El Madrid se niega a claudicar

Irrumpe AC/DC con la voz rasgada de Brian Johnson para certificar un empate a sinsabores en el Wanda. El Atlético se queda con semblante de mirlo porque ha perdonado al Real Madrid y cede dos puntos. Y la tropa de Zidane rasca a última hora unas tablas con mérito, pero que dejan a la vista un reguero de imperfecciones. Con su gol, Benzema neutraliza la maravilla de Luis Suárez y conserva el aire incierto de la Liga. El Atlético sigue con cinco puntos de renta y un partido menos.

Se empeñan Simeone y su eco en etiquetar cada partido con el Real Madrid como uno más, otro eslabón en la cadena. «Son tres puntos, como el Villarreal». Por vicisitudes históricas, sociales y culturales, todos los colchoneros saben que cada duelo con el Madrid -en el mundo atlético siempre sobra el Real- es singular, casi único. Es David contra Goliath, el sur frente al norte, el día y la noche… Una marea irresponsable y apasionada que no respeta la distancia social de la pandemia espera la llegada de Simeone y sus chicos al Wanda. Vitorea a ese autobús, lo empuja con el alma, lo envuelve en humo y niebla… Es una masa vociferante, ardiente, fanática que detesta tanto al Madrid como ama a su equipo. En el interior del estadio, el club prepara otra bienvenida. Una enorme pancarta que ocupa un lateral con un rótulo gigantesco. «Forza Atleti, estamos aquí», dice la entidad en nombre de la hinchada. El alcalde, José Luis Martínez-Almeida, que hace el saque de honor, se arrodilla y besa el escudo a rayas. En el ideario rojiblanco, el Madrid no es uno más. Nunca lo fue.

El Madrid comparece con cierta indolencia en el cuerpo, jugadores con galbana en un escenario hostil, presión sin hambre… Es la camiseta de siempre, la que gana Champions y remonta partidos imposibles en el último aliento. Pero ese espíritu no se aprecia en el primer acto del Wanda. Los jugadores del Atlético reciben solos el balón, sin una pierna que moleste. Cunde la parsimonia en la faena oscura, robar la pelota, meter el pie, dejar ronchas de piel en el césped.

Solo Casemiro ofrece ardor guerrero y otro perfil. Pelea con codicia, persigue sombras, se va solo al campo de batalla. Cualquiera pediríamos a Casemiro el primero en una ronda de capitanes en el patio. La clase de Modric aclara ideas y espacios, Kroos no pierde un balón y Benzema se asocia siempre, pero al equipo blanco le falta algo: esencia, gol, fe.

Esta vez el Atlético se reconoce en el vestidor. No hay experimentos ni miedos colectivos, el equipo juega, en efecto, contra el Villarreal o el Osasuna, según el plan anual. Hay que acercarse a Suárez con el balón en propiedad. Expone Simeone dos opciones y las dos valen: atosigar para quitar o combinar para avanzar.

El partido cambia cuando coinciden los tres niveles de eficacia en el Atlético. La visión lateral del recuperado Trippier, el destello incontenible de Llorente y el remate de Luis Suárez. Trippier la vuelca hacia al espacio libre por la derecha donde Llorente gana el duelo a Nacho, penetra veloz y asiste a Suárez, que maneja superlativo la escena. Arranca al límite del fuera de juego y define con propiedad, el cuerpo ladeado, el golpeo con el exterior, desbordado Courtois, la pelota a la cazuela.

El Atlético no vuelve a la cara con el gol y se refugia. Busca más, un detalle que complace a su parroquia. Juega al fútbol, elabora con Koke en el ancla, Lemar intuitivo y Carrasco punzante por la izquierda, donde Lucas Vázquez sufre. Durante muchos minutos es una sinfonía afinada, firme en defensa, equilibrada en el centro, rápidos al despliegue.

En el Madrid faltan jugadores diferenciales. Sin noticias de Asensio, tímido Rodrygo, solo los veteranos del centro y Benzema percuten sin demasiada intensidad sobre el orden de Simeone. Aunque el asunto es del pleistoceno, al Madrid le falta Cristiano.

Tal vez porque se encaminaba a una derrota sin paliativos, el Madrid muestra otro talante después del descanso. Reconduce su apatía, celebra los pulmones de Valverde y la potencia de arrancada de Vinicuis, gobierna el partido y acomete la remontada. Las ocasiones son del Atlético, que encuentra un filón en el emparejamiento de Carrasco con Vázquez. Varias veces Luis Suárez, el propio Carrasco y Llorente rondan el gol. Le toca a Courtois justificar el salario y la categoría de primer nivel.

El segundo gol no llega y el Atlético compromete la victoria en ese desacierto. El Madrid no apabulla, pero es constante en el empeño. Valverde ha insuflado otro ánimo al equipo blanco y ahora Benzema sí llega a posiciones de remate con el aliento de Vinicius. En el Atlético ha salido Joao Félix, pero en situación de desventaja. Su equipo ya es el muro que defiende el 1-0 como si le fuera la vida.

Benzema no es Cristiano. Necesita varias oportunidades, como las mentes tardías. Primero chuta alto, después, en boca de gol, obliga al lucimiento de Oblak. El esloveno ejecuta su milagro, que parecía en el limbo y asoma en el momento crucial. Paradón doble ante el francés, que se desespera.

El Madrid encuentra sus raíces en ese arreón final. Es el frenesí conocido de los últimos minutos, tan marca de la casa. Aprieta y exige hasta la extenuación. Los dos mejores del equipo en el Wanda, Casemiro y Benzema, arman la jugada que otorga el empate y reactiva una Liga que se le escapaba como azúcar entre los dedos.