Una obra en construcción

En la novena semana de juicio en el Tribunal Supremo han declarado casi cincuenta testigos. Muchos sobre los mismos o parecidos hechos. Es comprensible que nos fatigue y nos preguntemos si es necesario. Como lo es que tanta repetición aparente nos haga caer en la tentación de destacar lo chocante o llamativo: la película producida, dirigida y protagonizada por ese ciudadano que se construyó una barricada unipersonal y se guareció en ella mientras abrazaba su urna como si fuera carne de su carne; el octogenario al que acompañó un inspector del brazo, como haría con su abuelo, mientras aquel le repetía «no me pegues, no me pegues»; el funcionario encontrado en una sala de votación que manifestó estar allí, trabajando en domingo, porque él «es muy trabajador»; el cuadro de sainete de Ponsatí encadenada y su escolta, gritando, al ser removido, «soy compañero, soy compañero»; el señor «algo pesado» que no hacía más que recordar a los agentes de policía que él les pagaba el sueldo.

Aunque comprensibles, la fatiga y la dispersión no deben hacernos olvidar que un juicio no busca el entretenimiento, y que, en un cierto sentido, debería parecerse a un tedioso experimento de laboratorio, con sus ratoncitos a los que se aplica una vacuna experimental, y sus comprobaciones y protocolos, hasta obtener una verdad estadística que minimice los ángulos ciegos. Cuando es posible, la acumulación de prueba pertinente es una garantía.

La acumulación probatoria tiene una inercia difícil de desviar

Por eso estamos escuchando a centenares de policías explicar qué vieron, cómo actuaron, qué les pasó, y los testimonios están, como aceite, ocupando los intersticios. La fotografía, en el proceso de revelado, se hace nítida: masas humanas, barreras, gente de pie, sentada y tumbada, con brazos entrelazados para impedir el paso de agentes o vehículos, que atrancaron y cerraron puertas, construyeron barricadas, ocultaron aquello que se iban a llevar los agentes, dificultaron su salida e intentaron en ocasiones arrebatar el material incautado, hasta rodear a agentes o tirar objetos, algunos muy peligrosos. En resumen, una actuación hostil de grupos de personas que se comportaron siempre con violencia verbal, casi siempre con resistencia pasiva, muy a menudo con resistencia activa y, en ocasiones, con actos concretos de agresión.

Todo con la intención de dificultar, retrasar o impedir a las fuerzas policiales cumplir la orden de un juez. Personas que vivieron la jornada como un asedio y se parapetaron frente a un invasor (las fuerzas de ocupación, los terroristas y asesinos, los que tienen que irse a su país). Algo que excede, por número, reiteración y comportamiento, de la simple protesta y que se encuadra en lo que se les había pedido: la defensa de un acto político que fundamentaría la aplicación de la ley «legítima» que permitiría la declaración de independencia. Un acto masivo autodenominado soberano no podía ser una simple protesta, ni tampoco un supuesto de desobediencia civil.

Todo con un fondo disolvente de gigantesca desconfianza entre los cuerpos policiales. En las declaraciones percibimos a mossos que no hacen nada durante horas, indolentes, a distancia, que se niegan a mediar, mirando hacia otro lado, como para no contaminarse, o como el jubilado que echa un rato viendo grúas y obreros; que niegan el saludo a compañeros de profesión enzarzados en una actuación complicadísima; que entorpecen su labor con sus vehículos o personalmente, poniendo pegas en un lugar y apareciendo poco después en otro situado kilómetros de distancia; que piden mandamientos, como si no supieran que el referéndum era ilegal.

Mossos que sólo envían unidades de orden público cuando unos ciudadanos perturban la votación en un colegio; que afirman que lo importante es el recuento y no las urnas, y aplican el principio, retirándolas para cubrir el expediente, cuando ya ha terminado todo, vitoreados, saludados cariñosamente por personas como las que horas antes llamaban torturadores a los agentes de policía; que presencian subastas de urnas, recuentos, discursos, mientras se los aclama como «nuestra policía». Todo se resume en esa mossa que declara en el juicio con monosílabos, incapaz de hacer poco más que balbucear cuando se le pregunta qué hizo durante horas, y el que, terminada la jornada, se marcha, acompañado por quien parece ser su pareja, con una urna bajo el brazo.

Las defensas tendrán su baza más adelante, en la prueba documental

La defensa de Forn se esfuerza en introducir responsabilidad compartida por el fiasco del dispositivo, pero su problema es que, si existió negligencia, una terminó actuando y recibiendo insultos y golpes, y la otra recibió vítores. Porque si la policía no es tonta, tampoco lo es la gente. Por eso se ha procesado al mayor Trapero por rebelión, pero no a Pérez de los Cobos. Otras defensas siguen centradas, aunque de manera más calmada, en las puertas y el mobiliario rotos, las agresiones con defensas, la gente ensangrentada, y otras cuestiones que no están funcionando -como las relativas a la titularidad de algunos colegios o a los criterios utilizados para intervenir en unos y no en otros-. Al aumentar el foco, lo máximo que obtendrán en un lado será ineficacia, falta de medios o excesos, pero, con eso, no destruirán la pasividad de los otros y la masiva e ilegal iniciativa desde el poder que los ha llevado al banquillo.

La acumulación probatoria, además, posee inercia y cada vez será más difícil de desviar. No obstante, limitemos la comparación. Un juicio no es un experimento. Como dice ese don nadie ubicuo en la película Rashomon, tan humano es mentir que la mayoría de las veces no podemos ser honestos ni con nosotros mismos. Dice algo más: todos queremos olvidar algo, por eso contamos historias. Aunque de momento, la obra vaya a buen ritmo, los acusados aún tendrán la ocasión, a través de sus defensas y del resto de la prueba (en particular, la documental), de intentar derribar el edificio en construcción. Para ello deberán justificar por qué no hemos de creer a estos centenares de policías, algo que, por el momento, no han conseguido.