Después de haber dedicado varios artículos al tema de: “medios para pensar mejor”, se nos presenta ésta interesante y fundamental pregunta para nuestra reflexión: ¿Educamos o manipulamos?… Es, -creo- una buena y oportuna pregunta. Los padres, educadores, profesores, legisladores…todos los que de alguna manera influimos en los demás, -directa o indirectamente- y queremos lo mejor para los otros. ¡Estamos convencidos, de que todo lo que hacemos es por su bien, además y por ello, que nos deben de estar agradecidos! ¿”Con todo lo que yo he hecho por mis hijos, por mis alumnos, por este país…”? ¡”Todo, lo he hecho por ellos”!.. Son expresiones que se escuchan con frecuencia. Estamos convencidos que con la buena intención basta. Pero, ¿somos conscientes de que con la mejor intención no es suficiente? ¡Hemos de saber educar!
La educación y la manipulación son dos actividades contrarias pero que, sin embargo, están muy próximas. No se distinguen por la persona que las realiza, ni por la dedicación y esfuerzo de quién las procura, ni siquiera por la intención, ni tampoco, por el resultado. Si les ayuda a crecer como personas, si les sirve para realizarse, a ser mejores, si respeta su libertad, si les permite alcanzar la felicidad… es una actividad que gracias a su libre elección de aceptarla y poner manos a la obra resulta educativa. Si por el contrario si, consciente o inconscientemente, se les reduce; se dificulta su realización personal; si les cosifica (les convierte en objeto y no persona); si se impone y no respeta su derecho a decidir libremente (si no lo quieren hacer porque es bueno, es lo mejor) y, a consecuencia de ello, por su espíritu de oposición, su comportamiento les aparta de lograr la auténtica felicidad entonces es…, aunque no queramos, y de manera culpable, nuestra actuación se convierte, facilmente, en pura manipulación.
¿Por qué manipulamos si queremos educar? ¡Porque es más fácil, más rápido y más cómodo! Es más fácil hacer, que hacer hacer. (Hacerles las camas que lograr que las hagan ellos) Más rápido adiestrar que educar. (Lograr que nos obedezcan por temor, o interés, que por convicción) Más cómodo apoyarse en las debilidades de los educandos que en las fortalezas que es preciso ayudar a desarrollar. (Conseguir que realicen lo que es mejor para ellos, a cambio de pan y circo, o lograr que se comporten en libertad con responsabilidad, simplemente, porque es su deber).
Parece que no acabamos de aceptar que, quién se educa, es aquel a quién queremos ayudar, y por eso, por respeto a su libertad, tenemos que contar con él, creer en él, en su capacidad de querer libremente -porque le da la gana- aquello, que considera, es lo mejor. Claro que ello exige coherencia entre lo que hacemos y decimos. Y eso no es fácil. Porque hemos de tratar de vivir lo que pedimos que ellos vivan y eso cuesta (mejorar nuestro autocontrol) y eso, incluso, nos lleva, también, bastante tiempo a nosotros. (Decía una señora a su hijo gritando al tiempo que le daba un cachete en el culo “no grites y no pegues”)…
Ideas claras, autodominio, serenidad, paciencia, sinceridad, comprensión, orden, auto-obediencia, son virtudes del educador, que necesita el educando, y que se transmiten con el ejemplo. Por todo ello y más, me parece buena la pregunta que encabeza este artículo ¿Educamos o manipulamos?
Entonces, me diréis, ¡es muy difícil educar! Más que difícil, es exigente. Porque la educación ha de estar fundamentada en la verdad y en la coherencia. Lo importante, no es que el educador sea perfecto, sino que los demás (los educandos), se den cuenta de los esfuerzos, que él también hace, por ser mejor. De todas formas ¿quién no quiere ser mejor? ¿Quién no quiere ser feliz?…