Jesús subió a los cielos y vendrá a juzgar a vivos y muertos

Jesús recordó brevemente a sus Apóstoles los puntos fundamentales de su mensaje para todos los pueblos y luego marchó con ellos al monte Olivete, en compañía de otros discípulos, de su Santísima Madre y otras santas mujeres, que se hallaban en Jerusalén. Llegados allí, se despidió de todos el Señor y levantando las manos les dio su última bendición y comenzó a elevarse con gran majestad por los aires, por su propia virtud, ante la mirada de los presentes que le iban siguiendo con la vista, hasta que una nube se interpuso y se lo ocultó. Y el Señor Jesús subió al Cielo, donde está sentado a la derecha de Dios.

No hemos de tomar literalmente estas palabras, porque lógicamente en el cielo no hay asientos, ni Dios Padre que es espíritu, tiene ni derecha ni izquierda. Significa que Jesús como Hijo de Dios y como Rey ocupa el lugar más preferente; que en cuanto hombre, ha sido ensalzado sobre todos los Ángeles y Santos y es constituido Juez supremo de Ángeles y hombres y es Señor de todas las cosas; es decir, que, como Dios hombre, ocupa el sitio que le corresponde, y tiene igual poder, gloria y majestad que el Padre.

Cuarenta días después de haberse mostrado a los Apóstoles bajo los rasgos de una humanidad ordinaria, que velaban su gloria de Resucitado, Jesús subió a los cielos y se sentó a la derecha del Padre. Desde entonces el Señor reina con su humanidad en la gloria eterna de Hijo de Dios, intercede incesantemente ante el Padre en favor nuestro, nos envía su Espíritu y nos da la esperanza de llegar un día junto a Él, al lugar que nos tiene preparado.

Jesús, después de triunfar del mundo, del demonio y de la muerte, subió a los cielos para tomar posesión del reino que había conquistado. Dijo, asimismo, que iba a prepararnos un sitio eterno, que desde allí sería nuestro Mediador y Abogado ante el Padre, y a los Apóstoles les prometió que les enviaría el Espíritu Santo, como en efecto, realizó diez días después.

Como Señor del cosmos y de la historia, Cabeza de su Iglesia, Jesús glorificado permanece misteriosamente en la tierra, donde su Reino está ya presente, como germen y comienzo, en la Iglesia. Un día volverá en gloria, pero no sabemos el momento. Por esto vivimos vigilantes, pidiendo: “¡Ven, Señor Jesús!” (Ap 22,20). “Estad siempre preparados, porque a la hora menos pensada vendrá el Hijo del hombre para juzgaros” (Lc, 13,40). El juicio particular es, pues, tan cierto y tan inevitable como la muerte. Además de este juicio, que tiene lugar para cada hombre al fin de la vida temporal, habrá otro al final de los tiempos que será universal y final.

Después del último estremecimiento cósmico de este mundo que pasa, la venida gloriosa de Jesús acontecerá con el triunfo definitivo de Dios en la Parusía y con el Juicio final. Así se consumará el Reino de Dios.

Jesús juzgará a los vivos y a los muertos con el poder que ha obtenido como Redentor del mundo, venido para salvar a los hombres. Los secretos de los corazones serán desvelados, así como la conducta de cada uno con Dios y el prójimo. Todo hombre será colmado de vida o condenado por la eternidad, según sus obras. Así se realizará “la plenitud de Jesús, el ungido, el Hijo de Dios” (Ef 4,13), en la que “Dios será todo en todos” (1Co 15,28).

El Evangelista San Mateo en el capítulo 25 de su evangelio dice “Cuando venga el Hijo del hombre en su gloria, y todos los Ángeles con Él, se sentará en su trono de majestad. Se reunirán en su presencia todas las gentes y separará a unos de otros, como separa el pastor las ovejas de los cabritos. Pondrá las ovejas a su derecha y a los cabritos a su izquierda”. Se verán entonces todas las conciencias, con lo que cada uno hizo en vida.

“Entonces dirá el Rey a los que estén a su derecha. Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del reino que os está preparado desde la creación del mundo; porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; era peregrino y me hospedasteis; estaba desnudo y me vestisteis; enfermo y me visitasteis; preso y me vinisteis a ver. Y los justos le responderán: Señor, ¿Cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer; tuve sed y me disteis de beber; era peregrino y me hospedasteis; estaba desnudo y me vestisteis; enfermo y me visitasteis; preso y me vinisteis a ver”…Y el Rey les dirá: En verdad os digo que cuantas veces hicisteis eso a uno de estos mis hermanos mas pequeños (los necesitados), a mí me lo hicisteis”.