El juego y el trabajo II

Aunque a muchos les sorprenda e incluso les parezca increíble, el trabajo es en muchas ocasiones divertido, y está en nuestras manos que lo sea siempre o casi siempre, si somos capaces de convertirlo en un juego. Pienso no obstante, que no nos gustaría oír que dijeran que nuestro trabajo es un juego para nosotros. ¡Es lógico! Entre nosotros jugar nos parece exactamente lo contrario a trabajar que lo tenemos como algo duro, pesado, tedioso…, y sin embargo, no tiene porque ser así. Hay juegos que nos parecen serios e incluso difíciles como el Ajedrez. En algunos países del este, el Ajedrez es una asignatura, un trabajo intelectual, y tradicionalmente en Inglaterra, en centros universitarios como Oxford y Cambridge, orientados a la formación integral del estudiante, se le encomienda al juego y desde antiguo: natación, fútbol, remo… una alta función pedagógica. Los Juegos Olímpicos pueden ser el paradigma de nuestra afirmación.

Al asimilar el juego a broma, intrascendencia, pasatiempo, anodinidad, inutilidad, indiferencia… se anula toda la gama de valores que encierra el juego en sus diversas vertientes (recuérdese que en muchas lenguas –francés, inglés, alemán, ruso, árabe- expresan el acto de tocar un instrumento con el término jugar). En consecuencia, lo decisivo es conceder carácter lúdico al trabajo, para que este sea -como lo es el juego- algo lleno de sentido y creatividad, y lo convierta en una actividad absolutamente libre y gozosa.

Por otra parte, todo trabajo, sea cual fuere, y aunque en principio no lo parezca, ofrece campos de posibilidades de libre juego, que casi nunca se conocen del todo pero, que –por ser eminentemente reales- lo dotan de sentido, pudiendo así, convertir ese trabajo en algo lúdico. Esta acción, cuando está dotada de sentido, encierra carácter creativo, aunque su realización sea muy costosa y parezca reducir a quien la realiza a un horizonte muy estrecho y repetitivo.

Para que el trabajador, sea al nivel profesional que sea, viva como lúdica su actividad laboral sólo necesita, en principio, convertir el trabajo en juego. Para hacerlo, ha de ser consciente de la relación entre los actos que realiza y los campos de posibilidades que esta actividad le ofrece. Puede realizar personalmente la experiencia de introducirse en todas las vertientes que le proporciona cada acto laboral, lo que le abre un montón de posibilidades, dotando así a su trabajo de un sentido peculiar, único y personal. En definitiva, conocer, asumir y participar creativamente, en el por qué y para qué de la actividad que realiza.

El trabajo se convierte en juego cuando, por ejemplo, en el trabajo intelectual que es el estudio, el estudiante pasa del nivel de “empollar” las cosas que le sirven de materia de conocimiento, al nivel interiorizar el por qué y para qué de lo que estudia; del estado de incapacidad de comprender o relacionar lo aprendido, al de unirse en diálogo con aquello que estudia; de una posición que está determinada por la actitud que valora exageradamente la utilidad del trabajo (aprobar) y antepone a todo su consecución. Ello, despersonaliza al que lo realiza, e impide la aparición de una situación de creatividad y lucidez, que divierte y llena de satisfacción por lo aprendido. De aquí arranca el carácter liberador del trabajo-estudio.

El despliegue cabal de la existencia humana, sólo se logra, cuando el conjunto de la actividad humana –la cotidiana y la extraordinaria, la realizada en el tiempo laboral y la realizada en el llamado tiempo libre- ostenta un riguroso carácter lúdico. La verdadera liberación del hombre de la era técnica, no consiste primariamente en reducir las horas laborales en beneficio de las horas “libres”, a fin de incrementar la práctica del juego sino, en orientar de modo lúdico las diversas formas de actividad humana, tanto las consideradas vulgarmente como “lúdicas” como las “serias”. El hombre se libera y gana su plena madurez cuando toma como absolutamente serias las actividades que tienen carácter auténticamente lúdico; al igual que cuando convierte en juego las actividades que llamamos serias: el trabajo, ya sea profesional, familiar, social… y entre ellas, y de forma primordial, el trabajo intelectual: el estudio.

En todo caso, el juego y el trabajo tienen siempre un punto en común al ser actividades humanas que permiten y desarrollan la capacidad propia y exclusiva del hombre: la capacidad de crear. Y que, si se realizan libremente y bien hechas, son factores esenciales para el crecimiento y mejora de la persona.

Os propongo un próximo artículo para pensar: “Cómo jugar a estudiar” ¿Os parece bien?