El Madrid vuelve a su ser

Recuperó el Madrid su ser liguero en un campo norteño y difícil y lo hizo yendo de menos a más, de poco a bastante e incluso a mucho, a partir de la presencia tranquilizadora y fundamental de Casemiro, que es en el Madrid, como en Brasil, la columna que lo sujeta todo. «No hay nadie imprescindible», se dice. Falso. Casemiro lo es.

Se inició el partido con un Osasuna agobiante. Tres llegadas a la portería del Madrid en cuatro minutos.

El Madrid se repuso con el método del toque, la pelota, y en esos minutos de primeros capotazos al enérgico fútbol-toro local, Modric “lesionó” con un recorte a Moncayola, que fue sustituido por Fran Mérida. Modric estuvo muy hábil todo el partido, juvenilmente desequilibrante.

El Madrid parecía meterse en el partido, pero no del todo. Osasuna seguía llegando y en el 14 marcó en un córner en el que Unai García se adelantó a Casemiro en un remate de cabeza de gran categoría. La jugada previa fue originada por una pérdida de Valverde, lo que hablaba de cierto amodorramiento aún en el Madrid, o más bien frialdad, visible incluso en las primeras respuestas a ese gol, una circulación más rápida de la pelota pero acompañado todo de cierto aire maquinal, casi somnoliento. El equipo navarro aún respondía con jugadas muy rápidas y muy bien trazadas, con una gran limpieza, y en el Madrid el juego resultaba poco imaginativo, poco vibrante. Faltaba Valverde, limitado en el espacio, y afloraban solo los primeros centros de Bale, con el inevitable aire de trámite sin espíritu.

Las señales de optimismo, las primeras florecillas primaverales para un Madrid que parecía flirtear con la depresión, fueron un par de arrancadas de Mendy y que Isco bajara a por la pelota, iniciara su apnea futbolística hacia la pelota. Ahí, alrededor de su instinto, el Madrid comenzó su retorno, recomenzó, como dijo de su nuevo “procés” Pedro Sánchez o como decía Valery que hacía el mar con cada ola. La pasión o el especial interés futbolístico lo puso Isco, con barba de artista impresionista, de artista-especialista en la pelota, muy necesario en el Madrid. Es el conseguidor del primer oxígeno. Así, en el 29 llegó la ocasión más clara del Madrid hasta entonces, un intento doble de Carvajal y Bale.

Los laterales eran una buena noticia. Con Isco, hombre brújula activado, y con los laterales penetrantes, el Madrid fue siendo el Madrid e Isco empató en el minuto 33 rematando en el área el rechace de un tiro de Bale.

El gol animó aun más al Madrid, desvelando el componente psicológico de su mal inicio, y poco después, en el 38, llegó el 1-2, un gol característico de este Madrid liguero: córner, toque al segundo palo de Casemiro, muy poderoso, y remate de Ramos. Otra vez un defensa dando puntos fuera de casa a balón parado.

Pero el gol no fue mera estrategia, pareció la conclusión natural a un juego mejorado. Melancólicamente, un defensa debajo del larguero pedía fuera de juego, imagen que de alguna forma resume el fútbol español y un poco España entera.

El Madrid recuperó en esos minutos la velocidad con la pelota y la temperatura en las marcas. Al llegar al descanso, estaba ya a la altura calórica del estadio, tonificado para un clásico partido norteño.

En la segunda parte salió aún mejor el Madrid. Modric desbordaba en carrera por la banda con una facilidad sorprendente y le dejaba una buena ocasión a Benzema, que estaba para otra cosa y salió a la segunda parte absolutamente estelar, abriéndose a la izquierda para canalizar todos los ataques desde allí.

Ante este buen inicio, Osasuna subió el nivel físico. Así llegó la ocasión de García en el 53, protestada por los jugadores del Madrid. Gil Manzano se inhibió en algún momento, como si diese permiso a un fútbol más físico en los locales.

Quería así equilibrar el partido Osasuna, pero a ese bravo empuje respondió también el Madrid con una mezcla ya habitual en esta Liga de solidaridad, orden y “tenencia”.

Así que a los locales solo les quedó meter a Enric Gallego, nueve puro para abrir la posibilidad de un ataque directo contra un Madrid que no sintió dificultades. Se sumaba Valverde al conjunto. Volvía a ser ese jugador que va y viene de área a área con la velocidad creciente de una correa de transmisión.

Rendían todos salvo quizás Bale, algo apagado, y Lucas lo sustituyó en el 70. El partido parecía entrar en un valle, calmado todo, y era como si esa tranquilidad presagiara algo. Rubén García tuvo una buena ocasión en un córner y Osasuna subió otro escalón su intensidad, un último intento que el Madrid también sofocó. Sus contras ya eran frecuentes y las canalizaba Isco, es decir, estaban bien planteadas pero tenían difícil llegar al final, así que Zidane dio entrada a Vinicius. En esos diez minutos finales se descorchó definitivamente el juego a la contra del Madrid con un Modric colosal y un Benzema extrasensorial que en el 1-3 recuperó una pelota, esperó a que llegara Lucas y se la cedió anticipando su llegada con los ojos de la nuca.

Era una acción característica y memorable. Toda la segunda parte estuvo dando pasos así, de reojo, como primer atacante que espera y dirige al resto con la cámara de visión trasera, como si estuviera aparcando al Madrid.

Modric, que había parecido driblar como en su juventud, ligero y deslizante otra vez, fue el que orquestó el cuarto para que Valverde cediera a Jovic, que con una volea zurda por fin a la altura de su rictus marcó el cuarto y devolvió todo en el Madrid, tras el trauma de Copa, a esa felicidad coral y llena de repartos y pedreas del zidanismo reciente. Se reafirmó el Madrid con una victoria de las que valen ligas.