La virtud de la sinceridad

El hecho de vivir la sinceridad implica algo más que la adecuación entre lo que se piensa, se siente y lo que se dice. Ya que, la sinceridad exige -para que sea autentica- que coincida, lo que se piensa, se dice y se hace, con lo que se debe hacer. Seré sincero cuando lo que piense, sienta, diga y haga, coincida con la realidad de mí deber ser. Por un lado, la cuestión está, en que -todos- para vivir este valor precisamos tener claro que es lo que debemos ser. Ser conscientes de lo que pensamos y, si ello, se adecua a la verdad. Tener presente cuales son nuestras ideas, creencias y convicciones. Luego, para ser sinceros, hemos de obrar de acuerdo con las mismas. Hemos de acostumbrarnos a vivir como pensamos, pues “el que no vive como piensa pronto acaba pensando como vive”.

La circunstancia de que –hoy- apenas dediquemos tiempo para pensar y que lo que “pensamos” sea consecuencia de la repetición de ideas de otros, con su “razonada” (racionalizada) justificación, hace que -en el fondo- por falta de reflexión propia, no tengamos unos principios que guíen nuestra conducta y un fin que la oriente. Todos necesitamos una guía interior formada por una jerarquía de valores que nos sirva como punto de referencia de nuestra conducta. Precisamos tener una filosofía de vida, unas metas que alcanzar, una actitud de lucha, para pasar de nuestra manera actual de ser -con nuestras debilidades- a tratar de conseguir el como queremos y debemos ser.

Esta falta de principios, de jerarquía de valores en algunos padres y educadores, es causa frecuentemente, de que algunos padres no sepan orientar a sus hijos y dejan a los chicos y chicas sin criterios que les transmitan la necesidad de vivir los valores (los tiempos han cambiado dicen…) y ello, puede explicar la desorientación de muchos niños y jóvenes que se engañan a si mismos y mienten a los demás, porque ven la incoherencia entre lo que dicen y lo que hacen, en aquellos que debían ser un ejemplo para ellos. ¡Es como si fueran huerfanos!(No grites ni pegues, dice una madre gritando y propinando un cachete a su hijo). (Di que no estoy en casa, responden cuando sus hijos les avisan de que les llaman por teléfono)…Políticos, empresarios, famosos… que aparecen en los medios de comunicación haciendo alarde del engaño, la trampa, el lucro fácil basado en la mentira. La falta de respeto, la facilidad con que se puede quitar la fama de alguien insinuando e incluso afirmando mentiras. (Los padres -algunos padres hoy- creen antes a sus hijos que a sus profesores o educadores y así, los hijos acaban no creyendo a sus padres). La malentendida libertad de expresión, que permite se manifiesten públicamente insultos, descalificaciones y groserías a las personas, instituciones y creencias más sagradas para los ciudadanos. Todo ello y más, lleva a facilitar que se falte, al indudable derecho al honor de personas e instituciones. Simplemente, mediante el solo hecho de afirmar que yo digo lo que pienso; como si hubiera derecho a la mentira, con tal de que uno crea, o sienta, que lo que dice es verdad. (Mi profesor me tiene manía…).(Mis padres no me quieren…etc.)

“Lo mas importante que se debe aprender en la vida es a decir siempre la verdad” Ciro. Y se habla no sólo con las palabras, sino también, y fundamentalmente con las acciones. No ayudamos a educar a los demás si los otros perciben doblez, falsedad o fingimiento en lo que pensamos, decimos o en lo que hacemos. Para poder comunicarnos entre nosotros es preciso ser sinceros, si no, es imposible el diálogo. Decir siempre la verdad, enseñarla y exigirla a los niños desde pequeños es imprescindible porque ello les ayuda a mejorar, les educa, les relaja, les confiere un corazón noble, responsable y, todo ello, lleva al buen entendimiento, al verdadero diálogo y, por ende, a la convivencia comprensiva. Comprender, es aceptar amorosamente a los que viven con nosotros a pesar de sus debilidades. Pero no implica, que ni ellos ni nosotros, tengamos que ser transigentes con ellas, sino al contrario, hemos de ayudar entre todos a erradicarlas de nosotros y de los demás. De ahí, que todos estemos en constante lucha por ser mejores, por llegar a ser quienes debemos ser. Esa es la verdad: que todos tenemos que luchar por mejorar, por ser verdaderamente auténticos, sinceros. “Conócete a ti mismo” y “Llega a ser quien eres”.

Cada uno de nosotros hemos de tener muy claro cuales son nuestros objetivos de mejora, para vivir con coherencia y ser auténticamente sinceros. Que es, lo que queremos conseguir, cuales son nuestras prioridades en cada etapa de la vida. A los niños y jóvenes, incluso a nuestros compañeros en el camino, hemos de ayudarles a que decidan -por si mismos- que es -lo que en uso de su libertad- quieren hacer porque es bueno, porque es lo mejor. Que tengan ideas claras, que sepan a que atenerse y, no pedirles nunca nada que no sea correcto y razonable. Tratar de animar a que realicen lo que nosotros cumplimos o, al menos –sinceramente- vean, que nos esforzamos por lograr. Exigir el cumplimiento de los compromisos que han adquirido. Persuadirles de que decir la verdad y actuar con fidelidad a uno mismo, a su palabra y compromisos es lo mejor. Que ello, proporciona paz y equilibrio interior. Que sean conscientes de que la sinceridad es lo más conveniente. Que es admisible el comportamiento erróneo, (todos nos equivocamos y tenemos debilidades) pero, que nos podemos corregir. Que cuentan con nuestra comprensión y ayuda, si hay voluntad para superarse, pero, que la mentira mantenida, es intolerable, hace imposible la convivencia y el amor.