Sigue sin confirmarse dónde vivirá León XIV. Por ahora, el Pontífice permanece en el apartamento que ocupaba como cardenal, en la segunda planta del Palacio del Santo Uffizio
La incógnita podría resolverse en las próximas semanas. Todo apunta a que, una vez concluidas las obras de rehabilitación —previstas, según algunos, para finales de septiembre—, el Papa se trasladará al Palacio Apostólico, dejando el apartamento que ocupa desde su época como cardenal en la segunda planta del Palacio del Santo Uffizio, dentro del territorio Vaticano.
Pero —según señala el diario italiano La Repubblica— el cambio no se limitaría a un simple traslado de domicilio. León XIV podría no vivir solo: le acompañarían su secretario personal, el peruano Edgard Rimaycuna Inga, y una pequeña comunidad de tres o cuatro religiosos agustinos.
La hipótesis no resulta extraña. León XIV es agustino y, aunque su ministerio abarca a toda la Iglesia, le resultaría difícil desligarse de su vocación original: la vida comunitaria. Desde el primer momento de su elección, ya lo quiso dejar claro: «Soy agustino, un hijo de san Agustín, que dijo: ‘Con vosotros soy cristiano y para vosotros, obispo’. En este sentido podemos caminar juntos hacia la patria que Dios nos ha preparado», declaró. Fiel a esa identidad, ha mantenido la costumbre de visitar la curia general de la Orden, compartir almuerzos e incluso celebrar la santa misa con sus hermanos.
Recrear una comunidad
De confirmarse, se trataría de una novedad: León XIV sería el primer Papa en últimos tiempos en integrar el ministerio petrino en un marco de vida comunitaria. Se trataría, en cierta forma, de recrear un pequeño núcleo de frailes hermanos que acompañe al Pontífice en su día a día.
¿El objetivo? Podría ser el de garantizar un ritmo espiritual que sostenga al Pontífice en medio de la exigencia diaria y, al mismo tiempo, le ayude a que su vida de oración y comunidad no quede ‘ahogada’ entre audiencias, viajes y compromisos. Para un agustino, la vida comunitaria no es un accesorio, sino el corazón mismo de su vocación: rezar juntos, compartir la Palabra, celebrar la Eucaristía y vivir la caridad fraterna como anticipo del cielo.
San Agustín entendió que el amor a Dios se concreta en el amor al prójimo, siguiendo la estela de la primera comunidad cristiana descrita en los Hechos de los Apóstoles. En ese marco, la oración coral, la lectura orante de la Escritura y la comunión de bienes no son meras prácticas piadosas, sino la expresión de una espiritualidad que sostiene y unifica.
Por eso, la vida comunitaria agustiniana no se vive por obligación, sino movida por la caridad: los Hermanos dan testimonio de «su libre entrega al servicio de Dios» y actúan «no como siervos bajo la ley, sino como personas libres bajo la gracia». Vivir en comunidad es un don, «no por sus fuerzas, ni por sus méritos, sino por don suyo», explica la web de la Orden.
Más allá de los rumores sobre las obras en curso en el Palacio Apostólico, esta posibilidad revela algo más: un Papa que se sabe necesitado de comunidad para servir mejor a la Iglesia. La tradición agustiniana lo resume con sencillez: los hermanos, en la donación mutua y en la comunión de bienes espirituales y materiales, anticipan ya en la tierra la Casa común que esperan en el cielo.