La planta 33 de la actual Torre Emperador de la Castellana alberga una capilla a la que acuden en torno a una decena de trabajadores todos los días antes de comenzar su jornada laboral
A más de 100 metros del suelo se eleva la capilla más alta de Europa. Ubicada en la Torre Emperador Castellana de Madrid, a ella acuden a primera hora en torno a una decena de trabajadores que comienzan su jornada tras escuchar la misa oficiada por Manuel Sánchez, el capellán que desde las 8 de la mañana realiza todos los días laborables los preparativos pertinentes. Una luz verde que tan solo se apaga el Viernes y Sábado Santo indica que ahí se encuentra la casa del Señor desde 2009 por iniciativa del grupo Villar Mir, el primer dueño del rascacielos.
En la planta 33, curiosamente la edad de Cristo, cualquier empleado de la Torre Emperador puede encontrar esta particular capilla. «Primero comenzamos con tres misas a la semana, pero poco después se puso misa todos los días», cuenta Sánchez a El Confidencial. Unos meses después del inicio de su andadura, ya en febrero de 2010, el por entonces arzobispo de Madrid, Rouco Varela, bendijo el edificio y la capilla.
El documento rubricado por Varela en noviembre de 2009 decía que «visto que se trata de una dependencia dignamente instalada, concedo el derecho a oratorio con reserva de la santísima eucaristía en provecho espiritual de todo el personal que forma parte del Grupo Villar Mir«. Y añadió: «Dicho lugar deberá quedar libre de cualquier uso doméstico».
Desde entonces, Sánchez interactúa con trabajadores, personas creyentes y practicantes, que encuentran su particular remanso religioso en este enclave: «Lo que hacemos es muy limitado porque la gente va a trabajar, no es una capilla al uso en la que se realicen sacramentos, solamente la misa», cuenta. El propio decreto de fundación de la capilla así lo estipula: se le reserva la eucaristía y la celebración de la santa misa como única actividad religiosa que en ella se puede realizar. Sin embargo, sí que se han dedicado misas en recuerdo de personas fallecidas a petición del propio personal de la Torre Emperador.
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Todo hecho con material ignífugo
La llegada de este capellán de 64 años, con ascendencia argentina y venezolana, al rascacielos suele producirse sobre las 8 de la mañana, media hora antes del comienzo de la misa. «Preparo todo lo necesario, recibo a aquellos que quieren confesarse y me quedo un rato orando», cuenta. Cinco minutos antes de las 9 de la mañana ya ha terminado la misa. Lo intenta hacer así para que a los feligreses les dé tiempo de llegar a sus puestos de trabajo.
El promedio de asistentes se sitúa entre las 12 y las 15 personas, aunque la capilla tampoco podría albergar a muchas más, quizá hasta las 25. Hombres y mujeres por igual constituyen el perfil de los fieles, que siempre ocupan unos bancos algo distintos a los de cualquier iglesia. «Todo tuvo que hacerse con materiales ignífugos para evitar cualquier tipo de incendio, así que los bancos son de metal y no de madera, como los de las demás iglesias», ilustra el capellán, a su vez párroco en María Inmaculada y Santa Vicenta María de Madrid.
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No es lo único metálico. El soporte del altar y la estructura del poco mobiliario que decora la estancia, de unos 75 metros cuadrados, también lo son. En esta capilla sobresale un «precioso Cristo crucificado«, tal y como lo describe Sánchez, que da la espalda a las increíbles vistas desde la planta 33 de la Torre Emperador a través de un ventanal que proporciona luz natural a la capilla. También hay una imagen de la Virgen Inmaculada, patrona de España.
«No sé quién, pero hace tiempo alguien regaló una pequeña imagen de la Virgen del Pilar, y ahí está», añade. Además, Juan Miguel Villar Mir, artífice de la capilla cuando el rascacielos se llamaba Torre Espacio, era ingeniero de caminos: «Me comentaron que, en su momento, algunos de sus exalumnos le regalaron una imagen de Santo Domingo de la Calzada, patrón de estos ingenieros, y la imagen la dejó en la capilla», detalla Sánchez.
La luz verde siempre está encendida
Desde el principio, intentaron que la capilla tuviera «alguna señal que indicara la presencia de Jesús», tal y como dice el capellán. Tras varias consultas con AENA por cuestiones de tráfico aéreo, se decantaron por instalar una luz LED verde, visible a kilómetros de distancia. «Está encendida todos los días a todas horas, justo detrás del sagrario. Solo se apaga el Viernes y Sábado santo, que es cuando entramos en luto eclesial por la muerte del Señor y se retira la reserva de la eucaristía. El Domingo de Resurrección se vuelve a encender», añade el sacerdote.
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Sánchez admite que se trata del lugar más peculiar en el que ha celebrado misa. «Nunca habría pensado hacerlo en una capilla a esas alturas, pero es una grata experiencia«, concluye.










