Hasta el 7 de septiembre, el Museo Lázaro Galdiano presenta una exposición única en la tercera planta de su sede: treinta obras maestras de su extraordinaria biblioteca patrimonial, muchas de ellas nunca antes mostradas juntas
José Lázaro Galdiano fue muchas cosas: editor, empresario, coleccionista de arte, regeneracionista y, por encima de todo, bibliófilo. Durante más de medio siglo reunió una de las bibliotecas privadas más excepcionales del continente, un tesoro bibliográfico que hoy custodia la Fundación Lázaro Galdiano, en la calle Serrano de Madrid.
Para celebrar esa faceta muchas veces eclipsada por su labor editorial y artística, la Fundación organiza este verano una exposición inédita con treinta obras maestras de su biblioteca patrimonial, muchas de ellas mostradas por primera vez juntas. El resultado: una celebración de la belleza, el conocimiento y la memoria.
Miguel de Unamuno definió a este navarro nacido en 1862 como «un forjador de cultura«. Con solo 22 años ya poseía una biblioteca de más de mil ejemplares. Esa pasión, casi devocional, por los libros, lo acompañó durante toda su vida. A medida que su fortuna crecía —gracias a su matrimonio con Paula Florido, una rica viuda argentina—, también lo hacía su biblioteca, hasta reunir más de 20.000 volúmenes en su fondo patrimonial. A ellos se suman otros 35.000 que la Fundación ha ido incorporando desde su muerte.
Esa vocación lectora empezó pronto. Siendo estudiante en el colegio de los Escolapios de Sos del Rey Católico, se colaba a escondidas en la biblioteca para acariciar los lomos de los libros antiguos. «Desde que llegué de Barcelona no he salido de casa nada más que para comer, hacer visitas a diez o doce escritores de punta y nada más», escribió a Clarín poco después de instalarse en Madrid. Era un hombre obsesionado por las letras, por los libros y por la cultura. En una época en la que el escepticismo parecía la norma, Lázaro representaba lo contrario: fe, constancia y optimismo.
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Aunque hoy su nombre está más vinculado al arte, su figura como bibliófilo fue esencial para la cultura española de finales del XIX y principios del XX. Su biblioteca, su archivo y su editorial formaban parte de un mismo proyecto intelectual. «Me daré por muy contento si logro propagar la cultura entre los individuos de mi raza… que es lo que más falta hace en este desventurado país», dejó escrito. Esa misión de elevar el nivel cultural del país fue el motor de toda su obra.
Una exposición irrepetible
Por primera vez, el Museo Lázaro Galdiano ha reunido en una sola exposición treinta obras maestras de su biblioteca patrimonial. Son libros, códices, incunables y manuscritos que el coleccionista fue adquiriendo a lo largo de su vida en Madrid, París y Nueva York. «Estas obras llevan años en la página web del museo, pero nunca se habían expuesto juntas», explica Carmen Peguero, responsable de la biblioteca. Algunas ya habían aparecido en exposiciones anteriores, pero de forma aislada. Esta es la primera vez que se presenta el conjunto completo como una mirada al alma bibliográfica de Lázaro.
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La exposición incluye piezas excepcionales como el Libro de retratos de Francisco Pacheco —el suegro y maestro de Velázquez—, que Lázaro consideraba su obra predilecta: «El más bello del Siglo de Oro». También se muestra el Sueño de Polífilo, un incunable italiano completo, sin mutilaciones; una lujosa copia del Corán que perteneció a William Randolph Hearst; el Libro de horas de William Hastings, miniado por el Maestro de Viena y María de Borgoña; o el Livre des Propriétés des Choses, un manuscrito francés enciclopédico del siglo XV. Hay cartas de Goya, códices iluminados, hojas persas y documentos con encuadernaciones mudéjares o barrocas.
Esta exposición es un homenaje a una forma de entender la cultura como un bien público. Como subraya Peguero, «cada una de estas piezas representa lo que a Lázaro le apasionaba: lo bello, lo raro, lo curioso, lo único». Y al mismo tiempo, estas piezas nos recuerdan que hubo una persona que luchó por reunirlas, protegerlas y, sobre todo, compartirlas con las generaciones futuras.
El editor ilustrado
Antes de convertirse en coleccionista de referencia, Lázaro fue editor. En 1889 fundó la revista La España Moderna, y tres años más tarde, la editorial homónima. Desde ella publicó más de 600 títulos y 312 números de su revista. Fue un proyecto pionero que puso en circulación en España a autores como Zola, Spencer, Ibsen, Tolstoi o Dostoievski. Lo hizo contratando traductores que vertían las obras directamente desde los originales, sin intermediarios ni ediciones francesas de por medio. Un gesto revolucionario para su tiempo.
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La revista y la editorial funcionaban desde el edificio anexo a su palacete, en la calle Serrano, donde hoy están la Biblioteca y el Archivo de la Fundación. La nómina de autores nacionales que pasaron por sus páginas es impresionante: Unamuno, Emilia Pardo Bazán, Leopoldo Alas Clarín, Galdós, Rubén Darío, Concepción Arenal, Menéndez Pelayo. Lázaro fue un verdadero promotor cultural. Según Hipólito Escolar, su trabajo supuso «una magna enciclopedia intelectual» en plena Restauración.
Aunque algunos lo tildaron de amateur, su proyecto editorial tenía una visión clara y política: modernizar España. Quería, como dijo, «ponerla al nivel de Francia y Alemania«. Su empresa no fue comercial, sino ideológica. Como escribió él mismo, «los editores pueden significar más que muchos autores». En eso coincidía con Unamuno, quien reconoció en él una figura tenaz, casi heroica, que no se dejó vencer por los reveses ni el escepticismo del ambiente que le tocó vivir.
Una biblioteca sin rival
La Biblioteca Lázaro Galdiano, hoy considerada una de las más importantes de Europa, fue fruto de una vida dedicada a la búsqueda de ejemplares únicos. Francisco Vindel afirmó en 1934 que era «la más importante que ha reunido un bibliófilo, no solo en España, sino en el extranjero». José Simón Díaz la comparaba con las grandes bibliotecas nobiliarias o eclesiásticas. Algunos de los tesoros más destacados son la edición manuscrita de El Buscón de Quevedo; Los Caprichos de Goya en su primera edición de 1799; códices persas iluminados; o el Ceremonial de los Reyes de Aragón.
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Otros títulos notables incluyen La pintura sabia de Ricci de Guevara, L’Antiquité Judaïque de Flavio Josefo (s. XV), las Cartas de Lope de Vega al Duque de Sessa, o la Biblia Políglota de Arias Montano. Y todo ello acompañado de encuadernaciones únicas, muchas encargadas por el propio Lázaro. Además de los fondos antiguos, la biblioteca conserva 1.300 revistas desde el siglo XVIII hasta el XXI, y otros 20.000 volúmenes en su fondo moderno. El conjunto representa una panorámica del pensamiento europeo y español, conservada con extremo cuidado. «Todo está inventariado, controlado, con temperatura y humedad reguladas», explica Peguero.
El coleccionista metódico
José Lázaro no era un acumulador, sino un coleccionista riguroso. Leía cada obra, la anotaba, la valoraba. En su biblioteca de trabajo, conservada hoy también por la Fundación, pueden encontrarse subrayados, precios, comentarios. Estudiaba cada adquisición antes de decidirse. «No era una compra compulsiva. Estudiaba el valor de cada libro, tanto por el contenido como por el continente», señala Peguero. Sus gustos eran amplios: desde volúmenes orientales a tratados científicos, desde autógrafos hasta partituras.
Mantuvo relaciones constantes con libreros como Pedro Vindel y casas de subastas como Drouot (París) o Maggs Bros (Londres). A través de ellos adquirió ejemplares rarísimos, como la Oración de las Ordenanzas de la Iglesia del Papa San León, una de las piezas más pequeñas de su colección. También se cuenta que adquirió libros con el escudo del Marqués de Moya tras una peculiar negociación: seleccionar ejemplares sin ayuda de expertos, solo con el instinto. Su biblioteca creció también en sus viajes. En París, Nueva York o Biarritz siempre encontraba tiempo para visitar librerías. En las cartas a su esposa desde Berna o San Sebastián aparecen referencias a libros, a telas para el coche…
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Difusión y generosidad
A diferencia de otros coleccionistas, Lázaro nunca encerró su biblioteca bajo llave. Participó activamente en exposiciones colectivas como las organizadas por la Sociedad Española de Amigos del Arte: Tejidos españoles (1917), Retratos de mujeres españolas (1918), Hierros antiguos (1919), Códices miniados (1924) u Orfebrería civil (1925). También prestó obras a exposiciones en el Prado, Córdoba, Múnich y el Instituto Francés de Madrid, donde en 1947, poco antes de morir, expuso su visión de Don Quijote y Francia.
Pero fue también promotor de exposiciones propias. En los años veinte organizó una sobre Goya en los salones de Blanco y Negro. En 1934, rechazó participar en una exposición de encuadernaciones… para montar una paralela en su palacio. Y en 1936 llevó a la casa Maggs Bros una muestra titulada La estética del libro español. Allí dejó clara su visión: «El libro no debe mirarse sólo como instrumento de estudio, sino también como objeto de arte«. Esa exposición incluyó encuadernaciones mudéjares, tipografías del siglo XV y ejemplos únicos de caligrafía española.
Un legado vivo
En su testamento, Lázaro legó todos sus bienes —biblioteca, archivo, museo y palacete— al Estado, sin condiciones. Así nació la Fundación Lázaro Galdiano, que hoy dirige Begoña Torres. Desde 2021, la institución acoge exposiciones de arte contemporáneo, conciertos, talleres, catas, veladas literarias y visitas singulares. También cuenta con un huerto urbano y programas sobre sostenibilidad. «Un no parar…», como dicen desde su newsletter.
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La exposición actual, con sus treinta obras maestras, cierra el círculo. Nos devuelve al origen: al joven navarro que acariciaba libros en secreto, al editor que soñaba con modernizar España, al bibliófilo que supo unir pasión y método. Hoy sus libros están en vitrinas, como objetos de arte, tal y como él deseaba. Una biblioteca para disfrutarse y ser compartida con todos.