La liturgia, el tiempo, el lugar y la diversidad

El día litúrgico por excelencia es el domingo porque en él todos los cristianos debemos reunirnos para celebrar la eucaristía, memorial de la muerte y resurrección de Cristo. Esta celebración repetida cada ocho días marca el ritmo del año litúrgico, que tiene su culminación en la pascua anual, fiesta de las fiestas. La Iglesia siempre ha considerado que la santa misa es el acto litúrgico más importante, la “fuente y cima de toda la vida cristiana”. Es necesario, por tanto, que en ella participemos consciente, activa y fervorosamente. No basta con dar contestaciones colectivas en la celebración de la eucaristía, ni seguir los movimientos corporales y los cantos.

Es preciso que participemos con fe y amor, de forma que las ceremonias externas encuentren eco en nuestro corazón y dejen huella en el alma. Y es que el fin de la liturgia, además de dar culto a Dios, es la santificación de los fieles. Así como en la recepción del sacramento de la penitencia y de la eucaristía el fruto depende, en buena parte, de nuestra actitud interior, así también el provecho de la celebración eucarística depende de la atención, interés y fe con que participemos en ella.

La finalidad del año litúrgico es celebrar los misterios de Cristo, Hijo de Dios, desde la encarnación hasta su retorno glorioso. Todo él está centrado en Cristo. Pero esto no impide que en días determinados la Iglesia venere con especial amor a María, la bienaventurada Madre de Dios, y haga también memoria de los santos, que vivieron para Jesucristo, con Él padecieron y con Él han sido glorificados.

La Liturgia de las Horas, oración pública y común de la Iglesia, es la oración de Jesús con su Cuerpo, la Iglesia. Por su medio, el misterio de Jesucristo, que celebramos en la Eucaristía, santifica y transfigura el tiempo de cada día. Se compone principalmente de salmos y de otros textos bíblicos, y también de lecturas de los santos padres y maestros espirituales.

El culto “en espíritu y en verdad” (Jn 4, 24) de la Nueva Alianza no está ligado a un lugar exclusivo, porque Jesús es el verdadero templo de Dios, por medio del cual también los cristianos y la Iglesia entera se convierten, por la acción del Espíritu Santo, en templos del Dios vivo. Sin embargo, el Pueblo de Dios, en su condición terrenal, tiene necesidad de lugares donde la comunidad pueda reunirse para celebrar la liturgia.

Los edificios sagrados son las casas de Dios, símbolo de la Iglesia que vive en aquel lugar e imagen de la morada celestial. Son lugares de oración, en los que la Iglesia celebra sobre todo la Eucaristía, y adora a Jesús realmente presente en el sagrario. Los lugares principales dentro de los edificios sagrados son éstos: el altar, el sagrario o tabernáculo, las crismeras o vasos sagrados donde se conservan el santo crisma y los otros santos óleos, la sede (cátedra) del obispo o del presbiterio, el ambón para las lecturas bíblicas, la pila bautismal y el confesionario.

El misterio de Jesús, el Hijo de Dios, aunque es único, se celebra según diversas tradiciones litúrgicas porque su riqueza es tan insondable que ninguna tradición litúrgica puede agotarla. Desde los orígenes de la Iglesia, por tanto, esta riqueza ha encontrado en los distintos pueblos y culturas expresiones diversas, caracterizadas por una admirable variedad y complementariedad. Estas tradiciones se llaman ritos. Y en el seno de la Iglesia Católica, además del rito latino o romano, existen otros varios.

El criterio para asegurar la unidad en la multiformidad es la fidelidad a la Tradición Apostólica, es decir, la comunión en la fe y en los sacramentos recibidos de los Apóstoles, significada y garantizada por la sucesión apostólica. La Iglesia es católica: puede, por tanto, integrar en su unidad todas las riquezas verdaderas de las distintas culturas. En la liturgia, sobre todo en la de los sacramentos, existen elementos inmutables por ser de institución divina, que la Iglesia custodia fielmente. Hay después otros elementos susceptibles de cambio, que la Iglesia puede, y a veces debe incluso, adaptar a las culturas de los diversos pueblos.