Gracia y Justificación

Worship.

La Gracia santificante es un don sobrenatural y divino que nos hace santos, hijos de Dios, hermanos de Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios, y templos del Espíritu Santo. Es decir, nos hace partícipes de la naturaleza divina y nos hace justos y agradables a Dios. La justificación por el don de la Gracia es la obra más excelente del amor de Dios. Es la acción misericordiosa y gratuita de Dios, que borra nuestros pecados y nos hace justos y santos en todo nuestro ser. Somos justificados por medio de la gracia y Espíritu Santo, que la pasión de Cristo nos ha merecido y se no ha dado en el Bautismo. Con la justificación comienza la libre respuesta del hombre, esto es, la fe en Cristo y la colaboración con la gracia del Espíritu Santo.

La gracia, por hacernos participes de su vida trinitaria, nos hace también capaces de obrar por amor a él. Se le llama gracia habitual, santificante o deificante, porque nos santifica y nos diviniza. Es sobrenatural, porque depende enteramente de la iniciativa gratuita de Dios y supera la capacidad de la inteligencia y de las fuerzas del hombre. Escapa, por tanto, a nuestra experiencia.

Además de la gracia habitual, existen otros tipos de gracia: las gracias actuales (dones en circunstancias particulares); las gracias sacramentales (dones propios de cada sacramento); las gracias especiales o carismas (que tienen como fin el bien común de la iglesia). También existen las gracias de estado, que acompañan y hacen posible al ejercicio de los ministerios eclesiales y de las responsabilidades de la vida (por ejemplo la gracia de estado de los padres de familia).

La gracia previene, prepara y suscita la libre respuesta del hombre; responde a las profundas aspiraciones de la libertad humana, la invita a cooperar y la conduce a su perfección.

El mérito es lo que da derecho a la recompensa por una obra buena. Respecto a Dios, el hombre, de suyo, no puede merecer nada, habiéndolo recibido todo gratuitamente de Él. Sin embargo, Dios da al hombre la posibilidad de adquirir méritos mediante su union con Jesús, fuente de nuestros méritos ante Dios. Por eso, los méritos de las buenas obras deben ser atribuidos primero a la gracia de Dios y después a la libre voluntad del hombre.

Bajo la moción del Espíritu Santo, podemos merecer, para nosotros mismos o para los demás, las gracias útiles para santificarnos y para alcanzar la gloria eterna, así como también los bienes temporales que nos convienen según el designio de Dios. Nadie puede merecer la primera gracia, que está en el origen de la conversión y de la justificación. Es puro don de Dios.

Todos los fieles cristianos estamos llamados a la santidad cristiana. Esta es plenitud de la vida cristiana y la perfección de la caridad, y se realiza en la unión intima con Cristo y, en él, con la Santísima Trinidad. El camino de santificación del cristiano, que pasa por la cruz, tendrá su cumplimiento en la resurrección final de los justos, cuando Dios sea todo en todos.

La gracia santificante primera se adquiere con el bautismo o, cuando éste no es posible, por un acto de amor sincero a Dios junto con el deseo de recibirlo. Si después del bautismo se pierde con algún pecado mortal, quedan aún dos medios para recuperarla nuevamente: el sacramento de la reconciliación, también llamado confesión o la contrición perfecta acompañada del deseo de confesarse lo antes posible.

La gracia santificante es lo más precioso que podemos tener en nuestra vida; es la vida verdadera y altísima, vida sobrenatural y divina que tendremos completa y definitiva en el cielo. Con ella somos amigos de Dios y moradas del Espíritu Santo: ¿No sabéis que sois templos de Dios y que el Espíritu Santo habita en vosotros? (1ª Cor. III, 16).