Batet, una bailarina sin partitura

Estamos ante un Parlamento en deriva democrática. La frase circula como un clamor entre diputados veteranos en varias legislaturas. Lo sucedido esta semana con la votación de la reforma laboral y el disputado voto del popular Alberto Casero es la gota que colma el vaso y deja en muy mal lugar a Meritxell Batet. Una presidenta del Congreso, tercer cargo en el organigrama del Estado, cada vez más alejada de su papel institucional. Palabras como pucherazo, prevaricación y atropello de los derechos fundamentales salpicaron como nunca la sede de la soberanía nacional y la figura de su presidenta.

¿Alguien se imagina qué pasaría si este escándalo lo hubieran permitido anteriores presidentas como Luisa Fernanda Rudi o Ana Pastor? La realidad es que Batet mintió, se arrogó la voluntad de la Mesa del Congreso, a la que no convocó, inició la votación de la ley, impidió ejercer su derecho a Casero y rompió todas las normas de imparcialidad que exige su rango. En efecto, las actuales Cortes Generales muestran una degradación y un deterioro democrático sin precedentes.

El escándalo está servido y el PP no cesará en su cerco a Batet, a quien acusa de marginar a la Mesa para impedir el voto de su diputado. La chapuza del sistema telemático y la conducta de la presidenta revelan un partidismo cada vez mayor a favor del Gobierno y el PSOE. Cierto es que le ha tocado un papel político difícil y complejo, dirigir el Congreso más fragmentado de la historia democrática con una legislatura bronca, muy tensa y plagada de duros ataques entre los grupos parlamentarios que componen el bloque «Frankestein», sostén de Pedro Sánchez, y el resto de la oposición liderada por PP y Vox. Pero haría bien en reflexionar sobre este episodio bochornoso que amenaza otra vez con un enfrentamiento entre los poderes del Estado, ya que PP y Vox piensan acudir al Tribunal Constitucional y existe en trámite una denuncia en un Juzgado de Madrid. La Cámara Baja y su presidenta están en niveles de credibilidad mínima. El esperpéntico espectáculo de la reforma laboral refleja la degradación de un Parlamento que más parece una feria barriobajera que la sede de la soberanía nacional.

Tal vez por su pasado de bailarina y pasión por la música clásica, Pedro Sánchez la escogió para poner orden en este baile de socialistas, comunistas, separatistas y bilduetarras frente al PP, Ciudadanos y Vox. «Hubo un tiempo en que no se permitían las críticas al jefe del Estado y al Gobierno, por fortuna ese tiempo ha pasado», dijo en la sesión de investidura de Sánchez, una de las más acaloradas que se recuerdan. Entre continuas interrupciones, a los gritos de traidores, desleales o asesinos, la presidenta del Congreso pasa de puntillas ante los insultos y se agarra a la defensa de la libertad de expresión y pluralidad política.

Desde su llegada al cargo, Batet se ha movido entre el apoyo del grupo socialista y las críticas de la oposición, que la acusa de falta de independencia. Una de sus decisiones más polémicas fue cerrar el Congreso durante el estado de alarma en la pandemia, rechazada después por el Tribunal Constitucional. En los agrios debates desató las iras del PP cuando frenó en seco a la entonces portavoz, Cayetana Álvarez de Toledo, quien le espetó a Pablo Iglesias «ser hijo de un terrorista», expresión que ella suprimió del diario de sesiones. Los populares denuncian que rara vez llama al orden a los diputados de Unidas Podemos, ERC o Bildu en sonoros enfrentamientos con PP o Vox. Catalana de pura cepa, para unos es una mujer dialogante y sosegada con los nacionalistas, mientras para otros destila hacia ellos demasiadas simpatías.

Militante del PSC desde 2008, se define como una constitucionalista defensora de la palabra y el pluralismo político. Su último discurso ante las Cortes en el aniversario de la Carta Magna fue altamente polémico. Para el PSOE hizo una firme defensa del orden constitucional, pero el PP y Vox lo criticaron sin tapujos, sobre todo el partido de Abascal, al que acusó de judicializar la vida política. Otro asunto fue la retirada del acta al diputado de Podemos Alberto Rodríguez, por dar una patada a un policía, que provocó la cólera de los morados y un grave conflicto con el Tribunal Supremo.

Meritxell navega por las aguas turbulentas de un Congreso muy alborotado, con el Gobierno más frágil de la democracia. En las reuniones de la Mesa apenas levanta la voz, se ha puesto de perfil ante los ataques contra periodistas parlamentarios por parte de algunos jefes de prensa de los grupos, y lo ha remitido a la Secretaria General y Dirección de Comunicación de la Cámara.

Batet es una mujer hecha a sí misma. Nacida en Barcelona, se licenció en Derecho gracias a becas. Hija de padres separados y con su madre en el paro, trabajó como camarera sirviendo copas en dos discotecas de la ciudad condal para pagarse los estudios. Profesora de Derecho Constitucional en la Universidad Pompeu Fabra, llegó a la política cuando el director de su tesis doctoral, Josep Mir, le comentó que Narcís Serra, entonces primer secretario del PSC, buscaba a alguien no militante para coordinar su gabinete.

En 2004 concurrió como independiente al Congreso en la lista por Barcelona encabezada por José Montilla y después se afilió al partido dónde milita en la agrupación de Gracia. En febrero de 2013 rompió la disciplina de voto con otros diputados del PSC al apoyar una moción de CIU y la Izquierda Plural para un referéndum en Cataluña sobre su relación con el resto de España, que les valió una multa de 600 euros. Coordinadora del programa electoral, Sánchez la designó ministra de Política Territorial tras la moción de censura contra Rajoy. En 2019 fue elegida presidenta del Congreso.

En su vida personal, Meritxell se casó con José María Lasalle, ex secretario de Estado de Cultura con Rajoy. Se divorciaron en 2016 y son padres de dos hijas gemelas, Adriana y Valeria, su gran pasión. Desde hace tiempo, mantiene una estable relación con el ex ministro de Justicia Juan Carlos Campo. La pareja no se esconde y es frecuente verles en verano por las playas de Zahara de los Atunes, donde Campo tiene una casa. También acuden los fines de semana a restaurantes de la sierra madrileña, exposiciones, museos y conciertos, dado su fervor por la música clásica. Siempre quiso ser bailarina de ballet, y ahora es la directora de una partitura que desafina por todas partes.

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