El capitalismo nació en un taller de pintura de Amberes del siglo XVI

Una de las últimas veces que las costuras de Bélgica estuvieron a punto de saltar, algo que ocurre unas cuantas veces cada década, corría el mes de octubre de 2016. La ministra de Comercio de Canadá, Chrystia Freeland, se mostraba al borde de las lágrimas tras una reunión con el parlamento de Valonia, la región que ocupa la mitad sur del país y que engloba a la comunidad francófona. Siendo una zona desindustrializada y empobrecida en las últimas décadas, los valones se oponían a la firma de un acuerdo comercial con Canadá, el llamado CETA. Toda Europa aguardaba a que la pequeña región belga diera su visto bueno, sin el que Bélgica no podía apoyar el texto y por lo tanto no se podía aprobar.

Si toda la Unión Europea esperaba ansiosa que los valones cedieran, y empezaban a estar cabreados con la pequeña región belga que ocupaba portadas de la prensa internacional que les comparaba con la última aldea gala de Asterix y Obelix, había unos europeos mucho más enfadados que el resto: los ciudadanos y la clase política de Flandes, la región norte y rica de Bélgica. Los flamencos, que siempre se están preguntando si de verdad pueden compartir Estado con el resto del país, se lo preguntaban especialmente esos días. Llevan el libre comercio en la sangre y se sentían avergonzados públicamente por Valonia. El capitalismo está en su ADN y de manera orgullosa.

¿Dónde surge ese orgullo comercial? Habría que remontarse, por ejemplo, hasta el traqueteo del carro del pintor Joos van Cleve mientras entraba por una de las puertas de la ciudad de Amberes sobre el año 1511. Se trasladaba de la ciudad de Brujas, que había perdido su brillo, hacia la nueva y prometedora torre de Babel del comercio europeo. Como tantos otros artistas, comerciantes, delincuentes, diplomáticos y buscavidas.

placeholderAutorretrato de Joos van Cleve (1519)
Autorretrato de Joos van Cleve (1519)

Para ese momento Flandes era ya una zona de grandísima actividad. Con una densidad de población que seguramente solo era comparable en Europa a la del norte de la península de Italia, Flandes tenía muchos puntos a su favor. Además de un entramado de canales y ríos navegables que permitían una rápida conexión entre las ciudades de la región, como Gante, Brujas, Amberes o Bruselas, servía también de enlace fluvial del mundo alemán con el comercio con las islas británicas y, cada vez más, con un mundo que miraba más allá del Mediterráneo, hacia el Pacífico y a través del Atlántico. Un auténtico ‘hub’ medieval. A los flamencos les gusta hoy hablar del “Silicon Valley medieval”.

La gran torre de Babel de Europa

En su reciente ‘Antwerp: The Glory Years’ (Allen Lane, 2021), el historiador Michael Pye revisa la historia del siglo de oro de la que considera la primera ciudad global. Heredera de Brujas, con los comerciantes dirigiéndose poco a poco hacia el norte, Amberes se convirtió en la gran torre de Babel de Europa mucho antes de que Ámsterdam empezara a brillar. Y refleja bien de qué manera el arte encarnó los grandes cambios que traía el capitalismo.

En verano de 2016, cuando la región francófona de Bélgica todavía mantenía su pulso a Canadá y el resto de la Unión Europea, la ciudad de Gante abrió una exposición sobre el nacimiento del capitalismo en el Caermersklooster, el monasterio de las Carmelitas en la ciudad. Consistía fundamentalmente en un cuadro detrás del otro. Y aquí entra en juego aquel Van Cleve que entraba en carreta en la Amberes del año 1511. La pintura y el arte en general jugó un papel fundamental en la transformación del hombre medieval al hombre moderno. En el nacimiento del capitalismo.

placeholder‘Antwerp: The Glory Years'
‘Antwerp: The Glory Years’

Los flamencos entienden el capitalismo como una revolución en todos los sentidos. Los nuevos burgueses retan las normas establecidas. Y si esa revolución se libra en todos los campos, también lo hace en el arte. Lo que antes estaba reservado para la religión ahora también está al alcance de ellos, que pueden verse reflejados en las obras de los maestros flamencos. Es una provocación a todo el orden establecido, a los estamentos marcados. Los hombres, lo civil, se cuela en un terreno hasta ahora reservado para lo divino.

Pero no todos podían pagar lo suficiente como para aparecer en un cuadro de un maestro flamenco, a pesar de que algunos de ellos, como Pieter Bruegel, hacían de las imágenes de la vida en el campo uno de sus principales reclamos. Sí, los grandes ricos son los encargados de plantear una provocación casi mística al mundo medieval. Pero son los burgueses, los comerciantes que tan rápidamente escalaban en la sociedad de Amberes como caían desde lo alto perdiéndolo todo, los que le dan un sentido capitalista al arte.

Van Cleve establece un taller en el que pone en marcha una auténtica cadena de producción

Ellos no pueden permitirse aparecer en los cuadros, pero sí tener acceso a algo que hasta ahora era una señal de lujo: tener una obra de un prestigioso artista colgada en el salón de su casa. Por primera vez el arte se convierte en algo accesible. Van Cleve, ese hombre que entraba en 1511 en Amberes, establece un taller en el que pone en marcha una auténtica cadena de producción en el que las especialidades era una Madonna con cerezas y otra obra de dos bebés que representan a Jesús de Nazaret y san Juan Bautista.

Él lanza los principales trazos y escribe notas de con qué color debe pintarse cada zona e incluso llega a establecer cómo mezclar los colores para obtener el tono concreto que él quiere. Y después son los demás los que completan obras en serie. Contrata a especialistas en distintos tipos de paisajes, y los distintos artistas secundarios van completando la obra dependiendo de su especialidad. Incluso establece algunas escenas concretas que aparecen de manera idéntica en distintos cuadros. Van Cleve revisa las pinturas cuando están finalizadas para dar su aprobado y siempre estuvo pendiente de las últimas novedades que deseaban los clientes, girando en la década de 1540 a unas obras que incluían más referencias clásicas y del mundo romano.

Si IKEA es hoy uno de los símbolos del capitalismo, los amberinos ya tenían algo similar hace quinientos años

Para los miles de comerciantes que pasaban por Amberes y que estaban pensando en un entierro lujoso también existía la opción de comprar las piezas para un monumento funerario. Si IKEA es hoy uno de los símbolos del capitalismo, los amberinos ya tenían algo similar hace quinientos años: las piezas, inspiradas en los soplos del mundo clásico que venían desde Italia, llegaban desmontadas a su destino, que podía ser Castilla, Portugal, Venecia o Inglaterra, y allí debían ensamblarse. En ocasiones los “kits” venían con instrucciones, otras veces con un trabajador que ayudaba a montarlo en el destino. “Estos prefabricados eran deseables porque venían de las mismas ciudades, en ocasiones de los mismos talleres, que los monumentos que se hacían para príncipes y reyes”, escribe Pye.

Al mismo tiempo que Amberes crece como una metrópolis global, el comercio, el arte, las ideas, los libros y las conspiraciones políticas se mezclaban. Los embajadores venecianos escribían de vuelta a la serenísima república con una mezcla de estupor y preocupación. Los portugueses han logrado dar la vuelta a África y llegan al puerto directamente con especias sin tener que pasar por Venecia, y el Nuevo Mundo tiene aquí su base para conectar con las ricas ciudades de la norteña Liga Hanseática.

placeholderPieter Bruegel el Viejo - 'La torre de Babel' (1563)
Pieter Bruegel el Viejo – ‘La torre de Babel’ (1563)

Las cartas enviadas de vuelta a la laguna no dejan lugar a dudas: estaban relatando la decadencia en directo de Venecia, el fin del Mediterráneo como centro del mundo, el nacimiento de una nueva era. Enjambre de prófugos, espías y refugiados, la ciudad sabe que su fortaleza se basa en ese caos y en la ausencia de un poder central fuerte. Su futuro descansa en su capacidad de retener esa particularidad. El dinero, ya entonces, se asusta con facilidad. Y poco después de la mitad del siglo XVI, huir del fanatismo religioso, la revuelta y la guerra era cada vez más difícil.

Pieter Brueghel el Viejo pintó dos veces una de sus obras más famosas: la torre de Babel. La segunda vez que la ejecutó la hizo ordenada, armoniosa, estática, sin signos de vida. La realizó para la corte de Bruselas. Pero la primera la hizo en Amberes. Y en ella la torre de Babel aparece como un proyecto desordenado, caótico, a medio hacer. Ese caos era el que había garantizado el éxito de Amberes, que era una auténtica torre de Babel de idiomas, culturas y religiones.

El final de la Amberes de oro

El final de la edad de oro de la ciudad llegó con varias señales. En agosto de 1566 los calvinistas se revuelven y atacan imágenes, iglesias y conventos. El cardenal Granvelle, al servicio de Felipe II, recibió un mensaje muy claro: “Anvers est tout à fait perdue”. Amberes se ha perdido por completo. Lo que había perdido de manera definitiva era lo que Pye califica como su “ventaja secular”.

El golpe de gracia, en todo caso, llegó una década después, el 4 de noviembre de 1576, unos años en los que Madrid, luchando en muchos frentes, necesitaba el gran dinero que se movía en el puerto de Amberes. Pero ni eso impidió la banca rota de Felipe II. Los tercios, sin cobrar, se amotinaron y entraron en la ciudad. La matanza y el enorme incendio que se tragó la Amberes de la edad de oro es conocida en Flandes como “la furia española”.

Comerciantes, artistas, y toda la fauna que había compuesto la ciudad que deslumbró a la vieja Europa se movió hacia el norte

Lo que quedó fue el fantasma de la primera ciudad global. Comerciantes, artistas, y toda la fauna que había compuesto la ciudad que deslumbró a la vieja Europa se movió hacia el norte, como habían hecho tiempo atrás yendo de Brujas a Amberes, esta vez trasladándose hacia Ámsterdam. La Amberes de hoy en nada se parece a aquella. Hoy el río Escalda ya no está lleno de los barcos que esperaban durante semanas para poder cargar y que los comerciantes vigilaban desde el centro de la ciudad.

La Grote Markt es el fantasma de esa ciudad. Tras los tormentosos días de 1576 se recuperó la calma. Pero ya nada volvió a ser igual. Seguía maravillando a muchos viajeros, pero era silenciosa y el césped crecía en las calles. Pero algo de aquel tiempo se mantiene en la mentalidad de la ciudad. No queda hoy nada de aquella Amberes, salvo el capitalismo que vio nacer.