Educar en la Fe X: El Sacramento de la Eucaristía II

La celebración eucarística se desarrolla en dos grandes momentos, que forman un solo acto de culto: la liturgia de la Palabra, que comprende la proclamación y la escucha de la Palabra de Dios; y la liturgia eucarística, que comprende la presentación del pan y del vino, la anáfora o plegaria eucarística, con las palabras de la consagración, y la comunión. El ministro de la celebración de la Eucaristía es el sacerdote (obispo o presbítero), validamente ordenado, que actúa en la persona de Cristo Cabeza y en nombre de la Iglesia.

La Eucaristía es memorial del Sacrificio de Jesús , en el sentido de que hace presente y actual el sacrificio que Jesús, Hijo de Dios, ha ofrecido al Padre, una vez para siempre, sobre la Cruz, a favor de la humanidad. El carácter sacrificial de la Eucaristía se manifiesta en las mismas palabras de la institución: “Esto es mi Cuerpo que se entrega por vosotros” y “Este cáliz es la Nueva Alianza en mi Sangre que se derrama por vosotros” (Lc 22, 19,20). El sacrificio de la Cruz y el sacrificio de la Eucaristía son un único sacrificio. Son idénticas la victima y el oferente, y sólo es distinto el modo de ofrecerse: de manera cruenta en la Cruz, incruenta en la Eucaristía.

En la Eucaristía, el sacrificio de Jesús se hace también sacrificio de los miembros de su Cuerpo. La vida de los fieles, su alabanza, su sufrimiento, su oración y su trabajo se unen a los de Jesús. En cuanto sacrificio, la Eucaristía se ofrece también por todos los fieles, vivos y difuntos, en reparación de los pecados de todos los hombres y para obtener de Dios beneficios espirituales y temporales. También la Iglesia del cielo está unida a la ofrenda de Jesús.

Jesucristo está presente en la Eucaristía de modo único e incomparable. Está presente, en efecto, de modo verdadero, real y sustancial: con su Cuerpo y con su Sangre, con su Alma y su Divinidad. Jesús, todo entero, Dios y hombre, está presente en ella de manera sacramental, es decir, bajo las especies eucarísticas del pan y del vino. La presencia real de Jesús, Hijo de Dios, en el Santísimo Sacramento es dogma de fe basado en el testimonio infalible de Jesús y en muchos y portentosos milagros. Así lo recibieron los Apóstoles, y lo declararon y confirmaron los Santos Padres y Doctores de la Iglesia y lo creemos firmemente. Los sentidos corporales, en verdad, no lo perciben, pero Jesús nos lo dijo de un modo formal y categórico que no deja lugar a duda. Esta realidad es un milagro sorprendente pero no superior a la omnipotencia divina. Si la cepa convierte el agua en vino; si nosotros tomamos pan y vino y lo transformamos en carne y sangre, ¿por qué no podía Jesús convertir el pan en su Cuerpo y el vino en su Sangre?

Transubstanciación significa la conversión de toda la sustancia del pan en la sustancia del Cuerpo de Jesús, y de toda la sustancia del vino en la sustancia de su Sangre. Esta conversión se opera en la plegaria eucarística con la consagración, mediante la eficacia de la palabra de Jesús y de la acción del Espíritu Santo. Sin embargo, permanecen inalteradas las características sensibles del pan y del vino, esto es, las “especies eucarísticas”. La fracción del pan no divide a Jesús: Él está presente todo e integro en cada especie eucarística y en cada una de sus partes. La presencia eucarística de Jesús continúa mientras subsistan las especies eucarísticas.

La Eucaristía es el banquete pascual porque Jesús, realizando sacramentalmente su Pascua, nos entrega su Cuerpo y su Sangre, ofrecidos como comida y bebida, y nos une con Él y entre nosotros en su sacrificio. La Iglesia establece que los fieles tienen obligación de participar de la Santa Misa todos los domingos y fiestas de precepto, y recomienda que se participe también los demás días. La Iglesia recomienda a los fieles que participan de la Santa Misa recibir también, con las debidas disposiciones, la sagrada Comunión, estableciendo la obligación de hacerlo al menos en Pascua.

P. Juan José Arrieta