Para poner en orden el argumento de nuestra comunicación hay que acumular montones de conocimientos sobre el tema para lo cual, a menudo, se hace preciso leer, reflexionar, preguntar, escuchar, documentarse, etc.., e ir acumulando datos y más datos sobre el mismo. Se hace necesario aclarar y concretar nuestras propias ideas y convicciones. Reseñar datos y hechos. En definitiva, ampliar al máximo los conocimientos que sobre el tema podamos obtener, y es entonces, en función del tiempo que ha de durar nuestra comunicación, a quien nos dirigimos, el lugar donde se ha de realizar la comunicación, y primordialmente, en función de la finalidad de la misma, cuando hemos de comenzar a ordenar el argumento.
El argumento ha de tener un orden, un principio, un desarrollo, y un final. Volvemos a significar aquí que no se trata de buscar palabras, sino hechos e ideas y así, poco a poco, redactar el guión del argumento, las líneas maestras del mismo. De todo este material que hemos ido recopilando ahora, hemos realizado una labor de síntesis y hemos fijado —rechazando muchas cosas— las que vamos a decir.
La idea de una comunicación o el tema es lo mismo. Un tema se puede contar en dos palabras, o en dos o tres frases como mucho. Pero un mismo tema puede ser tratado con diversos argumentos. De forma que pueden ser incluso comunicaciones distintas pero sobre el mismo tema. El argumento es el desarrollo de la idea, del tema, es decir, una sucesión de hechos relacionados entre sí. Un mismo tema puede tener diferentes desarrollos o argumentos distintos, como hemos comentado con antelación. Lo que cambian son los sucesos y los personajes. Cuando deseamos contar a alguien una película, la narramos con pelos y señales. Este relato amplio y detallado es el argumento, y se llama también guión literario. Por eso, insistimos, el argumento es el desenvolvimiento de una idea.
Se acostumbran a distinguir tres partes en la mayoría de los argumentos: el planteamiento de la acción, el nudo o desarrollo de la misma, y el desenlace o resolución. El autor ha de cuidar las tres por igual, pues la ejecución defectuosa de cualquiera de ellas echa a perder la comunicación. Una comunicación bien planteada y bien desarrollada en su parte central, puede resultar fallida si el desenlace no es el adecuado. Lo mismo puede ocurrir si se expone mal el planteamiento o se equivoca el desarrollo del mismo. En muchos de las comunicaciones habituales se conservan estas tres partes. A veces, en vez de tres, son cinco o más, otras veces solamente dos. Es importante concretar todas las partes de un argumento. Un charla, una conversación, un dialogo, no es un caos, un desorden, sino que las diversas unidades están ordenadas, se relacionan entre sí. El procedimiento a través del cual se organizan las partes del discurso o unidades expositivas se llama montaje.
El montaje se emplea, en primer lugar, para suprimir todas aquellas frases, escenas o secuencias que no son convenientes al sentido y finalidad del discurso. Se habla, se conversa, se dialoga para comunicarse, poner en común, entenderse y para ello hay que pensar, valorar y organizar adecuadamente el argumento.