Adiós a un amigo

Inteligente, perspicaz, brillante, rápido en la toma de decisiones y comprometido, siempre especialmente comprometido con Aragón. Ese era César Alierta. Buen ejemplo de su compromiso constante con nuestra tierra fue su implicación en el rescate del Real Zaragoza cuando el club estaba al borde de la desaparición.

Desde el primer contacto que mantuvimos, en 2014, César dejó claro que iba a estar ahí, que formaría parte de la solución: «Haremos lo que haga falta para salvar al Zaragoza. Mi padre no me lo perdonaría si no lo hiciera». Fueron días complicados, repletos de llamadas telefónicas y de largas conversaciones en las que demostró su amor por el club, su deseo de mantener ese legado inmaterial que su padre –que fue presidente del Real Zaragoza en los años cincuenta y como alcalde impulsó desde el Ayuntamiento la construcción del estadio de La Romareda– había dejado y que en ese momento estaba en peligro. En pocas horas estuvo listo el armazón financiero necesario para la operación rescate.

La historia de la salvación empresarial y deportiva del Real Zaragoza, el club de sus amores y que, como a cualquier aficionado, tantas alegrías y sufrimientos le proporcionó, resume a la perfección la personalidad de Alierta. El gran líder empresarial, que recorría el mundo como presidente de una las principales multinacionales tecnológicas, quiso y supo mantener vivas en todo momento sus raíces y cultivar el vínculo con el entorno familiar y de amistades que lo unía a Zaragoza y a Aragón.

La historia de la salvación empresarial del Real Zaragoza, el club de sus amores, resume a la perfección la personalidad de Alierta

Adelantado a su tiempo, tuvo la suerte de disfrutar de un padre que también poseía una mirada anticipatoria, sostenida en un empeño por la mejora, que le hizo viajar a Estados Unidos y llegar a la conclusión de que César tenía que ampliar sus estudios en una gran universidad de aquel país, que representaba el futuro. La decisión de enviar al hijo a estudiar al extranjero hoy en día puede parecer relativamente normal y lógica, muchas familias lo hacen. Pero entonces, en aquella España de los años sesenta, aislada y un tanto al margen de las corrientes internacionales, implicaba un cierto atrevimiento. Y fue una decisión acertada, que César aprovechó y que sentó las bases de una de las carreras profesionales más relevantes y con mayor repercusión que un aragonés haya desarrollado en el ámbito empresarial.

Le recuerdo como estudiante de Derecho en la Universidad de Zaragoza, donde coincidió con mi hermano Antonio. Unos años juveniles en los que ya se forjó la relación de César con la que sería su esposa, Ana Cristina Placer, el gran amor de su vida. Confidente, amiga, compañera y consejera, Ana reunía todas estas características que concedían al matrimonio una condición de tándem inseparable, donde el uno sin el otro carecía de sentido. Cuando, muchos años después, Ana enfermó, todo aquel amor cobró una forma aún más amplia y generosa, mostrando a un hombre dedicado, afectuoso y profundamente enamorado.

El primer contacto que tuve con él fue en el campamento de la Milicia Universitaria de Castillejos, en Tarragona, donde compartimos docenas de anécdotas. El valor de la amistad, el aprecio por los amigos, la forma cómo cultivaba las relaciones personales componen otra de las grandes características que definieron su vida. César entendía la relación con sus amigos como un espacio de confianza y relajación, donde el gran empresario, el alto ejecutivo que podía descolgar el teléfono y hablar con reyes, presidentes y primeros ministros, se convertía en uno más, objeto de bromas y partícipe en conversaciones distendidas. En tono jocoso, entre amigos, nos divertíamos llamándole Cesáreo, su verdadero nombre de pila, mientras él respondía que era César, porque Cesáreo solo había uno y ese era su padre.

El valor de la amistad es una de las características que definieron su vida

Pero si fueron importantes para César la visión y el apoyo de su padre, no menos decisiva fue la influencia de su madre, Juana Izuel. Juana estudió una licenciatura universitaria, lo que tampoco era habitual por entonces para una mujer. Y concretamente en Filosofía y Letras, con la base de conocimientos humanísticos y de sensibilidad que esa carrera conlleva y que supo inculcar a los hijos. Pero además les transmitió el vínculo vital con las montañas y los valles pirenaicos. Y de manera muy especial con el valle del Aragón. En cierta ocasión, elogiando César delante de su madre la belleza del valle de Tena, ella, con rapidez y sin contradecirlo, le respondió: «Pero recuerda, hijo, que nosotros somos del valle del Aragón». La observación implicaba una obligación de especial amor y atención hacia el lugar de origen del linaje de los Izuel; César supo cumplir el encargo. Hizo inversiones en el valle y prestó su ayuda con frecuencia a muchas personas relacionadas con él. Y cuando Candanchú, la decana de las estaciones de esquí en España y uno de los motores económicos de ese valle, estuvo a punto de cerrar, fue la iniciativa a la que se sumó César, en cooperación con otras personas, la que consiguió salvarla y asegurar su continuidad.

En César, el sentido familiar era un rasgo fundamental de su personalidad. Los lazos fraternales entre los seis hermanos Alierta Izuel han sido ejemplares y César los cultivó con esmero y dedicación. Una devoción que se extendió también a sus sobrinos, a sus sobrinos nietos y a todos sus familiares en cualquier grado y de cualquier edad, a los que ha dado apoyo y muchas veces la valiosa orientación de un consejo fundado en su larga experiencia del mundo.

Como empresario consciente de la importancia que la estabilidad política tiene para la prosperidad económica, como persona con formación jurídica y como mero ciudadano, César compartía con la mayoría de los españoles el convencimiento de que la monarquía constitucional era la mejor base para el progreso de España. En consecuencia, era un seguro defensor de la lealtad a la Corona y del respeto a la Constitución de 1978, el marco que había asegurado la modernización de la sociedad española, la convivencia en libertad y la integración de nuestro país en Europa. Una convivencia que ha permitido que empresas como Telefónica, esta última hoy presidida por José María Álvarez-Pallete tras tomar el testigo de César, sean ejemplo de solvencia económica e innovación tecnológica.

Con su muerte, algunos despedimos a un amigo muy querido. Y Aragón pierde a una de sus personalidades más destacadas de los últimos tiempos en el campo económico y empresarial, pero también en el de los valores humanos, reconocimiento que, por cierto, HERALDO le concedió con todo merecimiento en forma de galardón en el año 2012. Ojalá que su trayectoria profesional y personal sirvan de inspiración entre nosotros para muchas jóvenes vocaciones. Nos queda el consuelo de imaginar que ha vuelto a reunirse con su mujer, Ana, su entrañable compañera, y que en algún lugar estarán los dos bailando, abrazados, la que era su canción favorita, el ‘My way’ de Frank Sinatra.

Fernando de Yarza Mompeón es vicepresidente de Heraldo de Aragón