La humildad es una virtud poco valorada, a veces maltratada y peor entendida. Sin embargo, los valores del hombre y la raíz del desarrollo de las cuatro vidas, se basan en ella. La humildad, nos ayuda a reconocer nuestras limitaciones y carencias. Nos ayuda a valorar nuestras cualidades y potencialidades, siempre en su justa medida, y apoyándonos en ellas, a tratar de mejorar y de hacer el bien, que es aquello para lo que hemos nacido.
Gracias a la humildad, podremos aceptar, aunque nos duela, nuestras debilidades y fallos. Además, nos lleva a reconocer los valores y dones que tenemos con naturalidad, sabiendo que es algo nuestro porque nos ha sido concedido o lo hemos obtenido con esfuerzo y la ayuda de los demás, y de Dios.
Aunque siempre, y en todo, podemos mejorar. Por mucho que sepamos, siempre será más lo que ignoramos. Cómo dijo Cowper, “El saber es orgulloso de haber aprendido tanto, la sabiduría es humilde por no saber más”.
Ser humildes significa a su vez, no tenernos por superiores de nadie. Reconociendo las cualidades de los otros, e intuyendo en ellos algunas cualidades que aunque desconozcamos, seguro poseen. Otras veces, no valoramos algunas cualidades porque nosotros no las poseemos, o no tenemos la capacidad para apreciar algunas cosas, como pueden ser la música, el dibujo, o el fútbol…
Por otro lado, la soberbia, rival de la humildad, nos lleva a minimizar los valores de los otros porque no “aguantamos” que sean mejores que nosotros en algo. El soberbio es un “tontín”, porque, al no querer valorar y conocer lo que él no posee, siempre estará presumiendo de lo que él domina, y por lo tanto, perdiéndose aprender muchas cosas de los demás. Una persona que es humilde en sus relaciones, es la que sabe aprender de todas las personas de su alrededor. Busca sus cualidades, les ayuda, y con su sencillez, podrá superar sus defectos.
Sin embargo, también existe la pregunta del millón ¿para qué hemos nacido?… pues bien, la respuesta es más sencilla de lo que crees. Hemos nacido para servir y amar a Dios en este mundo, y gozar con él, en el Cielo. ¿Cómo se ama a Dios si no lo vemos? Alabándole como Creador y Padre, honrándole con nuestra oración de agradecimiento y con nuestros actos de piedad. Cumpliendo a su vez, los mandamientos, haciendo su voluntad, y en especial, sirviendo y amando a nuestro prójimo como a nosotros mismos.
Para conseguirlo, para lograr entender toda esta verdad, es necesario la humildad. Ver a todos como a nosotros mismos. El que cree que lo sabe todo, no da lugar a aceptar la verdad allí donde se encuentre. El hombre no crea a Dios, pero tampoco es capaz de evitar su existencia. “Aprended de mi que soy manso y humilde de corazón y hallareis paz para vuestras almas”.