León XIV no ha olvidado en la audiencia general a las miles de víctimas afectadas por el deslizamiento de tierra que ha arrasado la aldea de Tarasin, en la región de Darfur Central, en Sudán
Una soleada mañana y una Plaza de san Pedro abarrotada recibía este miércoles, 3 de septiembre, al Pontífice antes del comienzo de la tradicional audiencia general que, desde hoy, ha vuelto a pasar a ser en el exterior y no en el aula Pablo VI, un cambio que permite a miles de fieles más asistir a la catequesis.
La presencia de niños pequeños y de numerosos bebés tampoco pasó desapercibida. Con atenta y cariñosa dedicación, el Pontífice los bendijo, ayudado por los guardias que se los acercaban al papamóvil.
En sus habituales exhortaciones por la paz, León XIV no ha olvidado esta vez a las miles de víctimas afectadas por el deslizamiento de tierra que ha arrasado la aldea de Tarasin, en la región de Darfur Central, en Sudán . «Y como si no bastara, la difusión del cólera amenaza a centenares de personas ya débiles», recordó.
«Rezo por todas las víctimas y hago un llamamiento a los responsables y a la comunidad internacional para que se garanticen corredores humanitarios y que se haga una respuesta coordenada para que se detengan estas catástrofes naturales», afirmó.
La grandeza que se enconde detrás del «tengo sed»
En la catequesis de hoy, el Santo Padre reflexionó sobre el misterio que encierran las palabras de Jesús en la cruz: «tengo sed». «La sed del crucificado no es sólo una cuestión fisiológica, se trata de la profunda expresión de un deseo: Jesús tiene sed de amor, de relación y de comunión», aseveró.
Así, explicó que a Jesús no le avergüenza haber asumido «nuestra humanidad frágil», no vacila en mostrarse necesitado, «no se avergüenza de mendigar un sorbo». Este gesto, explicó, es una muestra clara de que el hombre no se realiza con el poder ni se salva por sí solo. Necesita a los demás y debe abrirse con confianza a ellos.
Aunque el Papa explicó que, en la actualidad, es algo «difícil de aceptar» porque «vivimos en una época que premia la autosuficiencia, la eficiencia, el rendimiento», el Evangelio enseña que «la medida de nuestra humanidad no la da lo que podemos conquistar, sino la capacidad de dejarnos amar y, cuando es necesario, también ayudar».
Enfatizó que para que el amor de una persona sea auténtico, no basta con darlo, sino que también es fundamental saber recibirlo. Jesús, con su ejemplo, enseñó a la humanidad a dar, pero también a aceptar el amor.
«La sed de Jesús en la cruz es también la de la humanidad herida por el pecado, es decir, la que, reconociendo la fragilidad humana, no la esconde, sino que sabe pedir perdón al Dios del amor», subrayó el Papa en impecable español durante el resumen de la audiencia.
«No temamos pedir, sobre todo cuando nos parece que no lo merecemos. No nos avergoncemos de tender la mano. Es precisamente allí, en ese gesto humilde, donde se esconde la salvación», concluyó.












