Conocer los principios, valores, creencias y… nuestras debilidades

Después de ser conscientes de que actuamos de acuerdo con que son nuestros principios, valores y creencias, los que sostienen nuestra vida y explican nuestro comportamiento, resulta necesario conocer cuáles son esos principios y creencias, para poder juzgar si nos parecen acertados y coinciden con lo que nosotros pensamos que es verdadero y justo. Dicho de otra forma, hemos de juzgar si nos gusta como somos y lo que hacemos y, si no estamos del todo acordes con ello, averiguar qué es lo que nos mueve a actuar así. Ya que, frecuentemente sucede, que una cosa es lo que realmente nos motiva, y otra, lo que creemos que influye en nuestra conducta. Conocerse a sí mismo es una necesidad para poder vivir en la verdad y poder así alcanzar cotas de mayor crecimiento y libertad.

Ya sabemos que somos personas en constante desarrollo y crecimiento, que poseemos valores y fortalezas en las que nos podemos apoyar, pero que también estamos atados por nuestras carencias y debilidades.

El tener unas propias y personales convicciones y creencias y querer ponerlas en práctica, no basta para que -siempre- seamos consecuentes con ellas y vivamos de acuerdo con las mismas de una manera coherente. No es suficiente proponérselo aunque se haga con mucha convicción. Todos tenemos la experiencia real de habernos marcado unos objetivos que luego no hemos cumplido. Y no es porque fuera imposible el realizarlos sino que, cuando teníamos que ponerlos en práctica, por unas u otras razones (sic), desistimos de hacerlo. No es que no seamos libres es que somos débiles, tenemos debilidades. La debilidad es una realidad con la que muchos hoy no quieren contar y sin embargo hay que hacerlo. Nosotros tenemos debilidades y los que nos rodean también.

El problema de las debilidades es que cada vez que nos dejamos llevar por ellas nos debilitan todavía más hasta el punto de que podemos –incluso- perder, en algunos aspectos, nuestra libertad. Al contrario, si superamos, una y otra vez, nuestra debilidad, acontece que nos fortalecemos y ésta, deja de tener influencia sobre nosotros. No obstante, nuestras debilidades nos acompañarán durante toda la vida, aunque no todas, porque a muchas de ellas las podemos superar en el combate de la vida.

Hemos nacido débiles, pequeños y con debilidades pero, hemos nacido para crecer y superarlas. Por eso, ese afán actual por parte de algunos de no querer llamarlas debilidades (creo que ahora las llaman “características personales”) me parece una majadería que nos impide buscar y hallar el tratamiento para erradicarlas de nosotros y, para poder ayudar a hacer lo mismo -a aquellos de los que nos rodean- que así lo deseen.

¿Por qué no hacemos lo que querríamos hacer y en muchas ocasiones hacemos lo que no querríamos? ¡Porque somos débiles y tenemos debilidades! Y eso también vale para explicar -en muchísimas ocasiones- la conducta de los que están a nuestro alrededor. Además, y esto es un secreto –paradójicamente- evidente, porque el ambiente (nuestra sociedad -el mundo-) se nutre de nuestras debilidades, procura fomentarlas y para nada combatirlas. Sin darnos cuenta, nos influye a todos y facilita unas pautas de comportamiento que -en vez de ayudarnos a mejorar- nos embrutece y cosifica.

Hoy se nos presentan como bienes, es decir cosas que nos van a ayudar a alcanzar la felicidad, cosas que nos crean unas expectativas excesivas porque, con ellas y en ellas, no se encuentra la felicidad. Apelan a nuestros instintos, de una forma tal, que se nos hacen irresistibles y, al pretender alcanzarlas, nos encontramos con que ese afán desmedido de poseerlas sin límite -incluso- pueden llegar a destruirnos (comida, bebida, sexo, trabajo, dinero, poder, deporte, comodidad…).

Una debilidad de siempre, pero hoy muy en boga, (vivimos en una sociedad hedonista y del bienestar), es la pereza; la tendencia a huir del esfuerzo. Realizar las tareas que cada uno de nosotros tenemos encomendadas por nuestro estado, edad, profesión, “obligaciones” (ob-ligare), cuesta. Quizás por ello, cada día más y no sólo en los jóvenes, hay mas “pasotismo”. Cuesta esfuerzo empezar y cuesta, aun mas, acabar lo empezado. No hay nada en esta vida que valga la pena que no cueste esfuerzo y la felicidad, a que todos aspiramos, es lo más valioso y por eso, cuesta tanto alcanzarla.

Otro tipo de debilidades son, las que se producen como consecuencia del exceso de amor por nosotros mismos, que nos quiere evitar el dolor que produce el sentimiento de fracaso y nos lleva, de otra parte, a estar excesivamente pendientes de las reacciones de los demás. Ambas cosas originan tristeza, pesar, temor, vergüenza, soledad…Todo ello surge cuando, por nuestras debilidades, no nos atrevemos a adquirir compromisos y, si los hemos adquirido, huimos cobardes y no afrontamos las dificultades que -lógicamente- hemos de superar con nuestras fortalezas. ¡Cuántos hogares rotos! ¡Cuántas familias destrozadas!

En definitiva, no debemos dejar que las debilidades convivan tranquilamente con nosotros -porque ellas- son las culpables de no vivir felices y de no hacer felices a los demás. Estamos en guerra con nuestras debilidades y, si queremos alcanzar la paz, no tenemos otro remedio que pelear. Pero, ¿como, de que manera?… eso lo veremos en otro artículo si os parece.