El plan Iglesias: romper con Sánchez ante el rescate

«El fin justifica los medios o la raíz de todos los males». El título al despropósito del pacto del PSOE con Bildu de la semana pasada sale del Partido Socialista y resume la cuenta de resultados de lo que se quedó en un muy poco hábil «ejercicio de trilerismo político», con España en una situación de emergencia nacional.

Irritó a todos aquellos de los que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, depende para poder administrar la crisis social y económica que deja la pandemia: al PNV, a ERC, a Ciudadanos y hasta al «núcleo duro» de su Gobierno. Pero entre todo, lo que más duele en el partido es que volvió a dejar en evidencia, «una vez más», la «deslealtad» de Unidas Podemos. «No es que haya dos Gobiernos en uno con problemas de coordinación, como temía Pedro antes de firmar el acuerdo, sino que hay un partido dentro del Gobierno con una agenda propia», lamentan en las filas socialistas.

Sánchez está obligado a asumir que su Gobierno, su programa y su agenda han quedado fulminados. Y que aquel que decía que «le quitaría el sueño», en el caso de compartir Gobierno con él, su hoy vicepresidente, parece que está ya preparando su futura salida de un Ejecutivo achicharrado por la crisis económica y social para relanzar su proyecto alternativo al del PSOE. Ni un sacrificio ha hecho hasta ahora en la puesta en escena y en la agitación ideológica de sus diferencias frente al PSOE. En algunas de las «baronías» socialistas echan humo por el «trágala» de Moncloa, porque no haga valer que dentro del Gobierno las siglas del PSOE son las que tienen una mayor fuerza electoral detrás, y porque se permita que a estas siglas se les arrebate su compromiso con el «escudo social», del que se ha apropiado Iglesias.

Ahora no hay peligro de ruptura porque Sánchez e Iglesias se necesitan mutuamente y el líder de Podemos no tiene todavía armado el relato para descolgarse del Gobierno de coalición sin que le penalice. Pero son muchos los que ya le ponen fecha a esa salida: la de los ajustes que tendrá que hacer España para financiar una deuda que pulverizará todos sus récords. Un Gobierno de izquierdas no puede, además, resistir a una calle incendiada no por las protestas teledirigidas por Vox, sino por la necesidad social, y ese escenario es muy posible que marque la agenda del próximo otoño. Y si ya es difícil que el Gobierno de coalición aguante en sí ese movimiento de desestabilización, lo que se antoja imposible es ver a Iglesias mutualizando con Sánchez el desgaste.

El presidente del Gobierno constató este miércoles que no tiene la mayoría de la investidura, y que los intentos de disimular la necesidad de recibir el auxilio de Ciudadanos para sujetar la caída de su Gobierno, y sujetar al país, sólo acaban volviéndose en su contra, como ocurrió en la quinta prórroga del estado de alarma.

Esa mayoría de investidura nunca le desalojará del Gobierno con una moción de censura, eso también es cierto, pero no le facilitará la gestión de la catástrofe. Tiene 155 escaños, y si no recompone la confianza de Ciudadanos, medida a medida, iniciativa a iniciativa, y frena las políticas del programa de Podemos, tendrá muy difícil presentarse en Europa en condiciones de que se atienda su petición de ayuda. Podemos no le abre puertas en Bruselas, se las cierra. Y Podemos, como saben en el partido de Sánchez, tampoco va a quemarse en la hoguera por las duras medidas que España necesitará implementar para afrontar la larga recesión que ha sembrado la Covid-19.

Sánchez está atrapado en su acuerdo de coalición: ya no tiene alternativa, y su socio no le hará de costalero cuando vengan más malas, de hecho, nunca ha representado ese papel. La formación morada ha vestido ante la opinión pública con mucho esmero sus diferencias con una parte del Gobierno, sobre todo con el núcleo duro económico, como se ha visto con las ayudas a los alquileres, la ley de libertad sexual, el impuesto a las rentas altas, la declaración del estado de alarma, el ingreso mínimo vital o, lo más reciente, la derogación íntegra de la reforma laboral pactada con Bildu.

Una polémica que lo que desnuda es el acuerdo de investidura de Sánchez e Iglesias en sí mismo, porque se redactó para que las dos partes pudieran decir que habían impuesto su programa, derogación total o parcial, y sabiendo, además, los dos firmantes que la viabilidad del compromiso era escasa, por no decir nula.

«La lealtad de Iglesias es con su proyecto, siempre, y en cuanto le convenga dejará el Gobierno de coalición para intentar sacar ventaja electoral de nuestro sufrimiento por la gestión de la crisis. Nunca ha mentido, su objetivo es derribar al PSOE y tumbar el régimen del 78», reflexiona un presidente autonómico socialista. Iglesias no puede romper con ERC ni con Bildu. Ni tampoco puede solidarizarse con ningún tipo de acuerdo con la «derecha» de Inés Arrimadas: su supervivencia política depende de no perder la seña de líder de una izquierda a la izquierda del PSOE. El «jefe» de Podemos llegó al Gobierno con su partido en una situación de debilidad máxima, pero en ningún caso cree que su estancia en La Moncloa le lleve a darse por amortizado.

Y de todo esto el resultado para el interés general es un Gobierno desestabilizado desde dentro. Con un principal partido de la oposición dispuesto a exprimir su agonía. Con Vox empujando por detrás. Y con Ciudadanos preparado para negociar y hacer valer sus diez escaños, pero siempre a cambio de algo y sin renunciar a su ortodoxia económica, incompatible con la de Podemos. La presión autonómica, municipal y de los agentes económicos es lo único que puede alterar unas inercias nacionales que parecen estar diseñadas desde la mesa de la demoscopia electoral. En Castilla y León. en Valencia, en Castilla-La Mancha o en Andalucía sí se están cerrando acuerdos.