1964: el martirio de las monjas españolas durante la rebelión comunista de los simba en el Congo

Las Hermanas Dominicas del Santo Rosario, navarras y leonesas, fueron asesinadas por los revolucionarios, apoyados por el Che Guevara y Cuba

Corría el año 1964 cuando empezaron a aparecer noticias referidas a los escalofriantes sucesos que se estaban produciendo en la República del Congo, como consecuencia de la rebelión comunista de los simba. Las frágiles estructuras del antiguo Congo Belga se derrumbaban ante la brutalidad incalificable de los rebeldes. Se trataba de un grupo que conjugaba la ideología marxista con supersticiones mágicas que les hacían odiar a los occidentales y creerse inmunes a las balas.

Los simba contaron con el apoyo de los países de la órbita soviética, que suministraban armamento y asesores militares. Gran parte eran cubanos, y entre ellos se encontraba nada menos que el mismísimo Che Guevara. En pocas semanas, todo el occidente del Congo quedó en manos de bandas sanguinarias que asolaban, mutilaban, violaban y asesinaban. Incluso llegaron a darse casos de canibalismo ritual con las víctimas.

Consiguieron un gran éxito con la captura de la importante ciudad de Stanleyville (hoy Kisangani), donde proclamaron una «República Popular» y crearon un remedo de Estado anárquicamente arbitrario. Allí se apoderaron de varios millares de europeos que habían quedado aislados por el avance de los rebeldes.

Noviembre de 1964, crisis congoleña: paracaidistas belgas partiendo de Kamina para rescatar a los rehenes de Stanleyville

Noviembre de 1964, crisis congoleña: paracaidistas belgas partiendo de Kamina para rescatar a los rehenes de Stanleyville

Una parte significativa de los europeos la constituían los numerosos religiosos, que prestaban abnegados servicios en centros educativos, hospitales y misiones. Especialmente monjas. Las había de varias nacionalidades, destacando por su número las belgas, las italianas y, cómo no, las españolas. La movilización de las naciones occidentales permitió rescatar a una gran parte, pero se perdió el rastro de algunas comunidades.

Entre ellas se encontraba un grupo perteneciente a las Hermanas Dominicas del Santo Rosario, navarras y leonesas. Eran enfermeras y expertas en medicina tropical. Habían decidido dedicar su vida a los más necesitados de los necesitados, en un país asolado por la miseria, la inseguridad y las hambrunas. Creyéndose protegidas por el carácter humanitario de su tarea, se aferraron a sus enfermos, negándose a abandonar el hospital en el que trabajaban y en el que fueron finalmente secuestradas.

El recuerdo del autor

Yo tenía entonces alrededor de diez años, pero me quedó en el recuerdo cómo todo el país se paralizaba a las horas de los noticiarios, sobrecogido de preocupación por las desaparecidas. Entonces, las noticias se seguían por Radio Nacional de España, con la que todas las cadenas debían conectarse obligatoriamente.

Rebelión simba

Rebelión simba

En mi casa se escuchaba el «parte» de las diez de la noche y aquellos días con atención cuasi religiosa. Mi padre y mi abuelo, con la circunspección que merecían las crónicas desde el campo de batalla enviadas por un jovencísimo Miguel de la Quadra-Salcedo. Mi madre derramaba lágrimas y oraciones mientras servía la cena.

El valeroso periodista se había presentado voluntario para informar in situ de los acontecimientos, aun siendo consciente de los riesgos que entrañaba la brutalidad de los simba. Pero no se limitó a esta tarea, sino que intentó encontrar a las religiosas. No llegó a tiempo. Consiguió alcanzar la localidad de Kamina, en cuya iglesia varias decenas de religiosos habían sido ametrallados tras ser torturados.

Entre ellos se encontraban las cuatro españolas. Solo pudo localizar el lugar en el que se habían enterrado sus restos, tras ser descuartizados. Jugándose la vida, pudo colocar una cruz sobre cada tumba de las religiosas martirizadas. También pudo recoger algunas de sus pertenencias y recuperar un sagrario que habían disimulado y que conservaba las formas consagradas. Respetuosamente cubierto por un paño, lo transportó sobre sus rodillas en el avión de regreso para entregarlo en el convento de su orden en Pamplona.

Españoles en Vietnam

Muchas otras comunidades de monjas han demostrado el mismo valor en cuantas ocasiones han tenido que afrontar situaciones terriblemente peligrosas. Como las monjas misioneras que permanecieron con su grey después de la caída de Vietnam del Norte en manos de los comunistas en 1954. Entonces, un millón de católicos tuvo que huir hacia el sur escapando de un futuro amenazador. Pueblos enteros encabezados por sus párrocos.

O cómo las comunidades sorprendidas en Ruanda por el genocidio de 1994, varias de las cuales decidieron permanecer junto a las personas que protegían. La prensa recogió la contestación de un funcionario a la petición de ayuda de las Misioneras de San José: «El Ministerio de Exteriores no está para buscar monjas por la selva». Por cierto, el ministro Solana destituyó al insensible funcionario.

Me ha provocado a escribir este artículo una noticia que solo ha salido en algunos medios minoritarios. Cito textualmente: «En un acto de compromiso y entrega, las religiosas de Mater han decidido permanecer en la apartada región de Kalalé, en Benín, a pesar del creciente riesgo que enfrentan a causa de la amenaza islamista que se cierne sobre la comunidad cristiana del país». Sigue la historia. Otras religiosas de hoy mismo, decididas a no abandonar a las personas a las que sirven. ¡Vaya monjas las nuestras!