Educar la voluntad

Nadie presume de poco inteligente. Sin embargo, muchos presumen de tener poca voluntad. No obstante todos lamentamos, con excesiva frecuencia, no tener la fuerza de voluntad necesaria para hacer aquello que queremos hacer. Y es que la voluntad juega un importantísimo papel en la vida de los hombres. Hay que reconocer, que aunque muchos cuidan su cuerpo con todo lujo de dedicación y cuidados, respecto a su voluntad son unos alfeñiques. (Véase la prueba en el diccionario).

El hombre se halla por naturaleza radicalmente orientado, con todo su ser “hacia el tipo de actividad que le es propia”. Hemos nacido para “algo”. Nuestra existencia tiene una explicación, un sentido. Y ello, aunque no seamos conscientes de cuál es, va tirando de cada uno de nosotros. Hay una tendencia natural en cada persona que se manifiesta: como un sentimiento o, y, como un conocimiento intelectual. Esta tensión se llama voluntad humana. Y esta voluntad es susceptible de educación, de mejora.

Ser conscientes de ello, nos ha de llevar a explicarles a los niños que todas las personas tenemos que realizar una tarea concreta y personal en nuestra vida y que cada uno de ellos también tienen una misión, un trabajo, un servicio que cumplir. Que, poco a poco, irán descubriendo cuál es, pero que han de estar preparados para poder realizarlo con competencia y eficacia.

También deben saber, que para poder realizar su misión personal necesitan tener una voluntad fuerte, bien desarrollada, de acuerdo con su crecimiento físico e intelectual correspondiente a su edad. Todo ello, les irá confiriendo una personalidad recia e independiente vinculada a sus personales ideas y creencias, lo que les hará posible realizar libremente, porque les da la gana, la tarea que quieren realizar y les es propia.

Ello explica la necesidad e importancia de educar la voluntad desde temprana edad, cuidando de que no sea débil, ni enferma. Educar la voluntad humana consiste en cultivarla, con el fin de incrementarla, o crecer en voluntad. Esto es, tener no poca, sino mucha voluntad. No una voluntad débil, sino fuerte, como espolón de acero. No mala, sino buena voluntad. No una voluntad enferma (todo lo que la aleje del bien, al que naturalmente tiende, la enferma; toda fuga de la verdad –droga e ideología- la enferma), sino voluntad sana. No una voluntad enana, sino una voluntad crecida, cultivada, a la altura de las posibilidades de cada persona humana. No una voluntad esclava, sino libre –capaz- de asumir e integrar los sentimientos, por ejemplo.

La educación de la voluntad es compleja porque el ser humano no es un espíritu simple sino, una persona con inteligencia y sentimientos. Es la voluntad la que tiene que ordenar y regir los sentimientos de acuerdo con el “bien” que la inteligencia le presenta. Los actos de entender y de querer están estrechamente relacionados. Porque “el objeto del querer es un bien intelectivamente representado. Luego, enseñar a pensar, enseñar a informarse, enseñar a realimentar el propio pensamiento con la mejor información, enseñar a estudiar, forma parte de, o es previo a la educación de la voluntad.

Pero no sólo el conocimiento intelectivo influye en la voluntad humana. Influye también el conocer sensitivo y el apetito sensible. Influyen los actos del apetito sensible que son el deseo y el temor, el gozo y la tristeza, la esperanza y la desesperación, la audacia y la ira.

Pero todo ello ha de pasar por nuestra inteligencia y nuestro autodominio. He aquí otro aspecto de la educación de la voluntad, que tiene mucho que ver con la superación de nuestras ignorancias, de nuestras perezas, de nuestras cobardías, de nuestros miedos.

Pero de todo eso y más trataremos en otros artículos….