III. POCOS AMIGOS

III. POCOS AMIGOS

Otra reflexión muy interesante de Aristóteles refiere al número de los amigos: estos deben ser, necesariamente, pocos: «no es posible convivir con muchos y repartirse entre muchos». En efecto, los buenos amigos en la vida son pocos: cultivar la buena amistad requiere tiempo, y el tiempo suele ser escaso. Por lo demás, se suele desconfiar de los que tienen muchos amigos. Dice Aristóteles que quienes tienen muchos amigos «y a todos los tratan familiarmente, dan la impresión de no ser amigos de nadie». El que es amigo de todos no es, en realidad, amigo de nadie. La amistad verdadera y profunda no admite un número excesivo. Acerca de cuántos deban ser, es cuestión de prudencia, pero parece evidente que son pocos, muy pocos.

Ser amigo es más querer que ser querido; más entregar que recibir, y esto no se puede hacer con un gran número. El amigo me importa en cuanto persona, no en cuanto número: no existe el » amigo más.”. Si existiese, ya no me importaría en cuanto persona, sino en cuanto aumenta el número: se acaba la verdadera amistad, y nace el interés. La convivencia se puede dar con pocos, y lo más propio de la amistad es la conveniencia.

Hay que distinguir entre la amistad y otros actos relacionados: la sociabilidad que alcanza a todos; el amor al prójimo, a quienes nos rodean. Además, en la vida real es difícil que surjan amistades sin una atención adecuada a las demás personas con las que convivimos y nos relacionamos. Por tanto, se ha de procurar mantener una vida social amplia, ser amables con todos porque sólo así puede surgir la simpatía mutua que conduce a la amistad.

Frecuentemente nos encontramos con múltiples ocasiones de relación humana: compañeros de trabajo o de estudios, vecinos, tiempo de descanso, fiestas, vacaciones… que pueden servir para hacer amistad con dichas personas. Invitar a un nuevo compañero que hace poco ha llegado a la ciudad, puede ser una buena ocasión para ampliar las relaciones. De manera natural surgen una serie de temas conocidos por todos que permite entablar una animada conversación sobre la familia, estudios, colegios; diferencia del clima que han encontrado, la impresión que les ha causado la gente de nuestra ciudad, sus costumbres, etc., Este tipo de conversación despierta el interés de todos. Si al comunicarse hay poco interés en común, es improbable que surja una amistad. Se puede vaticinar que esta falta de intereses comunes y la poca afinidad en los asuntos tratados, no surgirá amistad.

En este mismo sentido, los contactos periódicos, que son fruto de una mutua simpatía, no aclaran si la condición de amistad está sólo en estos contactos o si quien inicia los contactos ha de poseer una cualidad especial. Por ejemplo, ¿es posible que surja amistad entre personas que actúan inmoralmente? La amistad nace en la medida que exista un valor y crece siempre que se desarrolle ese valor. Por tanto, cuando algunos se ponen de acuerdo para hacer actos inmorales e ilícitos, no ha existido amistad, lo que si ha habido es complicidad. La amistad precisa que exista una relación de intimidad y esta relación ha de darse en profundidad.

Y, ¿qué es la amistad? Es, sencillamente, y en esto seguimos también a Lewis, «el tener cosas en común”. Por eso con los amigos conversamos largas horas que nos parecen cortas: conversamos de lo que tenemos en común, de lo que compartimos. La amistad se da en torno a ciertas cosas que se comparten. Con el amigo vamos al cine o al estadio, con el amigo jugamos ajedrez, con el amigo comentamos ése libro que a los dos tanto nos gustó, con el amigo, por último, nos juntamos sin motivo aparente. La convivencia es buena por sí misma, no requiere de una razón especial. Como decíamos antes, no nos sirve de nada, en estricto rigor, juntarnos con el amigo: no es para vivir, sino para «vivir bien», para la vida buena.

Uno de los bienes comunes más perfectos es el que se da entre los verdaderos amigos: Pedro, Juan y Diego, como grupo, son mucho más que una mera suma de tres individuos. Entre ellos tres se crea, nace, “un nuevo tipo de bien”, que ninguno de ellos, «y ni siquiera dos de ellos», puede obtener por sí solo. Es un nuevo bien, un bien común, compartido por ellos. Son amigos. Solos no lo pueden ser.

GRATUIDAD

Y lo propio de la amistad es la gratuidad. El acto de entrega para con el verdadero amigo no espera ninguna retribución. Los amigos, dice el pensador griego, «quieren y aman a sus favorecidos, aun cuando éstos no les sean útiles en nada. Ni existe la posibilidad de que lo sean en el futuro». Como bien dice Lewis, la ayuda al amigo es esencialmente gratuita. Cuando digo «de nada», en el fondo quiero decir: «todo sigue igual, no te preocupes. Sólo espero que sigamos siendo tan amigos como siempre». Al amigo se lo quiere por sí mismo, y en virtud de lo que es. Si hay que ayudarlo, se le ayuda sin límites ni contemplaciones. El sacrificio por un amigo, debe ser completo, sin freno. Allí reside la verdadera amistad: en la gratuidad de la entrega.

LA AMISTAD SE PRUEBA EN LA ADVERSIDAD

Precisamente, la amistad se prueba en la adversidad. Si al cultivar la amistad uno se busca así mismo apenas resistirá la tentación de abandonar a los amigos cuando se convierta en un problema. Tal abandono constituye una penosa decepción. Nada hay menos noble que reducir al amigo a un simple medio para los fines propios, en vez de considerarlo como un fin en sí, digno de toda estima y respeto.

El hombre sin amigos no puede ser un hombre feliz. Puede sobrevivir perfectamente, sí; pero no puede vivir bien. Y el hombre, además de vivir, debe procurar vivir bien. Aristóteles, en un ejemplo más de su brillante penetración tanto psicológica como antropológica, fue uno de los primeros en explicitar esto. Si queremos ser felices cultivemos pues la buena amistad, aquella que nos hace ser más virtuosos, y actuemos en consecuencia. Hay pocas cosas en la vida que sean comparables a un par de buenos amigos. Procuremos conservar su amistad; y procuremos también que, para que sea duradera, se funde en la virtud.

                                                                                                                             Luis Albás Minguez

                                                                                         Director de ILVEM España

 

Nota: Para la elaboración de este artículo se han consultado las siguientes fuentes:

La educación de las virtudes humanas” Autor: David Isaacs. Editorial EUNSA

Enciclopedia RIALP. Universidad de Navarra.

La amistad” Autor: Daniel Mansuy Huerta