Novak Djokovic arrebata el oro a Carlos Alcaraz en una absoluta oda al tenis (7-6 y 7-6)

Fue un partido entre dos tenistas brillantes, y en el que a Carlitos le tocó cruz. Se conformará con la plata en su primera experiencia olímpica tras la derrota ante Nole en un duelo para la historia

Ocurrió entre el primer y el segundo set y fue un tanto alarmante. Carlos Alcaraz miró a la grada, parado cerca de su banquillo, quizás sin comprender qué diablos había pasado. Es probable que no le hubiera dado tiempo a percatarse de esa derrota parcial, de esa ventaja de Novak Djokovic. Luego llegó una conversación con el juez de silla y se sentó. Negaba con la cabeza y existen serias posibilidades de que ahí pensara por primera vez que el oro se le podía escapar, como finalmente ocurrió. Carlitos tendrá que conformarse con la plata tras caer ante el serbio (7-6 y 7-6).

Si en el dobles femenino la mayoría fue rotundamente española, en la final hubo un claro reparto de los ánimos. Los gritos a Novak y a Carlos se escucharon por igual, como si fueran el presagio de un día para la historia. Esta anomalía en tierra hostil fue el combustible perfecto, si es que al serbio le faltaba gasolina para llegar hasta el oro olímpico.

Fue un partido perfecto, de una concentración, velocidad y resistencia inimaginable en el resto del circuito, quizás en dos o tres tenistas si me apuran. No eran pelotas, más bien eran helicópteros. La perfección fue tal que el duelo estuvo exento de algún break, sólo los minis que cometió Alcaraz en ambos tie-break. Y el peaje fue especialmente caro.

El duelo se convirtió en una absoluta oda al tenis, con golpes magistrales, con recursos inverosímiles. Es cierto que Alcaraz perdió el oro, pero también podemos afirmar que ganó esa plata, que vendió cara su derrota. Tutear la inagotable dosis de brillantez de Djokovic fue un mérito enorme en un partido de estas características

La alegría de Novak al ganar. (Reuters/Vincent West)
La alegría de Novak al ganar. (Reuters/Vincent West)

Un partido al límite

Carlitos llevó a Djokovic al límite, hasta el tie-break, un terreno que puede ser tan reconfortante como espinoso. Pero hoy tocaron las espinas, las que Alcaraz había sorteado en las últimas ocasiones, cuando sólo se sucedían los triunfos. El valor de la derrota es insuperable, y todavía quedan al menos Los Ángeles y Brisbane.

El segundo tie-break sacó a Carlitos del partido. Le devolvió el primer mini break, pero fue incapaz de mantener esa resistencia. El duelo apuntaba a concluir, sin un alargue en el tercer set. Y Djokovic se encargó de cerrarlo, como preámbulo de un gesto de rabia que lo llevó al cielo, a lo único que le quedaba en su carrera, en este camino a la eternidad.

placeholderLas lágrimas de Carlitos al perder. (EFE/Juanjo Martín)
Las lágrimas de Carlitos al perder. (EFE/Juanjo Martín)

Las lágrimas de un niño

La derrota llevó al pequeño Carlitos a su banquillo, a mirar a todos con cara de incredulidad. Hoy era su fiesta, a la que había venido media España y en la que el protagonismo fue para otro. Eso sí, antes de romper a llorar tuvo el señorío de felicitar como debía al adversario. Ese que acompaña a los grandes campeones.

Sus lágrimas finales son las de todo un país, no sólo las suyas. Hubo muchos que soñaron con este triunfo, con una jornada para la historia. Pero todavía hay revanchas posibles, nada acaba aquí.