Educar la voluntad para crecer en libertad

Crecer en libertad es nuestra tarea durante toda la vida. Para ello hemos de crecer en conocimiento y también hemos de desarrollar y mantener una voluntad fuerte. Entender y querer: dos facultades o potencias operativas diferentes. La distinción entre el entendimiento y la voluntad resulta perfectamente compatible con la existencia de un principio común a ambos, lo que llamamos, “corazón”, del cual son energías o poderes activos. En la “intimidad”, “centro”, “corazón” de la persona está el centro operativo que hemos de educar, día a día, para poder crecer en libertad.

Para ello, en la tercera infancia, la formación de hábitos buenos: sinceridad, orden, obediencia, generosidad, laboriosidad, puntualidad, valentía, etc.,… es la tarea de niños y educadores- que son las personas que orientan, motivan y entrenan a otros a educarse-.

Se estudia para aprender, para saber, y así, obrar mejor. Luego enseñar a hacer, forma parte de la educación de la voluntad. Para educar la voluntad es necesario: que tengamos posibilidades de hacer algo: porque lo sepamos hacer, o podamos intentarlo, (nadie nace aprendido), lo queramos hacer, deseemos hacerlo, decidamos hacerlo, concretemos lo que vamos a hacer y posteriormente lo realicemos.

Animarnos a actuar es primordial y, motivar a otros a hacer porque pueden intentarlo y así aprender, impulsar su deseo de actuar, animarles a que se decidan a hacer, orientarles para que concreten lo que van a hacer y luego valorar y apreciar lo que han hecho, ayuda sin duda a fortalecer la voluntad. Y por la otra: facilitar oportunidades de hacer, que puedan hacer, que tengan algo que hacer y que reciban el encargo o tengan la responsabilidad de hacerlo es necesario para que se planteen la necesidad de actuar. En todo caso, para que este hacer esté a la altura de la racionalidad humana ha de ser un hacer pensado, documentado, decidido, razonado.

El querer hacer de una voluntad libre se actualiza en la decisión. Luego, enseñar a decidir y, en general, enseñar a vivir mejor la propia libertad responsable, forma parte de la educación de la voluntad. Pero toda decisión supone un querer. Elijo o acepto libremente en función de que es eso lo que quiero. Y este querer no es ya sólo de voluntad, sino querer de amor. Y el amor es voluntad, y algo más que voluntad porque posee la fuerza de la verdad, la bondad y la belleza. Su lugar es el “corazón”. Un corazón enamorado es un corazón fuerte, valiente, decidido.

Una voluntad fuerte supone la educación de la fortaleza. Nuevas generaciones de hombres recios, de hombres y mujeres fuertes. Enseñar a acometer y a resistir. Hoy, cuando la contaminación de lo fácil, cómodo, placentero, debilita la resistencia, el aguante, la fuerza. La fortaleza podemos considerarla como virtud – que es el desarrollo óptimo de una tendencia natural de la persona y también como don.

De otra parte, hay personas con mucha voluntad pero, desnaturalizada o degenerada, para hacer el mal. Y, sin embargo, la voluntad por naturaleza tiende al bien. Educar es ir a favor, no en contra de la naturaleza. De contrario, manipular es rebajar, destruir, cosificar la naturaleza humana.

Así pues, buena voluntad parece ser disposición de querer y de hacer el bien. Educar es cualificar ese querer y ese hacer. Purificar esa voluntad. Descontaminarla de motivos torcidos o menos rectos o menos nobles o menos elevados. Es también rectificar las intenciones y ello requiere un corazón limpio.

Educar la voluntad supone también prever sus enfermedades. Entre ellas, se suelen citar la abulia, el atolondramiento, la dispersión, la indecisión, la pasividad, la inconstancia, etc., educar la voluntad es, así mismo, tratar de curarlas. Pero, hay otras enfermedades ocasionadas hoy por evasiones de la realidad: droga, activismo ideológico, etc., A veces, cuando se producen, son problemas muy difíciles de responder. Por eso, toda previsión es poca.