Crecer en autonomía.

Una necesidad del ser humano es alcanzar el mayor nivel de autonomía para conseguir después crecer en libertad. La autonomía del hombre es siempre relativa. El ser humano es limitado: tiene límites físicos; su inteligencia es limitada; su voluntad también y además, muy condicionada por los sentimientos; su conocimiento de la verdad es, en el mejor de los casos, “incompleta”, lo que también condiciona sus creencias. Las ideas se tienen y en las creencias se está.

Limites que van variando a lo largo de los años en su permanencia en este mundo, que por otra parte, también es limitada así como lo es el mundo en que vive. Negar los límites es manifestar la enorme capacidad del ser humano de oscurecer la inteligencia.

La autonomía puede ser interna o externa. La autonomía interna se adquiere poco a poco, y está muy relacionada con el desarrollo de la propia intimidad. Consiste en llegar a saber aceptar o rechazar ideas, actitudes, comportamientos…de acuerdo con criterios propios. Aunque su desarrollo comienza, propiamente, en la adolescencia, desde los 9 o 10 años se puede ir desarrollando la autonomía interna. ¿Cómo? Acostumbrando a los niños a proceder por razones –más o menos fundadas- pero no, por simple imitación o comparación. (Los otros niños lo hacen o mis amigos ya tienen lo que yo quiero).

Comportarse con una cierta autonomía interna significa actuar por cuenta propia –pensando antes, informándose y decidiendo-. Es incompatible con una conducta masificada, fundada en ideas y costumbres de moda. No consiste en aceptarlo todo o en rechazarlo todo, de forma indiscriminada. Tampoco hay que actuar de acuerdo con lo que otros hacen, piensan o dejan de hacer. Es sin duda este un tema, que plantea la necesidad de superar muchas dificultades, que requiere insistir una y otra vez, para tratar de alcanzar la mayor autonomía interna posible y siempre, adecuada a cada edad.

La autonomía interna tiene mucho que ver con la capacidad de pensar y reflexionar antes de expresar el propio pensamiento. Por ejemplo: ¿Por qué pienso lo que pienso? Y una vez considerado, rectificar o reafirmar el propio pensamiento pero, conociendo ahora, los fundamentos en los que se basa nuestra manera de pensar. Esto no es fácil porque los humanos nos movemos también por sentimientos los cuales, a veces, no son buenos. (Envidia, celos, afán o necesidad de protagonismo…).

Es claro que de acuerdo con la edad va creciendo nuestra capacidad de pensamiento gracias a ir ampliando nuestros conocimientos y en la medida que nos vamos liberando de la dependencia de los criterios de otros. Lo que sucede, no siempre, porque cambiemos radicalmente los criterios sino, porque ahora, están fundamentados en nuestro propio y personal criterio.

En todo caso, la autonomía personal está ineludiblemente vinculada a la necesidad de rendir cuentas al poseerla, de responsabilizarse de los resultados de su uso. Autonomía y responsabilidad son inseparables. Se tiende a confundir libertad y autonomía y ello como siempre solo sirve para complicar y liar las cosas. De esto y de la autonomía externa trataremos en el próximo artículo.