Los habitantes de la antigua ciudad romana de Santa Criz de Eslava, en Navarra, adoraban a Júpiter, pero también mantenían el culto ancestral a Peremusta, una divinidad de origen céltico. Hablaban un peculiar latín y algunos tenían nombres como Piculla, Rusticola u Oborius, de los que no se tienen noticia en el resto de la Península. Solo unas pocas familias, los Cornelios, Calpurnios, Aurelios y Valerios, formaban la élite sociopolítica que mandaba en el lugar y que grabó sus nombres en inscripciones sobre piedra que han llegado hasta nuestros días. El historiador de la Universidad de Navarra Javier Andreu y la arqueóloga Txaro Mateo han recopilado y analizado una veintena de estas inscripciones halladas en el yacimiento y sus alrededores. Su detallado estudio sobre «Epigrafía romana de Santa Criz», publicado por la prestigiosa revista internacional « Epigraphica» junto a un notable conjunto de grafitos inéditos analizados por Pablo Ozcáriz, revela datos de cómo era la sociedad que hace 2.000 años habitó esa urbe romana en territorio vascón.
«Llaman la atención algunos rasgos locales como el predominio, entre los sobrenombres de muchos de los personajes documentados, de nombres de animales y, también, las reminiscencias célticas, indoeuropeas, de muchos de los nombres sin que haya evidencias de onomástica vascónica, éuscara, como sería esperable por la ubicación de la ciudad», afirma Javier Andreu. En poblaciones navarras cercanas como Lerga o Ujué, que tal vez pertenecieron al territorio de Santa Criz, se han hallado antropónimos (nombres de personas) y teónimos (nombres de divinidades) en vasco antiguo, pero en las inscripciones que con certeza se encontraban en el ámbito de esta ciudad romana no hay nada que remita a ese sustrato. Para los autores de esta obra, esta ausencia subraya que «la presencia de poblaciones vasconas de habla éuscara en el territorio actualmente navarro no constituyó una mayoría sino, más bien, un fondo de saco de la notable presencia de los mismos en el ámbito aquitano, transpirenaico».
Andreu explica que las reminiscencias indígenas que han descubierto en las inscripciones «remiten al mundo céltico», lo que pone de relieve que «el peso de lo indoeuropeo era notable y probablemente esas ciudades vasconas y los propios vascones eran poblaciones muy mezcladas desde el punto de vista lingüístico y cultural y obviamente, como demuestra la generosidad del repertorio epigráfico, intensamente romanizadas».
Por la intensa urbanización que vivió Santa Criz, acogió muy bien el hábito de grabar inscripciones, una de las «grandes marcas de la globalización difundida por Roma», y ahora es una de las que conserva un mayor volumen de epigrafía romana, según indica este historiador. Además, al ser abandonada en el siglo III y convertirse en un despoblado, muchos documentos han llegado hasta nosotros en un extraordinario estado de conservación.
¿El origen del nombre de Santa Criz?
Es el caso de una de las inscripciones que documenta la presencia en Santa Criz de un «dispensador», una especie de prestamista de una caja pública que suele atestiguarse en lugares de intensa actividad comercial, explica Andreu. Este experto de la Universidad de Navarra cree que en esta pieza podría estar el origen del nombre de Santa Criz. En su inscripción, partida en líneas, se lee «Ant (onia) Crysaeis», de «crisálida», que sería el apellido de Antonia. «No debe descartarse que antes de quedar oculto este escrito fuera visto por alguien en época medieval y que su lectura generara en el hagiotopónimo Santa Criz», sostiene.
El libro, cuyo prólogo firma la catedrática de Filología Latina Carmen Castillo, incluye algunas inscripciones inéditas entre las que destaca una serie de numerales hallados en un pilar del foro, probablemente marcas de colocación. «Nos obliga a buscar una explicación -¿ocupaba una posición axial en el conjunto?- y a ahondar un poco en toda esa epigrafía escondida, hecha para servir a los canteros o a los constructores», afirma Andreu antes de indicar que ese subgénero siempre será menor en el estudio de la epigrafía romana frente al de las grandes inscripciones públicas, pero «es muy interesante y vuelve a demostrar que Santa Criz tiene inscripciones de todo tipo, desde grafitos sobre pintura parietal hasta inscripciones funerarias, honoríficas, votivas o en obras públicas, al servicio de la construcción».
El estudio da a conocer también la lectura de un altar dedicado al dios Peremusta, procedente del Soto de Eslava, que se creía que era una inscripción funeraria. Es la segunda referencia que existe en Santa Criz a esa antigua divinidad prerromana, lo que indica la importancia de su culto en el momento en que los habitantes de esta ciudad romana utilizaban las inscripciones como medio de comunicación.
Primer testimonio del cristianismo en Navarra
El escrito en piedra más reciente de los hallados en el territorio de Santa Criz revela, sin embargo, que otra religión se abría paso en aquellas tierras en el siglo IV d.C. Una estela funeraria encontrada en los años 80 durante unos trabajos agrícolas en el límite entre Eslava y Gallipienzo podría ser el primer testimonio de cristianismo, quizás encubierto, en Navarra.
Ya se conocía su texto de «Salua Rusticola / felix Oborius», con esa fórmula a medio camino entre el mundo pagano y cristiano en el que el dedicante aparece como «felix» (contra la costumbre en la epigrafía funeraria clásica de aludir a unos dedicantes «infelices») y que parte de la base de que la difunta se ha salvado, resucitando en la otra vida, de ahí el empleo del «salua». Los autores de «Epigrafía romana de Santa Criz» aportan en el libro un profundo estudio de la iconografía que decora la inscripción, de esas palmetas y de esa concha/palmeta que podrían ser cristianas, pero también aparecen en la decoración de piezas de terra sigilata hispánicas.
«Hay una ambigüedad no solo en el texto y en el formulario, sino también en la iconografía, que permite suponer que esta señora Rusticola probablemente era cristiana, pero no quería evidenciarlo», explica Andreu.
Aunque Santa Criz se abandonó en el siglo III d.C., esta pieza del siglo IV procedía de una «vilae» (villa) que habría en Gallipienzo y que sobrevivió un tiempo al final de la ciudad.
La estela se conserva en el domicilio de sus descubridores, la familia Irisarri, que no han puesto ningún problema para el estudio de la pieza ni para su próxima exposición en la muestra «Santa Criz de Eslava: reflejos de Roma en territorio vascón» que se inaugurará en esta localidad navarra a finales de junio. A juicio de Andreu, una vez que el Museo de Navarra finalice la remodelación de sus salas de romanización esta pieza «debería estar» en su exposición permanente «por el valor histórico del inicio del cristianismo en Navarra que tiene».
Un volumen pionero
De momento, ésta y el resto de las piezas estudiadas se muestran en el libro con modelos 3D realizados por el experto en fotogrametría digital Pablo Serrano Basterra que permiten «que el lector pueda chequear nuestras propuestas de lectura y hacerse cargo de los soportes de una forma mucho más interactiva que la fotografía tradicional, que está llamada a ser sustituida por los modelos 3D en epigrafía», subraya Andreu antes de añadir que en esto este trabajo, fruto de la colaboración entre la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Navarra y su Diploma de Arqueología y el Ayuntamiento de Eslava, «es pionero pues es el primer repertorio epigráfico que se publica en España que incorpora este formato».
El libro podrá adquirirse en Eslava en la presentación del mismo el próximo 11 de mayo y durante la próxima exposición, pero también a través de la web de la editorial italiana Fratelli Lega Editori, dentro de la serie «Epigrafia e Antichità». Los interesados podrán comprobar así que, como dice Andreu, «las piedras hablan -para quien sabe leerlas- y en Santa Criz susurran mucha información sobre el pasado de esta ciudad romana imperial».