El Papa en Navidad: «Hay tinieblas en los corazones humanos, pero más grande es la luz de Cristo»

En una mañana de Navidad fresca y con sol radiante, el Papa Francisco ha recordado que «el Padre, Amor eterno e infinito, envió a Jesús al mundo no para condenarlo, sino para salvarlo. El Padre lo dio, con inmensa misericordia. Lo entregó para todos. Lo dio para siempre».

Justo antes de impartir la bendición «Urbi et orbi» («a la ciudad y al mundo») desde el balcón principal de la basílica de San Pedro, el Santo Padre ha felicitado la Navidad recordando que «aquel Niño, nacido de la Virgen Maria, es la Palabra de Dios hecha carne».

En un recorrido a través de la historia de la salvación -Jesús significa «Dios salva»-, Francisco ha hecho notar que esa Palabra de Dios «orientó el corazón y los pasos de Abrahán hacia la tierra prometida, y sigue atrayendo a quienes confían en las promesas de Dios». Del mismo modo, «es la Palabra que guio a los hebreos en el camino de la esclavitud a la libertad, y continúa llamando a los esclavos de todos los tiempos, también hoy, a salir de sus prisiones».

El Papa ha reconocido que «hay tinieblas en los corazones humanos, pero más grande es la luz de Cristo. Hay tinieblas en las relaciones personales, familiares, sociales, pero más grande es la luz de Cristo. Hay tinieblas en los conflictos económicos, geopolíticos y ecológicos, pero más grande es la luz de Cristo».

Reanimar al querido pueblo venezolano

Dando prioridad a la geografía de países que sufren, el Santo Padre ha pedido que «el pequeño Niño de Belén sea esperanza para todo el continente americano, donde diversas naciones están pasando un período de agitaciones sociales y políticas».

Y, concretamente, «que reanime al querido pueblo venezolano, probado largamente por tensiones políticas y sociales, y no le haga faltar el auxilio que necesita. Que bendiga los esfuerzos de cuantos se están prodigando para favorecer la justicia y la reconciliación, y se desvelan para superar las diversas crisis y las numerosas formas de pobreza que ofenden la dignidad de cada persona».

Se ha referido también extensamente a Siria, asi como a Irak, Líbano y Yemen, donde la guerra civil se ha convertido en un genocidio de civiles.

En cuanto a Europa, el Papa ha mencionado solo a Ucrania, que sigue con parte de su territorio invadido y una guerra latente, mientras que el panorama es mucho mas duro en África. En la República Democrática del Congo, «martirizada por conflictos persistentes», y en países donde los cristianos «son perseguidos a causa de su fe» como Burkina Faso, Malí, Níger y Nigeria

La defensa, el Hijo de Dios

Francisco ha rogado «que el Hijo de Dios, que bajó del cielo a la tierra, sea defensa y apoyo para cuantos, a causa de estas y otras injusticias, deben emigrar con la esperanza de una vida segura».

Con palabras muy claras ha afirmado que «la injusticia los obliga a atravesar desiertos y mares, transformados en cementerios. La injusticia los fuerza a sufrir abusos indecibles, esclavitudes de todo tipo y torturas en campos de detención inhumanos».

Por desgracia su calvario no termina ahí, pues «la injusticia les niega lugares donde podrían tener la esperanza de una vida digna y les hace encontrar muros de indiferencia».

Ablandar nuestro corazón endurecido

Finalmente, el Santo Padre ha pedido «que el Emmanuel sea luz para toda la humanidad herida. Que ablande nuestro corazón, a menudo endurecido y egoísta, y nos haga instrumentos de su amor».

Y que de ese modo, «a través de nuestros pobres rostros, regale su sonrisa a los niños de todo el mundo, especialmente a los abandonados y a los que han sufrido a causa de la violencia. Que, a través de nuestros brazos débiles, vista a los pobres que no tienen con qué cubrirse, dé el pan a los hambrientos, y cure a los enfermos».

Francisco se ha despedido saludando a las decenas de miles de fieles reunidos en la plaza y también «a todos los que, desde diferentes países, nos siguen a través de la radio, la televisión y otros medios de comunicación. Os agradezco vuestra presencia en este día de alegría».

A últimas horas de la jornada anterior, en la misa nocturna de la Nochebuena, Francisco había invitado a todos a convertirse y darse a los demás, pues «es la mejor manera de cambiar el mundo. Cambiamos nosotros, cambia la Iglesia y cambia la historia cuando comenzamos no por querer cambiar a los demás sino a nosotros mismos, haciendo de nuestra vida un don».

Para ayudar a superar perfeccionismos que paralizan y amargan, el Papa insistió en que Jesús «no esperó a que fuéramos buenos para amarnos, sino que se dio a nosotros gratuitamente».

Por lo tanto, según Francisco, «tampoco nosotros podemos esperar a que el prójimo cambie para hacerle el bien, a que la Iglesia sea perfecta para amarla, a que los demás nos tengan consideración para servirlos. Empecemos nosotros».