Todo tiene un orden, porque todo lo que existe es por algo y para algo. Todo tiene una finalidad. El que no sepamos el por qué y para que existe, sólo prueba nuestra ignorancia. La ciencia, continuamente, esta descubriendo la utilidad y el sentido de los seres y las cosas. Entes, de los que antes no se conocía el por qué de su existencia ni su función o utilidad en el mundo. La finalidad, el fin, el para qué de su existir nos habla de la necesidad del orden, que no es otra cosa, que la recta disposición de las cosas a su fin. Esta breve consideración, que define el orden, nos puede ayudar a entender la necesidad y conveniencia de adquirir nosotros este valor que nos permita alcanzar el sentido y objetivo de nuestra existencia, y fomentarlo en los que nos rodean.
Ordenar, poner en orden nuestras ideas (crear una jerarquía de valores) y mirar de discernir nuestros sentimientos para ordenarlos, rechazando aquellos que no estén de acuerdo con nuestros valores y, eligiendo aquellos mas convenientes y adecuados para lograr los objetivos que –libremente- nos hemos marcado es imprescindible, para poder vivir en libertad. Si no lo hacemos así, estamos sujetos a los caprichos del momento y a los sentimientos, que aparecen incontenibles, por desordenados. Ser dueños y señores de nuestras vidas es ordenar nuestros principios para actuar de acuerdo con ellos y controlar nuestras emociones y sentimientos. Hacer -en cada momento- lo que a uno le apetece, da una falsa sensación de libertad porque -muchas veces- es precisamente eso, lo que hace imposible que realicemos, lo que en verdad, queremos hacer. Esa es la estrecha relación existente entre la sinceridad y el orden.
“La recta disposición de las cosas a su fin”, eso es el orden, nos permite lograr aquello que todos queremos alcanzar: la felicidad, ser felices. Por eso, hemos de poner en orden y luego practicar, los medios que conducen a ella. Alcanzar este valor o fortaleza es propio de la educación. Educar es ayudar a mejorar a la persona, instruirnos para que sepamos elegir aquello que nos conviene para alcanzar la felicidad que anhelamos; también es exigirnos para cumplir con aquello a que nos hemos comprometido. Con ello se fortalece nuestra voluntad. Conocimiento y voluntad son imprescindibles para elegir y realizar lo elegido.
Ser una persona ordenada en el empleo de nuestro tiempo, nos permite poder hacer un montón de cosas, que de otra forma, nos resultarían imposibles. ¿Que es lo que tengo que hacer? Pensar en ello y, decidir organizar nuestro tiempo, hace posible que alcancemos un mayor grado de autonomía y libertad, ya que, o perdemos el tiempo en cosas que después descubrimos no son importantes y menos, tan urgentes como parecían, o nos lo roban las urgencias y tareas –quizás- importantes para otros, pero irrelevantes para nosotros.
A los niños hay que enseñarles a ser ordenados con su tiempo y con sus cosas, que si no están en su sitio, nos hacen y les hacen perder el tiempo. Que sean ordenados y aprovechen el tiempo, el más limitado bien que poseemos, (7 años sólo se tienen una vez en la vida), y son muchas las cosas que, a cualquier edad, hemos de hacer, como por ejemplo: descansar, jugar, relacionarnos con los otros… y sólo tenemos tiempo para las importantes, a cualquier edad.
Hay cosas que nos apetecen hacer porque, nos atraen instintivamente o, nos aparecen como beneficiosas en el momento, y otras, que -en muchas ocasiones- sentimos rechazo -al tener que realizarlas- porque se nos muestran como costosas. Todo ello, -independientemente- de que sean o no, deberes u obligaciones. Hay tareas, trabajos que nos encanta hacer y, esparcimientos, descansos, juegos… que no nos atraen en el momento; bueno si luego las comenzamos, las cosas muchas veces cambian (comer y rascar todo es empezar). Por eso, son los sentimientos los que hemos de educar y controlar cada uno de nosotros. Es la inteligencia la que nos muestra que es lo que debemos hacer y elige y -la voluntad- la que nos mueve a actuar.
Es cierto, que los sentimientos en muchas ocasiones preceden a la acción pero, -también lo es- que la acción -movida por la voluntad- (propia o ajena) hace surgir los sentimientos. De forma que podemos comenzar una tarea fingiendo el entusiasmo y la alegría que no sentimos y, al rato, sentimos la alegría y el entusiasmo del que carecíamos. Así se educa a las personas, desde pequeños, fomentando en ellos el valor del orden. “Cada cosa a su tiempo y un tiempo para cada cosa” “Cada cosa en su sitio y un sitio para cada cosa”. Se trata de enseñar a amar la conducta recta y sentir repugnancia por la conducta desordenada.