La autonomía externa

La autonomía externa no es global, sino que se concreta en zonas en las que vamos obteniendo autonomía para decidir nuestros actos. No somos autónomos para decidir en todas las situaciones ni en todos los ámbitos posibles. Una zona de autonomía es aquel ámbito en el que puedo actuar según mi leal saber y entender. Así es como, desde niños, aprendemos a organizarnos. (Puedo elegir a mis amigos con quién jugar o, a que jugar con mis juguetes, etc.) Poco a poco, conforme vamos creciendo, se van ampliando las áreas de la vida en que ya no necesitamos consultar, pedir permiso, recibir indicaciones de padres o personas que nos tutelan. Es una tarea, la de ir creciendo y ensanchando las zonas de autonomía, lo que ha de realizarse de forma paulatina y controlada.

La estrecha relación de la autonomía con la responsabilidad, es la que ha de determinar el ámbito y el grado de la ampliación de la misma. Nos hemos de ir responsabilizando de dichas áreas de la que hemos de dar cuenta de su utilización y gestión. Cuanto más responsables somos en la gestión de nuestra autonomía, demostramos nuestra capacidad de ser autónomos en más ámbitos. De ahí la necesidad de recibir asesoramient de las personas que nos facilitan esas responsabilidades, para actuar con eficacia en el uso de nuestra autonomía. La autonomía externa es algo que se concede gradualmente, normalmente, en función de la responsabilidad.

Esa graduación, se concreta en cosas muy distintas según las edades y las personas. Puede referirse al uso y distribución del propio tiempo, la posibilidad de salir con compañeros y amigos, al uso de determinado útiles o zonas de la casa, a la forma de vestir, a las actividades de tiempo libre en tiempo de trabajo y vacaciones, a la búsqueda de compromisos con actividades deportivas y sociales, o a la realización de trabajos u otras actividades, etc. En todo caso depende de la edad, la cualificación personal y de muy diversas circunstancias que pueden incidir en la aparición o disminución de áreas de autonomía personal. En todo caso, siempre la fluctuación de la autonomía externa es ocasión de crecimiento personal, al aprender y asumir riesgos, con las connotaciones de éxito o fracaso que siempre enriquecen el desarrollo de la personalidad.

La autonomía se quiere y se trata de alcanzar desde pequeños, y es síntoma de buena y equilibrada salud mental, porque es camino de crecimiento de la propia libertad personal; al tiempo, nos ayuda a superar los naturales miedos que el hecho de adquirir responsabilidades comporta. Los miedos, en general, son condicionamientos muy actuales de la libertad humana en desarrollo. Miedo que se traduce, muchas veces, en la dejación de deberes, en la tendencia al anonimato, en la queja de que los demás nos resuelvan las cosas, etc.

La educación en la responsabilidad es, por tanto, algo que debe ser tenido muy en cuenta por los educadores. No sólo, por ser la madurez de la libertad, sino también por esa tendencia actual a la masificación irresponsable. Libertad sin responsabilidad no es auténtica libertad.

Como con la autonomía hemos de distinguir entre responsabilidad externa e interna. La responsabilidad externa equivale a responsabilizar a alguien de algo. Evidentemente, es más fácil hacer que hacer hacer. Pero los seres humanos necesitamos aprender a ser responsables recibiendo encargos, actividades y gestiones de las que tendremos que rendir cuentas. Ello se produce naturalmente en los ámbitos de la familia, la escuela, las amistades…

El objetivo es lograr un proceso de gradual responsabilización. La responsabilidad interna, ser responsable, asumir responsabilidades, está muy relacionada con el sentido del deber y la actitud de servicio. El hecho de que no se responda adecuadamente en algunas ocasiones -en las se manifiesta la pereza, la falta de atención, olvidando los encargos- no son razones suficientes para desistir en el empeño de ofrecer nuevas oportunidades de responsabilizarse. Pero de esto, y de la relación autonomía libertad, trataremos en próximos artículos.