Muñoz Machado: «El idioma no puede llevarse al disparate en la Constitución»

Viernes. La mañana siguiente a la difícil votación en la que fue elegido por mayoría absoluta el nuevo director de la Real Academia Española (RAE), el jurista Santiago Muñoz Machado. Habla con voz muy queda, y se confiesa cansado por tantas emociones y también por la tensión, pero tiene el móvil echando humo. Todos le buscan. Su terminal se ilumina de manera casi navideña y muestra durante unos segundos el nombre de amigos y personalidades, entre los que llegamos a distinguir (inevitable curiosidad) el del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. Todas quedan en espera y se atenderán unos minutos más tarde.

La Docta Casa rebosa actividad. Una rueda de prensa para dar a conocer las novedades del Diccionario en 2018, así como la firma de un convenio con el Museo del Prado, se suceden, como honrosa despedida del director saliente, Darío Villanueva, que tal vez por olvido o por costumbre ha colgado todavía hoy su abrigo en la percha reservada al director. El bullicio de periodistas le rodea una vez más, junto con el tableteo de las cámaras y los flashes.

Un piso más arriba, los ecos se diluyen en un oscurecido salón de actos a la tenue luz de dos vidrieras -alegorías de la Poesía y la Elocuencia- ante las que los académicos leen su discurso de ingreso. Bajamos ya conversando a la planta baja para las fotos.

¿Quién fue el primero en felicitarle?

Han sido muchos, muchos amigos y gente importante ha llamado. De los primeros fue el ministro Pedro Duque. Las academias dependemos de él.

¿Cuál será su primera llamada?

Lo primero fue un WhatsApp a mi mujer nada más saber el resultado de la votación. Ella ha compartido la tensión que producen estas cosas… y para que se lo dijese a los niños. Pero mi primera llamada será al Gobierno, al presidente o la vicepresidenta, para hablar de lo que pienso de la Academia y de las cosas que deben hacer por la Academia.

¿La RAE es cuestión de Estado?

En un doble sentido. La Academia hace cosas de mucha importancia para el Estado, y para la cultura española y la posición de España en el mundo. También es de Estado la preocupación que debe tener el poder público por que esta Academia se sienta cómoda y trabaje regularmente.

Se ha denunciado el abandono de la RAE por parte de varios Gobiernos.

Sorprendentemente, el trabajo que hace la Academia es invisible para algunos políticos. No paran ni un minuto a considerar la importancia de una institución como esta. Parece que con darle dinero o no, basta. Esta es una institución muy austera, aquí se gasta muy poco en comparación con cualquier programa de Gobierno o con cualquier institución gubernamental. Y hay un trabajo que es esencial a cambio.

Cuando vaya a pedir al Gobierno atención y recursos, ¿cuánto pesa lo que la vicepresidenta les ha pedido sobre el informe del lenguaje inclusivo en la Constitución? Tiene trascendencia política y legal. Incluso algunos académicos prometieron dimitir si se saltan la norma

Que la vicepresidenta le haya pedido a la Academia un informe sobre lo que ella llamó la excesiva masculinización del lenguaje de la Constitución para ver en qué medida se puede justificar una reforma de la Carta Magna es, a mi juicio, algo que honra a la Academia. ¿A quién se lo iba a preguntar mejor que a nosotros? Esto no resulta criticable, sino lo contrario. Pero la Academia no va a cambiar su gramática y, por tanto, las cosas que puede decir en relación con el lenguaje inclusivo son las que le autoriza las normas que ha aprobado. La gramática es lo más normativo que produce la RAE.

No es favorable al desdoblamiento que supone el lenguaje inclusivo.

La Academia se pronunció sobre eso con ocasión de un análisis intencionalmente crítico que hizo el académico Bosque de las guías de uso del lenguaje inclusivo. Él no hizo una crítica universal sobre lo que aspiran muchos grupos de mujeres en España: una cierta o mayor visibilidad en el lenguaje. No era eso lo criticado, sino las guías.

Y eso, ¿cómo se proyecta en el tema de la Constitución?

Es probable que la Constitución utilice en algunas de sus definiciones palabras, conceptos, giros que podrían sustituirse por otros más favorables, no tan masculinizados.

¿Por ejemplo?

Por ejemplo, puede usar ciudadanía en lugar de ciudadano. Palabras que sean útiles y no sean errores, quizá puedan encontrarse. Es decir, podría haber cambios por razones lingüísticas para mejorar la redacción de la Constitución, visto desde la preocupación de muchas mujeres en la actualidad. Es un examen que hay que hacer.

¿Eso es lo que dirá el informe?

No lo conozco, todavía. Se ha mantenido con grandísima reserva, porque cualquier cosa que pueda difundirse podría perjudicar a la Academia. Se verá en el pleno a finales de enero y terminaremos con ese asunto. Si se me pregunta: ¿es que la Academia tiene una posición? La Academia se ha manifestado, tiene una gramática que dice lo que dice, pero tiene sensibilidad hacia este problema.

Entonces, no se permitiría la duplicación de géneros.

Supongo que no, porque además el «Libro de Estilo» de la Academia, en la primera página, dice que «todos» es un genérico que se refiere también al femenino. Las reivindicaciones razonables no pretenden el desdoblamiento continuo, sino evitar el exceso de masculinización. No podemos cerrar los ojos ante una realidad que cada día se hace más visible. No podemos dejar que se lleve el idioma al disparate en la Constitución, ni puede pedirse a la Academia que ella decida cómo debe hablarse.

El dictamen podría tener consecuencias políticas. ¿Cómo se reforma eso?

Si resultara del informe una recomendación de que se cambien algunos elementos estilísticos o, por ejemplo, la designación de Rey por la de Rey o Reina, y el Gobierno quisiera incluirlo junto con otros cambios, nos metemos en una reforma Constitucional de envergadura, de las del artículo 168 que llevan consigo un referéndum y la disolución de las Cortes. ¿Estamos para esto? Creo que hay otras cuestiones más urgentes.

Hay una parte de la sociedad que echa en falta su voz cuando se habla de los problemas del español en algunos territorios, donde se ha comprometido incluso la competencia de uso. ¿Deben las academias hablar de ello?

Que la Academia esté más viva, desde luego. La sociedad la percibe como una institución de enorme prestigio y autoridad. No creo que tengamos la imagen de una institución petrificada ni anclada en el pasado. Que una institución tan prestigiosa no se pronuncie sobre problemas lingüístico-políticos yo creo que es una excesiva introspección, un excesivo recato. La Academia tendría que decir cosas algunas veces. Está sobre todo, como decía el lema histórico, para limpiar, fijar y dar esplendor. Pero es para defender la unidad de la lengua. Nos queda a trasmano cualquier otra cosa.

Tal vez si el tema tiene ribetes políticos es porque tiene consecuencias políticas…

En un país que está en la situación del nuestro las instituciones tienen que procurar fortalecerse y prestar servicio a la comunidad. Sí tiene consecuencias políticas el desplazamiento de la lengua general por la lengua territorial. Eso es algo tremendo para un país. La matriz de la que hablamos es una lengua que hablan 500 millones de personas, es un disparate pretender ese desplazamiento. Pero hay quien lo pretende, así que el desplazado no se debe dejar. Hay que protestar y exigir las políticas que sean necesarias para que eso no ocurra.

Hablábamos de la cuestión de Estado, pero usted, que ha escrito la historia del español en América, debe tener una especial visión de la cuestión de Estado que son las Academias.

La proyección americana es fundamental. España es lo que es por su historia y su lengua, y las dos cosas hay que cultivarlas y presumir de ellas. La proyección americana debe protegerse. Tiene valores políticos, culturales y diplomáticos esenciales. El prestigio que la Academia tiene en América es impresionante y la buena relación que tenemos con todos los gobiernos a través de las Academias correspondientes es algo que el Gobierno español debe valorar. Para todas las academias, la lengua es una cuestión de Estado, nuestra misma lengua. Nosotros la hablamos, pero ellos también. Somos una comunidad cooperativa.

Para mostrar el valor de esa comunidad, ¿cómo le explicaría al Gobierno el valor, por ejemplo, del Diccionario Panhispánico del Español Jurídico, realizado con el resto de academias?

Es una iniciativa que ha abierto nuevos caminos a la RAE, ha tratado de compilar la totalidad del lenguaje jurídico. Le interesa mucho a los Gobiernos, a las administraciones, a los poderes judiciales y legislativos. Vamos a unificar más todavía nuestra cultura jurídica y ofrecemos a los usuarios una información capital para legislar y juzgar, y a las empresas para tener más seguridad jurídica. ¿Es que no es esto una cuestión de Estado? Como decía Nebrija, la implantación de una lengua depende primero de las leyes.

¿Cuál es el peso específico de Asale, la asociación de Academias?

El director de la RAE preside Asale y esta asociación de Academias es fundamental para tomar el pulso del idioma. Recordemos que la asociación se constituye en 1952 en México, en tiempos de Franco, y el dictador negó el permiso a los académicos para acudir a la reunión. Pero en la sesión constitutiva se reservó la presidencia para España. Fue un gesto conmovedor con gran importancia política. Se mantiene hoy, pese a que México tiene más hablantes que nosotros. Es una herramienta fundamental y el Estado español debía beber los vientos ante las necesidades de Asale y, sin embargo, esta vive miserablemente. Se busca la vida con ayuda de empresas. Y es vital.

¿Qué otros proyectos trae?

Aparte de arreglar los problemas económicos, me gustaría mucho que consigamos un excelente Diccionario digital desde la nueva planta que se está trabajando. Me gustaría mejorar la autofinanciación de la Academia a través de la comercialización de sus recursos, que la plataforma Enclave RAE tuviera una gran acogida entre las administraciones, y me gustaría que se convencieran de que el apoyo a la Academia es algo que les beneficia.

Concluimos con reflexiones sobre la importancia del español en EE.UU. y su preferencia por Antonio Maura entre los antiguos directores. «Dejó impronta en la RAE. Había leído el Diccionario al completo y fue el que más fichas había hecho en su tiempo».