El último bandazo de Donald Trump es controlar el petróleo de Siria

En la Casa Blanca han concluido que la mejor forma de explicar el mundo al presidente es mediante mapas. Según explica la cadena NBC, el 8 de octubre pasado, justo un día antes del inicio de la operación turca ‘Manantial de paz’, el general retirado Jack Keane, analista para la cadena conservadora Fox, entró en el Despacho Oval con un mapa bajo el brazo de Turquía, Siria e Irak. Lo desplegó y señaló, frente a Donald Trump, los puntos que se correspondían con los yacimientos petrolíferos sirios que actualmente controlan las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), la fuerza que EEUU pergeñó para dejar en la estacada este mes.

«Si nos retiramos, estos pozos caerán en manos de Irán», fue el argumento ramplón -si algo le sobra a Irán es crudo- al que tuvo que recurrir Keane, quien acudía de parte del senador republicano Lindsey Graham, aliado de Trump, pero también uno de los críticos más feroces del repliegue estadounidense en Siria. Graham acompañó al ex militar en su segundo encuentro con Trump, el 14 de octubre. De nuevo, mismo mapa y mismo discurso: EEUU podría perder el control de tres cuartas partes del crudo sirio e Irán se prepara para cruzar el Éufrates y adueñarse de él y del espacio aéreo de la zona donde se hallan.

A juzgar por el último bandazo del dirigente estadounidense, estas sesiones cartográficas han surtido efecto. Ayer, el secretario de Defensa Mark T. Esper confirmó que unos pocos centenares de sus tropas permanecerían en el este de Siria para evitar que los pozos de petróleo puedan ser retomados por el Estado Islámico. Dirigiéndose a la prensa desde el cuartel general de la OTAN en Bruselas, Esper precisó que los estrategas militares estaban «considerando cómo podríamos reposicionar las fuerzas en esas áreas», y que el nuevo despliegue, anunciado apenas días después de anunciar el repliegue total de sus 1.000 soldados en Siria, «incluiría fuerzas mecanizadas».

Un funcionario de EEUU explica al periódico ‘The Washington Post’ que el interés de Donald Trump en el petróleo proporcionó una oportunidad para el Pentágono, insatisfecho con la decisión inicial de su líder, de atemperar su insistencia en una retirada total, y así permitir que las operaciones antiterroristas y el control del espacio aéreo de la zona prosigan. «Es como dar la medicina a un bebé mezclada con yogur o potito», asevera este funcionario, refiriéndose a la estrategia requerida en EEUU para tratar con un presidente imprevisible y, aparentemente, alérgico a las complejidades de la geopolítica.

Durante los últimos días, Donald Trump se ha vanagloriado en Twitter de haber «asegurado el petróleo» de Siria. «Nuestro poderío es Económico (sic) antes que tener que usar nuestro recién reconstruido Ejército, una alternativa mucho mejor. El petróleo está afianzado», tuiteó el presidente esta semana. Entretanto, en el norte y este de Siria, donde las escaramuzas con las fuerzas pro Turquía persisten pese al acuerdo anunciado por rusos y turcos, respiran aliviados.

Omar Abu Layla, un analista originario de Deir Ezzor, la provincia que alberga los principales pozos petrolíferos, cree que en EEUU han dado con la excusa perfecta para convencer a Trump de seguir con las botas en Siria: «Podemos decir que sí, y también queda claro, de esta manera, que no permitirán que Irán o el ejército de Asad tengan ninguna oportunidad de cruzar el río Éufrates», explica a EL MUNDO. «Creo que EEUU se enfocará en Deir Ezzor por una temporada», añade. Entretanto, el periódico ‘The New York Times’ ha informado de que los mimos blindados que hace pocos días cruzaban de Siria a Irak, en retirada, están regresando este sábado para apostarse al este de Siria, junto a los principales yacimientos. Las barras y estrellas se fueron para volver.

EL ORO NEGRO SIRIO

Aunque el súbito interés de Estados Unidos en el petróleo de Siria nos retrotraiga a 2003, cuando Washington orquestó una invasión a Irak fuertemente apoyada por el lobby energético -el pastel de hidrocarburos, de hecho, estaba repartido de antemano- el caso de hoy parece ser distinto. La mayoría de observadores advierten de que, a diferencia del país vecino, quinto país del mundo en reservas de crudo, Siria es un productor global relativamente menor, con reservas comparables a las de países tan poco codiciados por su oro negro como Uganda o Argentina.

No obstante, los hidrocarburos sí tienen una gran importancia doméstica. De acuerdo con datos de ‘The Syrian Report’, la exportación de unos 109.000 barriles diarios -el 90% de los cuales llegó a Europa-, desde los magros yacimientos de petróleo de Siria le permitieron, en 2010, generar un 20% de las ganancias de aquel año. El último antes de la guerra. Casi más importantes que sus reservas es la situación estratégica del país, capaz de dar salida al Mediterráneo a un amplio rango de productores mayores. Siria es una alternativa al inestable estrecho de Ormuz para bombear petróleo a Occidente.

Una realidad enrevesada obstaculiza las presuntas intenciones de Donald Trump. El Gobierno sirio controla los tres puertos terminales de oleoducto y las principales refinerías, todos ellos, aparte, sancionados por los mismos países europeos que antes recibían de allí su crudo. Tan es así que las FDS, que controlan el pozo de Al Omar, el mayor del país, cuya infraestructura de tratamiento es ineficiente o está destruida, se vieron obligadas a enviar sus extracciones a suelo gubernamental para, luego, recomprarlas como combustible.

Nada nuevo en una guerra que no ha entendido de frentes cuando de dinero se ha tratado. Aunque ha acabado requiriendo de la compra de hidrocarburos a Irán para mantenerse a flote durante el conflicto, el Ejecutivo de Bashar Asad jamás ha dejado de ser, por obra y gracia de oscuros intermediarios y del mercado negro, el principal cliente de cualquiera de los actores que, sucesivamente, se han adueñado de los pozos de Deir Ezzor a lo largo de la contienda.

De uno de ellos, el Estado Islámico, se llegó a decir que «el oro negro alimenta la bandera negra». Estimaciones señalan que, en 2015, la organización extremista se afianzaba gracias a los 40 millones de dólares mensuales que ganaba produciendo y exportando crudo de contrabando. Por aquel entonces, Moscú acusó reiteradamente a Turquía de ser uno de los clientes del IS. También lo fueron los kurdos de Siria que, al mismo tiempo, los combatían. Los ataques a la infraestructura energética del este de Siria fueron claves para debilitar la supremacía de los extremistas, al coste de convertir parte de los yacimientos en chatarra. ¿Tratará ahora Trump de enmendar la tragedia que ha propiciado en la franja norte del país reconstruyendo toda esa infraestructura, concediendo a los kurdos un pequeño Qatar? Permanezcan atentos al próximo bandazo.