una beca para estudiar en Londres, en el London Festival Ballet, pero tuvo que renunciar a ella porque la situación económica de la familia la obligaba a trabajar. Consiguió entrar como bailaora en la compañía de Manolo Caracol y más tarde -«gracias al maestro Ramos», recordaba siempre- debutó en la compañía de Celia Gámez. «Cuando me vio me djjo que me levantara la falda y me elogió las piernas. Me contrató para la revista ‘El águila de fuego’. Siguen siendo los mejores momentos de mi vida. Ni cuando he sido protagonista, ni cuando me han dado el premio Nacional de Teatro… Nada me ha hecho más feliz que mi época con Celia Gámez, nada. Y lo aprendí todo de ella: el respeto al público, a los compañeros,,,»

También entró en el cine bailando. Lo hizo en ‘La reina mora‘ (1955), de Raúl Alfonso. Hizo pequeños papeles en diversas películas hasta conseguir su primer protagonista en ‘Muchachas en vacaciones’ (1957), de José María Elorrieta, pero donde dejó ya huella fue en ‘Las chicas de la Cruz Roja‘ (1958), una película dirigida por Rafael J. Salvia y en la que compartía cartel con Luz Márquez, Mabel Carr, Katia Loritz… Y Tony Leblanc, con el que formó una pareja artística inolvidable a lo largo de los años; los dos son el santo y seña del cine español de los años sesenta y setenta: «Tony Leblanc -dijo Concha con motivo del fallecimiento del actor- era único y especial. No dejaba de atenderme, cuidarme, quererme, enseñarme… Ha sido mi maestro, mi amigo, y siempre me quiso como a una hermana. A Tony le debo todo lo que soy. Es lo más importante que me ha pasado en mi vida profesional».

Portada de uno de sus discos

‘Ven y ven al Eslava’

De la mano de Tony Leblanc, precisamente, comenzó también su andadura en el teatro. «Él estaba haciendo junto a Nati Mistral ‘Ven y ven al Eslava’ -recordaba siempre Concha Velasco-. Y un día me dijo: ‘¿Tú te atreverías a sustituir a Nati Mistral? Le contesté: ‘Yo me atrevo a todo’», Tras ver una prueba, Luis Escobar decidió contratarla, «aunque no sabía hacer nada ni me parecía en nada a Nati Mistral». El marqués de las Marismas y el propio Tony Leblanc se convirtieron entonces en los pigmaliones de una actriz que empezaba a despegar en lo que se convertiría en un larguísimo vuelo.

A partir de ahí vinieron títulos como ‘El día de los enamorados’ (1959), ‘Los tramposos’ (1959), ‘Festival en Benidorm’ (1961), ‘La verbena de la Paloma’ (1963), ‘Historias de la televisión’ (1965) -donde cantaba la celebérrima ‘Chica ye-yé‘, que la ha perseguido durante toda la vida-, ‘Las que tienen que servir’ (1967), ‘Los que tocan el piano’ (1968), junto a directores como Fernando Palacios, Pedro Lazaga, Rafael J. Salvia, José Luis Sáenz de Heredia -con quien mantuvo durante un tiempo una relación-, José María Forqué y Javier Aguirre, entre otros.

Su consolidación como uno de los rostros imprescindibles del cine español continuó en la década de los setenta y a principios de los ochenta. En los carteles todavía era Conchita Velasco y brilló en trabajos como ‘Préstame quince días’ (1971), ‘Me debes un muerto’ (1971), ‘Tormento’ (1974), ‘Un lujo a su alcance’ (1975), ‘El love feroz’ (1975), ‘Pim, pam, pum, fuego’ (1975), ‘Yo soy Fulana de Tal’ (1975), ‘Las bodas de Blanca’ (1975), ‘Las largas vacaciones del 36’ (1976), ‘Libertad provisional’ (1976), ‘Cinco tenedores’ (1979) y ‘La colmena’ (1982). En ellas estuvo a las órdenes de directores como Fernando Merino, Pedro Olea, Ramón Fernández, José Luis García Sánchez, Pedro Lazaga, Francisco Regueiro, Jaime Camino, Roberto Bodegas, Fernando Fernán Gómez o Mario Camus.

Santa Teresa

No fue una película, sino una serie televisiva -‘Teresa de Jesús’ (1984), bajo la dirección de Josefina Molina-, la que supuso un punto de inflexión en su carrera y la que reveló una faceta dramática hasta entonces inédita en ella; el de Santa Teresa es, con toda seguridad, el más emblemático de los papeles audiovisuales que ha interpretado -el rodaje duró ocho meses-: «Como actriz, ha sido mi mejor trabajo», aseguraba Concha Velasco quien, al terminar la serie, «era consciente de que tenía que cambiar. Fue tan intensa la preparación, tan intenso el rodaje, que al día siguiente de morir Santa Teresa bajé una escalera haciendo la revista ‘El águila de fuego’».

Después de interpretar a Santa Teresa, sin embargo, su presencia en el cine ha sido mucho más espaciada; aun así, ha destacado en películas como ‘La hora bruja‘ (1985), de Jaime de Armiñán; ‘Esquilache’ (1989), de nuevo bajo las órdenes de Josefina Molina; ‘Yo me bajo en la próxima, ¿y usted?‘ (1992), de José Sacristán -basada en una obra de teatro de Adolfo Marsillach que ella misma había estrenado-; ‘Más allá del jardín’ (1996), de Pedro Olea; ‘París Tombuctú‘ (1999) -donde logró una vieja aspiración: trabajar con Luis García Berlanga- «Bienvenido a casa» (2006), de David Trueba; ‘Chuecatown’ (2007), de Juan Flahn; ‘Enloquecidas’ (2008), de Juan Luis Iborra; ‘Rabia’ (2008), de Sebastián Cordero; ‘Flow’ (2015), de David Martinez; y su última aparición cinematográfica: ‘Malasaña, 32’ (2020), de Albert Pintó.

Su carrera televisiva comenzó pronto, a principios de los años sesenta, como presentadora del Festival de la Canción Mediterránea, retransmitido a través de la pequeña pantalla. Esta faceta la seguiría cultivando en otros certámenes y en programas como ‘Señoras y señores’ (1974), ‘Viva el espectáculo’ (1990-91), ‘Querida Concha’ (1992-1993), ‘Encantada de la vida’ (1993-1994) o ‘Sorpresa, sorpresa’ (1999). Completan su carrera televisiva varios Estudio 1 (‘Don Juan Tenorio’, ‘Un marido de ida y vuelta’, ‘Las brujas de Salem’, ‘Una muchachita de Valladolid’)…, revistas (‘La hechicera de Palacio’, ‘El águila de fuego’ y ‘Cinco minutos nada menos’) y series (‘Confidencias’, ‘Compañeros’, ‘Motivos personales’, ‘Herederos’, ‘Las chicas de oro’, ‘Gran hotel’, ‘Velvet’, ‘Las chicas del cable’…) .

Con José Luis García Berlanga en una gala de los premios Goya

«El teatro es mi pasión»

«El teatro es mi pasión. No entiendo la vida sin él, no concibo la vida sin ir al teatro todos los días. Mi vida es esa. Me gusta lo que hago, no hay otra razón». Lo decía Concha Velasco hace seis años antes de subirse a escena a interpretar ‘Reina Juana’, una obra de Ernesto Caballero por la que obtuvo el premio Nacional de Teatro. Y es que ha sido la escena la que se lo dio todo, según ella misma decía. «El teatro -dijo en 2016 en Almagro, al recibir el premio Corral de Comedias– es mi vida, mi amante más fiel , el que nunca me ha abandonado. Es mi centro, yo no he querido ser otra cosa sino actriz. El teatro me lo ha dado todo, incluso a mis hijos, a los que he criado en un camerino».

Tras su debut en ‘Ven y ven al Eslava’, repitió con Luis Escobar en ‘Te espero en Eslava’ (1960). En 1964 interpretó a la Doña Inés del ‘Don Juan Tenorio’, y en 1977 ‘Las arrecogías del beaterio de Santa María Egipcíaca’, de José Martín Recuerda. Otras funciones destacadas son ‘Filomena Marturano’, de Eduardo de Filippo -que interpretó dos veces, en 1979 y en 2006-; ‘Yo me bajo en la próxima, ¿y usted?’, ‘Mata-Hari’, ambas de Adolfo Marsillach , ‘Buenas noches, madre’, de Marsha Norman, y ‘La rosa tatuada’, de Tennesee Williams. Un espectáculo musical a su medida, ‘Mamá, quiero ser artista’, la recondujo por el género musical; Antonio Gala escribió para ella ‘Carmen Carmen’ y ‘La truhana’, a las que se sumaría ‘Hello, Dolly’, uno de los clásicos del género. Ha interpretado dos obras más del propio Gala: ‘Las manzanas del viernes’ e ‘Inés desabrochada’. Sus últimos trabajos teatrales han sido ‘La vida por delante’ (2009), de Romain Gary; ‘Yo lo que quiero es bailar (2011)’, de Juan Carlos Rubio y en la que contaba su propia vida -en estas dos últimas funciones la dirigió José María Pou-, ‘Hélade’ (2012), ‘Hécuba’ (2013), de Eurípides -una función con la que cumplió otro anhelo: interpretar una tragedia; ‘Olivia y Eugenio’ (2014), ‘Reina Juana’ (2016), ‘Metamorfosis’ (2019) y dos obras escritas por su hijo Manuel: ‘El funeral’ (2018) y ‘La habitación de María’ (2020).

Una fecha marca los últimos años de Concha Velasco: el «cuatro del cuatro de 2014», como ella decía, entró en el quirófano a causa de un cáncer linfático. Necesitó tres operaciones más -«la más grave fue la peritonitis, estuve a punto de morirme»- antes de reaparecer en el teatro con la citada ‘Olivia y Eugenio’. «Estoy muy bien, muy bien. Tengo que hacerme revisiones y analíticas mensuales hasta enero, pero estoy muy bien», decía pocos días antes del estreno».

El éxito se paga

Ese mismo año 2014 apareció una biografía suya titulada ‘El éxito se paga’. «Ese título no me gusta. Yo no he pagado ningún precio por el éxito. Le debo todo a esta profesión, de la que han vivido divinamente mis padres y mi familia. Que luego haya fracasos, pues claro. He producido cosas que no debía haber producido, como ‘Hello, Dolly‘, que costó seiscientos millones de pesetas. Pero no lo lamento, porque no he perdido el dinero jugando al póquer o con la cocaína… Lo he perdido con espectáculos. Sí, he sido manirrota en este sentido, pero no me arrepiento».

En ese montaje del musical estaba a su lado como productor, y al igual que en anteriores trabajos, Paco Marsó, su marido y su gran amor, a cuya tumba seguía acudiendo siempre que podía el 1 de noviembre, día de Todos los Santos (él murió en 2010, apenas unos meses después de divorciarse y cinco años después de separarse). Le conoció durante los ensayos del Tenorio en 1964, y se casaron en 1977. Del matrimonio nació un hijo, Francisco -Concha había tenido un niño anteriormente, Manuel, al que Marsó adoptó-. Fue un matrimonio que atravesó varias épocas tormentosas, causadas por los problemas económicos, muchos de ellos aireados en la televisión. Mujer sincera e impulsiva, Concha Velasco nunca se escondió y siempre dio la cara ante los medios, aunque en octubre de 2012 confesaba a este periódico estar arrepentida «de haber ido a los programas de televisión a contar cosas muy íntimas de mi vida por dinero».

Poco a poco, Concha Velasco fue apagándose. Su salud se fue deteriorando, hasta verse obligada en septiembre de 2021 a abandonar los escenarios -«me lo han pedido mis hijos»- y a ingresar en una residencia en los primeros meses de este año para estar, como explicaba su hijo Manuel, más vigilada y mejor atendida.

«Llevo toda la vida educándome para ser feliz -dijo en 2010, en vísperas del estreno de ‘La vida por delante’-. Estudiando para ser actriz, para ser mejor persona, para querer a los demás. Hago ejercicio para no tener envidia de esas grandes actrices que veo en el teatro. Y ahora estoy estudiando para ser vieja y morirme. Siempre he tenido miedo a la muerte, pero ahora estoy incluso preparando mi entierro; se lo quiero dejar por escrito a mis hijos. La vida es nacer y morir, y tienes que acostumbrarte a ese hecho irremediable. Para lo único que no estoy preparada es para estar enferma. Me asusta más el dolor que la muerte».